La campaña electoral se ha enturbiado. Algunos partidos, buena parte de los políticos y no pocos grandes medios de comunicación entienden la campaña como el acto de sacar a flote la mugre acumulada. En los últimos días, en esto ha consistido la campaña; en la superficie de la propaganda y de la cobertura mediática solo flota la basura. Y como se sabe, en el agua sucia no se puede ver con claridad. Por eso, este epílogo de la campaña puede estar creando confusión y desánimo en la población, pero también puede incubar un rechazo a esta manera de entender la política. Dicen que "en río revuelto, ganancia de pescadores", pero en este tipo de dinámica el seguro perdedor es el pueblo salvadoreño, deseoso de ver transformaciones que dignifiquen sus condiciones de vida. Con una campaña así, la cultura política se deteriora aún más.
Los políticos han vuelto a mostrar que son capaces de calumniar y de mentir con tal de llegar al poder. Pero no solo de eso. La desesperación ante la cercana probabilidad de una derrota los hace capaces de sembrar miedo y pánico entre la población para acercarla a sus intereses. Si consideran que la ciudadanía puede aceptar métodos inhumanos y anticonstitucionales con tal de resolver sus problemas, entonces no tienen reparo en ofrecerlos. Apelan a la democracia para ser elegidos, pero si lo que hay que ofrecer es antidemocrático, se apuesta por ello. Esa total falta de escrúpulos los lleva a manipular electoralmente el tema de las pandillas. Este problema, tan delicado y doloroso, se está usando para chantajear, confundir, atemorizar y ganar votos. Asimismo, por pura lógica electoral, son capaces de levantar la bandera de la anticorrupción, pese a que en la práctica amañan procesos, se niegan a rendir cuentas y mantienen entre sus filas a sujetos sospechosos de delitos de cuello blanco.
Estos problemas hay que tratarlos con seriedad y profundidad. Abordarlos en tiempo electoral y hacerlo mediáticamente le resta credibilidad a los que los abanderan y pueden tomarse solo como cosa de campaña. Por su parte, los medios, en estado de autismo, fuera de la realidad, solo se están limitando a repetir las barbaridades y absurdos de los políticos, sin hacerse responsables de nada. Todo esto no es más que tiempo perdido, dilapidación de oportunidades. En un momento en que los candidatos deberían apretar el acelerador para plantear propuestas realistas y viables, cuando deberían poner empeño en demostrar por qué son mejores que sus contrincantes, lo que hacen es volcar su desesperación sobre los otros candidatos para intentar desprestigiarlos, incluso destruirlos. Al ver que se ahogan sus posibilidades, dedican sus últimas horas a sacar las miserias ajenas en lugar de presentar las virtudes propias.
Esta campaña sucia vuelve a demostrar cuán lejos está la clase política salvadoreña de la democracia y, a juzgar por sus propuestas, cuán cerca del autoritarismo. La estrategia del miedo dio resultado hasta la elección presidencial de 2009. El próximo 2 de febrero se verá si los que han vuelto a recurrir a ella firmaron así su derrota en las urnas. Mientras, solo resta contar las horas para que llegue la hora de votar y cese esta lamentable campaña política.