La segunda vuelta marca el retorno de las polémicas y el cruce de palabras. Ya comenzaron a circular algunas afirmaciones tan artificiales como falsas que pretender explicar los bajos niveles de votación y la diferencia de puntos entre el FMLN y Arena. Mencionar a las maras como causantes de la baja presencia de votantes en las urnas no es más que continuar un tipo de campaña que ya llevó al fracaso al partido que la promueve. La gente que vive en los barrios sabe de sobra que no fueron así las cosas. Es más bien el desencanto político el que ha llevado a bastante gente, entre los cuales no faltan jóvenes, a no votar. Ni las insistencias oportunistas en la corrupción ni las proclamas de mano dura, que incluyen el tema trillado de las maras, causarán muchos cambios en la percepción y simpatías ciudadanas.
El otro tema, machacado por un grupo de articulistas, empresarios y figuras públicas afines a Arena, es que El Salvador está en un momento trascendental, en el que se juega la lucha definitiva entre autoritarismo y libertad. Si reflexionamos sobre nuestra historia inmediata, el tema mueve a risa: los dos actos más autoritarios desde 2000 hasta ahora han sido la dolarización y la participación en la invasión a Irak. En ambos, la opinión pública estaba masivamente en contra. Pero entre madrugones legislativos y criterios autoritarios, dos presidencias areneras tomaron esas decisiones. El Gobierno efemelenista, aunque sí ha mostrado derivas autoritarias, no ha llegado a esos extremos. Incluso cuando decidió algo semejante, tratando de descabezar a la Sala de lo Constitucional, dio marcha atrás y las aguas volvieron a su cauce. Al final, entre Arena y el FMLN, el que lleva la delantera —y por mucho— en actos graves y claramente autoritarios es el que más habla de libertad.
En vez de pelear con encono, mejor harían los partidos políticos proponiendo medidas que profundizaran la democracia en nuestro país. El sistema de elección monocolor en las alcaldías sigue siendo profundamente antidemocrático, al igual que la imposibilidad de tener alguna forma de referéndum que permita enfrentar actos autoritarios, como participar en una guerra no querida por la mayoría de la gente. Debatir formas de cambio en esos niveles es más productivo para la democracia que insultarse. Y falta el verdadero debate: el que debemos tener sobre el desarrollo. ¿Puede un solo partido solucionar los problemas económicos y sociales de El Salvador? ¿Tienen Arena y el FMLN algún plan de diálogo serio entre ellos y con la sociedad? No habrá solución a los problemas sin un pacto fiscal y sin que cada uno asuma algún grado de sacrificio. Sacrificio cuyo mayor peso no debe caer sobre los pobres ni sobre las clases medias, si es que de verdad se quiere salir adelante.
Un país dividido y polarizado será siempre incapaz de alcanzar el desarrollo. Polarizar más a El Salvador con una campaña que se prevé agria implicará atrasar las soluciones. Es hora de hablar de los problemas para buscar y preparar entendimientos, aunque después se den las normales diferencias ideológicas y las opciones particulares. La deuda externa y previsional, la violencia y la desigualdad requieren acuerdos básicos. No se puede culpar a un solo partido de estos problemas ni se puede encontrar la solución desde uno solo. La educación, la salud, el medioambiente, el trabajo con salario decente son, desde hace mucho tiempo, deudas con la población que solo pueden ser saldadas enfrentándolas con acuerdos de país. ¿Se debatirán estos temas? Si se hace, la democracia saldrá fortalecida; si no, seguiremos haciéndonos daño. Y continuará profundizándose el desencanto con los políticos.