En la moral tradicional se decía que en los momentos en que necesariamente se tenía que elegir entre dos opciones, era válido escoger el mal menor. Ahora que hemos iniciado una campaña electoral anticipada, es bastante probable que ese modo de pensar se extienda o que simplemente se promueva. Ningún candidato provoca mucho entusiasmo y tampoco se vislumbran planes sólidos de desarrollo, aceptados por todos, que puedan infundir confianza en la población. Alguna gente habla incluso de abstenerse de participar en la votación, al ver con desesperanza el futuro; otros, de votar por el candidato al que consideren menos malo.
Esta actitud, nada sana para una democracia, es el resultado de lo que nos han ido dejando las sucesivas actuaciones políticas de los partidos, con sus vaivenes, corrupciones y estancamientos. Esto no quiere decir que no hayan hecho nada bueno. Pero es evidente que la ciudadanía esperaba de los políticos algo mejor desde hace más de cincuenta años. Y aquello de que "no hay mal que dure cien años" no consuela al votante ni al ciudadano, que quisieran ver cómo los males del país van desapareciendo de un modo palpable y en el tiempo de una generación. No es sano para la democracia llegar a la próxima elección con el espíritu derrotista de quien se ve forzado al final a dirimir cuál de los candidatos es peor para votar por el menos malo. Lo lógico sería elegir entre dos bienes, y votar por el que consideremos el bien mayor. Así, nuestra situación, hoy por hoy, es triste.
Sin embargo, esto se puede revertir. La confianza ciudadana podría comenzar a reconciliarse con los políticos si los partidos, con la adecuada garantía de la sociedad civil, llegaran a acuerdos básicos de desarrollo. La idea de que los políticos son tramposos, mienten, buscan primero sus ventajas personales y caen fácilmente en la corrupción, está demasiado generalizada. Acuerdos interpartidarios con agenda en el campo de la educación (como puede ser el de universalizar el bachillerato en un plazo de 7 años), con metas claras medibles anualmente y con auditoría ciudadana a través de la sociedad civil, darían a la población una esperanza. Y lo mismo podríamos decir en el campo de la salud, con la creación de un sistema nacional de salud bien dotado que integrara al Instituto Salvadoreño del Seguro Social y a la red del Ministerio de Salud. Acuerdos con tiempos establecidos, etapas, pasos bien definidos y una comisión de seguimiento compuesta por personas de la sociedad civil. El Salvador no puede vivir de promesas. Son necesarios los compromisos interpartidarios para sacarlo adelante. Un país como el nuestro, con retos difícilmente superables desde la división social, económica y política, tiene que superar la tendencia a ver al oponente político como un enemigo. Y nada mejor para ello que lograr acuerdos básicos de desarrollo, con una agenda de realización bien elaborada y con supervisión de la sociedad civil.
Si en estos primeros meses los partidos se muestran incapaces de sentar esas bases de desarrollo conjuntas, continuaremos con bloqueos, desconfianzas e incapacidad de salir adelante en temas fundamentales. Ni Arena ni el FMLN pueden solucionar individual o aisladamente los graves problemas de El Salvador que afectan a la educación, la salud o la convivencia pacífica. Y si empleamos todo 2013 en pelearnos unos con otros, se sentarán las bases para un quinquenio perdido. No podemos seguir eligiendo el mal menor porque con ello seguimos consagrando nuestro subdesarrollo, por muchos cantos de sirena que entone el partido de turno. Necesitamos acuerdos nacionales, proyectos de realización común, en temas básicos de desarrollo. Y esto pasa, lo repetimos, por acuerdos interpartidarios básicos de desarrollo y por la subsiguiente supervisión de la sociedad civil. Solo así podremos elegir lo que honestamente nos parezca el bien mayor al votar por un partido concreto. Solo así comenzaremos a recuperar la confianza en el futuro.