Si tuviéramos que resumir las carencias y debilidades de nuestro sistema educativo, nos centraríamos en dos problemas. Uno, el de la poca calidad docente, que se traduce en niveles educativos bajos; y dos, la poca e inequitativa cobertura del sistema. Si el ideal en la actualidad es atender y escolarizar a los jóvenes desde los dos hasta los 18 años de edad, se observa una enorme brecha de atención. Si bien desde el fin de la guerra se ha logrado llegar a niveles importantes de escolarización primaria, en la preprimaria y el bachillerato los porcentajes de estudiantes respecto a la población son de menos del 50%. Y en el terreno de la calidad, la PAES demuestra año con año no solo los bajos niveles educativos, sino la mínima o nula progresión en la calidad. La inequidad en los procesos educativos es evidente al final de los mismos, y se comprueba al comparar los resultados en la PAES de los deciles con mejor calificación y los peor calificados.
En ambos terrenos, cobertura educativa y calidad, hay que hacer enormes esfuerzos. El Ministerio de Educación ha optado por elaborar un plan para actuar sobre lo que con más inmediatez puede resolverse: un plan de capacitación que multiplique conocimientos, que eleve al grado de especialistas en su materia a los maestros y que consiga que la totalidad de las asignaturas escolares sean impartidas por personas que dominan tanto la técnica pedagógica como un conocimiento responsable y serio de su área. El plan es ambicioso pero realista; está bien diseñado y ofrece a los maestros la posibilidad de superarse e incluso conseguir mejores prestaciones económicas. Porque es evidente también que el magisterio está mal pagado y obliga a multiplicar actividades para poder vivir de un modo al menos cercano a las expectativas de bienestar de un profesional. Las quejas de algunos gremios que exigen que la capacitación se haga y se ofrezca en horarios lectivos resultan desproporcionadas. Si se trata de una oferta libre para mejorar tanto conocimiento como salario, lo obvio es que se lleve a cabo en un horario que no afecte más la ya deteriorada atención al estudiante.
Aunque la calidad educativa preocupa en medios pedagógicos especializados y en las universidades, lo cierto es que el tema no ha entrado en el debate público ni en la preocupación de la ciudadanía. La violencia y las dificultades económicas son tan pesadas que hacen olvidar otras cuestiones urgentes y prioritarias. Pero la cobertura académica y la calidad educativa son fundamentales para resolver ambos problemas, que normalmente llenan en altísimos porcentajes las listas de preocupaciones de la ciudadanía cuando se hacen encuestas de opinión. No hay duda de que los jóvenes estarían mucho menos expuestos a la delincuencia y a la violencia si permanecieran en la escuela hasta los 18 años. Y más todavía si al terminar sus estudios de bachillerato contaran con una socialización positiva y constructiva, y con conocimientos que les permitieran incorporarse a la vida productiva o seguir estudios universitarios.
La educación prolongada, universalizada y de calidad debe convertirse en un clamor popular. Sin educación, sin mejora sustancial de las metas educativas, no habrá desarrollo, ni trabajo de calidad, ni posibilidades reales de construir un país más pacífico y seguro. No es el único remedio contra la violencia y el subdesarrollo, pero sí un factor imprescindible para un desarrollo armónico y equitativo, para una convivencia pacífica, dialogante y constructora de un futuro digno.