El peso de las remesas

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Editorial UCA
20/01/2025

Recientemente se hizo público un estudio que, a partir de datos del Banco Mundial, muestra que el monto total de las remesas que los migrantes envían a sus países de origen triplica la ayuda que el conjunto de los países ricos da a las naciones pobres. En otras palabras, los migrantes contribuyen más al desarrollo de los países con problemas de pobreza que los países del primer mundo. Las cifras no engañan: la ayuda exterior de los países ricos en 2023 fue de 202 mil millones de dólares, mientras que los migrantes aportaron 781 mil millones en remesas. En América Latina, los países que reciben más remesas son centroamericanos; El Salvador, Honduras y Nicaragua perciben en remesas más del 20% de su producto interno bruto. La función social de reparto de la riqueza, que deberían llevar a cabo los países ricos con sus aportes a las economías en desarrollo, la realizan mucho mejor los migrantes expulsados de sus países por la pobreza, la guerra, la corrupción o la problemática medioambiental. Generosidad y justicia son cualidades en las que los pobres, cuando tienen oportunidad, brillan más que los ricos.

Tiene toda la razón el cardenal Gregorio Rosa Chávez cuando afirma que los migrantes merecen respeto y dignidad. Resulta intolerable desde la fe cristiana que se les maltrate, que se les tipifique como criminales, que sean objeto de desprecio y racismo. No se les puede expulsar de los países de destino solo por no tener papeles. Los migrantes no solo enriquecen con su trabajo y sus impuestos a los países desarrollados, sino que al aliviar la pobreza y las vulnerabilidades de sus países de origen, contribuyen a disminuir las disparidades mundiales y a construir una mayor cultura de paz. Porque las diferencias y desigualdades, al ser en sí mismas formas de violencia estructural, terminan impulsando la violencia y la disfunción social.

En los países con serias deficiencias en el campo de la seguridad social, las remesas han funcionado como un complemento fundamental en el campo de la salud, la educación y la vivienda. Por ejemplo, algunos jóvenes salvadoreños pueden acceder a una educación universitaria solo gracias a las remesas de sus parientes. En ese sentido, para reducir el impacto de algunos de los factores que obligan a migrar, la reducción del costo del envío de remesas debería ser política pública en los países desarrollados. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio estipulan que, a partir del año 2030, el costo de transacción por remesa no será mayor al 5%. El Fondo Monetario Internacional estima que si se cumple con esa meta de la ONU, los países pobres podrían recibir alrededor de 32 mil millones de dólares adicionales cada año. Por ello, respetar a los migrantes y apoyarles debe ser una política pública internacional.

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