Grandes frases vacías

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Editorial UCA
03/11/2019

Los políticos son expertos en desarrollar frases agradables al oído pero alejadas de la realidad. En la primera administración de Arena, se decía gobernar para “los más pobres de los pobres”; en su turno, el FMLN habló del “buen vivir”. Mientras, la realidad estaba teñida de violencia, pobreza, vulnerabilidad y debilidad institucional. Hace pocos días, el nuevo presidente de la Asamblea Legislativa inauguró su gestión con un discurso del mismo género. Dijo lo siguiente: “Asumo la presidencia (…) comprometido con los grandes deseos de nuestro pueblo: un El Salvador en paz y prosperidad. Mi gestión descansará en el buen gobierno, la gobernabilidad, la concertación (…) la reconciliación”. Nada malo se puede observar en estas palabras. Sin embargo, cuando se profundiza en alguno de los conceptos, surgen de inmediato preguntas y contradicciones.

El ejemplo más claro está en el deseo de reconciliación. ¿Con quiénes debemos reconciliarnos? Lo más fácil es contestar que todos con todos. Pero la respuesta es vacía: si con alguien deben reconciliarse las instituciones democráticas salvadoreñas es con los pobres. El hecho de que una tercera parte de la población esté en pobreza nos exhibe inmediatamente como una sociedad en la que no existen esfuerzos reales en favor de la reconciliación nacional. La pobreza tiene causas y causantes. Cuando los no pobres afirman que los pobres lo son por su propia culpa, ¿tienen deseo de reconciliarse con ellos? Cuando las instituciones y quienes las dirigen no son capaces de enfrentar y reducir la pobreza drásticamente, hablar de reconciliación resulta poco ético.

Si se analizan algunas actitudes y modos de proceder de la Asamblea Legislativa, los temas de concertación, reconciliación o gobernabilidad se vuelven incomprensibles. En un país que necesita con urgencia garantizar un servicio universal de agua para consumo humano, no se puede hablar de estos temas mientras se olvida la ley general de aguas porque la corriente mayoritaria de la Asamblea quiere darle al sector privado un peso desproporcionado en la gestión del recurso. Iglesias, sociedad civil, técnicos y expertos, y gran parte de la población insisten en que hay que tratar el agua desde la óptica de los derechos humanos; la Asamblea, por el contrario, la entiende como un bien comercial. En este sentido, sí hay concertación, gobernabilidad y reconciliación, pero entre la Asamblea Legislativa y los grupos de poder económico.

Algo parecido sucede con las propuestas de los diputados sobre la ley de reconciliación nacional. ¿Reconciliación con los victimarios o con las víctimas? En general, en un proceso de reconciliación, el ofensor pide perdón al ofendido. En el caso de que se haya cometido un delito, la petición de perdón por el mal hecho habla bien del victimario, pero no sustituye a la justicia. A lo sumo se puede permitir que la petición de perdón implique una rebaja en la pena, pero no su anulación. La víctima perdona más fácilmente cuando ve que se hace justicia. La justicia no es enemiga del perdón, sino que lo complementa. Pero muchos de los diputados tienen una idea de reconciliación que prescinde absolutamente de la racionalidad de cualquier tipo de proceso reconciliatorio. Así han trabajado siempre. Por ello se indignaron cuando la Sala de lo Constitucional declaró inconstitucional la ley de amnistía. Y así quieren seguir actuando: oyendo a los victimarios y sordos ante el lamento de las víctimas.

Si la desigualdad, el abuso de poder, la corrupción, la impunidad de los fuertes y el desprecio a las víctimas divide a una sociedad, la reconciliación no es una cuestión discursiva, sino de hechos. Los discursos son huecos sin educación universal hasta los 18 años, sin salud decente para todos, sin salario digno, sin seguridad orientada a la prevención, no a la estigmatización de los más pobres. Cuando detrás de las palabras no hay acciones orientadas a cambiar la realidad, lo que hay es palabrería o, como decía Shakespeare, “un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”.

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