En el evento que se promocionó como un debate presidencial, la palabra "acuerdos" no se dijo en ningún momento. Dio la impresión de que cualquiera de los candidatos podría solucionar los problemas de El Salvador sin lograr acuerdos de fondo con otros partidos. Sin embargo, la realidad nos dice lo contrario. La guerra hubo que solucionarla con unos acuerdos que fueron realmente nacionales. Y lo que va saliendo de positivo en la legislación es casi siempre fruto de alianzas. En buena medida, los grandes problemas del país, pendientes desde la época de la guerra, como la desigualdad, la pobreza, la violencia, los salarios mínimos reñidos con la justicia y la falta de calidad en la educación, no han podido resolverse por la falta de voluntad política de lograr acuerdos. Se han preferido supuestas soluciones de mano dura, recurrir a préstamos, practicar diversos modos de populismo de derecha y de izquierda, a buscar soluciones consensuadas tanto entre políticos como con la sociedad civil.
Hace pocos meses, el PNUD presentó su informe sobre desarrollo humano en El Salvador. El documento termina proponiendo la elaboración de una política pública transformadora que debería gozar de consenso nacional. Esta semana se ha presentado, también del PNUD, el Informe Regional de Desarrollo Humano para América Latina, 2013-2014, titulado Seguridad ciudadana con rostro humano. En este se reseña la necesidad de acuerdos nacionales para enfrentar el problema de la violencia y la delincuencia. En El Salvador se habla permanentemente de la necesidad que tendrá el próximo Gobierno de hacer un pacto fiscal para no enfrentar una quiebra económica, con todas las terribles consecuencias que esta tendría para las grandes mayorías. Sin embargo, hasta el momento, ningún candidato ha mencionado entre sus planes conseguir un amplio consenso entre políticos y con la sociedad civil sobre temas de interés nacional, sea la violencia, la juventud, la educación o la difícil situación de la economía y la deuda externa.
Hay cada vez más conciencia ciudadana de lo imprescindibles que son los acuerdos básicos nacionales. Por eso asombra que los candidatos no usen ese lenguaje. Una posible explicación es que crean que es mejor llegar a acuerdos desde el poder que desde la llanura. Saben que el poder da fuerza, instrumentos y propaganda para hacer que la balanza se incline hacia la voluntad gubernamental en cualquier tipo de acuerdos. E incluso da los recursos para ablandar con negociaciones privadas —cuando no corruptas— a una parte de la oposición. Los arreglos de Arena con el PCN o los del FMLN con GANA son ejemplos de nuestro folclor político, que sustituye los acuerdos nacionales con "aritmética legislativa". Pero esa aritmética, que con tanta frecuencia sustituye a la ética, no tiene nada que ver con lo que necesita El Salvador.
Los acuerdos de país frente a los problemas que nos aquejan deben alcanzarse no desde las presiones e intereses del poder, sino desde el interés de la ciudadanía y las necesidades de los más vulnerables, los pobres. Y en ese sentido, tendría más razón consensuar una serie de acuerdos antes de la elección que querer, posteriormente, confundir el triunfo electoral con una carta blanca otorgada al vencedor. Los acuerdos deben ser lo más inclusivos posible y deben prepararse desde el interés básico del país, sin mirar al aprovechamiento político de quien está en el poder. Mientras se siga queriendo gobernar El Salvador desde la voluntad poco dialogante de un solo partido político, sea de derechas o de izquierdas, enfrentaremos el riesgo de que los problemas sigan agravándose. Si eso sucede, las soluciones serán fallidas, quizá impuestas por organismos financieros internacionales y a costa de la mayoría de salvadoreños. Lograr acuerdos es una necesidad nacional imprescindible para un sano desarrollo.