La celebración de la independencia puede aprovecharse para cultivar el amor a lo propio, pero también llevar a dinámicas que no solo dificultan la convivencia ciudadana, sino crean problemas, en ocasiones graves, en la relación con otros países. En Centroamérica, el excesivo nacionalismo generó guerras entre países hermanos y ha dificultado el establecimiento de políticas comunes, la integración económica y política, y la culminación de proyectos compartidos. El nacionalismo de los países ricos da pie al desprecio a los del Tercer Mundo y alimenta el rechazo a los migrantes, lo que impide resolver adecuadamente el problema de la migración masiva de personas que huyen de situaciones de pobreza y violencia insoportables.
El Salvador, al igual que el resto de países centroamericanos, tuvo una independencia pacífica. Quienes la abanderaron eran intelectuales, profesionales (en su mayoría, sacerdotes y hombres de leyes) y lo que en aquel momento se podría entender como empresarios. No hubo militares. Estos vinieron después y montaron conflictos inútiles, golpes de Estado, corruptelas, dictaduras e inestabilidad política. La pregunta surge inmediata: ¿tiene sentido que una independencia pacífica y civil se conmemore con un desfile militar, ensalzando la fuerza como recurso para defender al Estado?
El sacerdote y académico José Simeón Cañas vio con claridad que había que construir la independencia sobre la abolición de la esclavitud. Entre los generales que vinieron después, abundaron las intrigas, guerras y muertes, así como la sujeción de la justicia al autoritarismo militar. ¿No sería mejor celebrar a José Simeón Cañas, analizando las nuevas esclavitudes de la actualidad y tratando de superarlas? ¿Son los desfiles militares la mejor manera de construir patria? Sentir orgullo de los civiles que impulsaron una independencia digna es más importante que los desfiles de un ejército que durante la guerra perdió el honor al masacrar a su propio pueblo y que sigue negándose a rendir cuentas por sus crímenes.
Además, celebrar con desfiles militares la independencia es irracional. El Salvador no necesita ejército para defenderse de agresiones externas. Hay suficientes tratados y alianzas internacionales como para que una guerra con otra nación sea imposible. Ni siquiera como aliado militar de otros países tiene mayor peso. Si algo puede hacer nuestro país por la paz mundial no es tanto participar en misiones militares, sino desarrollar y mantener una diplomacia internacional claramente pacifista. Y para ello servirían de guía salvadoreños que tuvieron protagonismo en instituciones internacionales de derechos humanos, que salvaron vidas durante diversas guerras. Si hacemos coincidir la independencia con el deseo de libertad, tenemos que formular objetivos coherentes con nuestras necesidades. Y para ello, deben ponerse los recursos del Estado al servicio del desarrollo interno, especialmente de la educación y la salud. Si queremos celebrar la independencia, lo más adecuado es destacar los ejemplos de personas, grupos o instituciones que han apoyado el desarrollo, que han tratado de fortalecer la democracia y que han defendido los derechos humanos, sobre todo los de las víctimas de la violencia y la esclavitud que impone la pobreza.