A vueltas con la desigualdad

4
Editorial UCA
19/03/2013

La pobreza permanece como desafío para nuestro país. Pero la desigualdad la vuelve un problema más grave y se convierte en su conjunto en desafío todavía mayor para El Salvador. De hecho, en las zonas de mayor pobreza, según haya sido la historia de las comunidades, se da en ocasiones más cohesión social y convivencia pacífica que en zonas de menor pobreza. Tal vez porque en esas zonas rurales se percibe menos la desigualdad y se vivió la solidaridad intensamente en los tiempos de la guerra. Como confirman los estudios del IUDOP sobre las pandillas, la desigualdad es una de las causas principales de la violencia y crea tensiones de difícil solución. Y en El Salvador, además, una doble situación hace más visible la desigualdad que en otras naciones de América Latina. Pequeño en territorio y denso en población (298 habitantes por kilómetro cuadrado), la pobreza convive con demasiada frecuencia al lado de la riqueza. No es raro que una sola calle separe zonas marginales sin servicios y sin vivienda digna, de condominios y residencias de lujo. Por otro lado, el hecho de que casi una tercera parte de la población salvadoreña viva en Estados Unidos hace ver que una hora de trabajo en el Norte vale siete veces más que una de El Salvador. Conocer salarios y estilos de vida posibles en Estados Unidos da mayor conciencia de lo injusto de la diferencia en nuestras tierras.

La desigualdad no es solo una preocupación ética. El Banco Interamericano de Desarrollo ha dicho recientemente que la desigualdad es en América Latina el mayor freno al desarrollo sostenible. Vivimos en la región del mundo con mayor desigualdad en el ingreso. Y esta se multiplica en los niveles educativos, en los servicios de salud, en el acceso a vivienda, en la disponibilidad de un servicio de agua potable. La desigualdad impide la cohesión social, y es muy difícil que un país poco cohesionado socialmente pueda emprender con éxito un proyecto de realización común que exija la colaboración de todos, como lo es el desarrollo equitativo. El desarrollo es tarea de todos, solemos decir. Pero quien se ve excluido, marginado o minusvalorado, difícilmente emprende un camino conjunto con quienes manifiestamente lo excluyen. Prefiere emigrar o, en ocasiones, delinquir. Enfrentar el tema de la desigualdad debe ser el reto de toda institución preocupada por el futuro de El Salvador. Organizaciones como Fusades deberían recordarle a la empresa privada salvadoreña —al igual que lo hace el BID— de los riesgos que se corren mientras persista el flagelo. Ese que hace que en el índice de desarrollo humano del PNUD el país esté cerca de 20 puntos por debajo de la posición que ocuparía si la desigualdad se redujera.

Si de la desigualdad económica pasamos a otros ámbitos, encontraremos que se repite el fenómeno. La desigualdad en el campo jurídico llevó en el pasado a la impunidad de gravísimas violaciones de derechos humanos. A nivel jurídico, baste con recordar hoy las disposiciones de la Corte Suprema de Justicia que dificultan y, en la práctica, impiden la revisión de las cuentas de los políticos al dejar sus cargos. Los estudios universitarios son muchas veces de más difícil acceso a causa del bajo nivel de la educación media pública, especialmente en zonas rurales, que a causa de la propia pobreza. Incluso en el campo laboral el valor del trabajo tiende a reflejar la desigualdad. En efecto, los salarios son cada vez más desiguales al haber perdido capacidad adquisitiva con respecto a los de hace veinte o treinta años, según demuestran algunos estudios del PNUD.

Cuando el nuevo papa Francisco pide estar cerca de los más pobres, cuando la delincuencia y la violencia social tienen en la desigualdad una de sus raíces más potentes, cuando el BID previene e insiste en que la desigualdad frena el desarrollo, no es decente cruzarse de brazos. La igual dignidad de la persona humana nos debe impulsar a corregir la tendencia a la desigualdad, que no se ha detenido a pesar de los esfuerzos gubernamentales por reducirla. Sigue habiendo generosidad en nuestros compatriotas. La hubo en el pasado en quienes lucharon hasta la sangre en defensa de los débiles y de sus derechos. La sigue habiendo en tantos y tantas que trabajan en cercanía con los más pobres consolando, animando, apoyando proyectos locales para salir de la pobreza. La practican los emigrantes expulsados de sus países por la pobreza y la violencia, y que al final sostienen las economías con sus remesas. La viven los jóvenes que se lanzan a trabajos de voluntariado. Tomar conciencia de la desigualdad y unir generosidades para luchar contra ella es el reto más importante de nuestra sociedad. Cuestionar a la sociedad política y exigirle un planteamiento serio de lucha contra la desigualdad es un paso imprescindible para vencerla.

Lo más visitado
0