Las cárcavas

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Mientras nos preocupemos más de la política que de la gente, poco avanzaremos en este país nuestro. Las cárcavas han acompañado todos estos días de lluvia nuestro panorama noticioso. La gente en la Santa Lucía está preocupada. Y deberíamos estar todos preocupados por la facilidad con la que se construye en lugares peligrosos, sin tomar las debidas precauciones y, en general, con una enorme irresponsabilidad de los constructores cuando se producen accidentes.

Ya en 2001, a causa del terremoto, sufrimos una terrible tragedia con el deslave en la residencial Las Colinas, de Santa Tecla. Antes, en el 83, un deslave debido a las lluvias asoló las zonas entre Montebello y San Ramón. Ni quienes dieron el permiso para edificar, ni las empresas que construyeron asumieron ninguna responsabilidad. Como que el hecho fuera imprevisible, y como que nadie tuviera la obligación de estudiar la vulnerabilidad de los suelos y las laderas antes de permitir o lanzarse a hacer una construcción. Ahora es la Santa Lucía, y la misma irresponsabilidad aflora. Los constructores, que vendieron unas casas que ahora se están cayendo, se lavan las manos. Quienes dieron el permiso dirán que no sabían y que fue hace mucho tiempo. Y quienes hoy deben velar por la seguridad urbanística dirán que a ellos no les toca responder por los errores del pasado. De modo que será una vez más el ciudadano el que cargue con la irresponsabilidad de empresarios, funcionarios y encargados de velar por una construcción y ámbito de vivienda segura.

Mientras la gente sufre por la irresponsabilidad de quienes se enriquecen o viven bien aunque otros sufran verdaderas tragedias, los ciudadanos nos dedicamos más a hablar de política. No es para menos, pues estamos en plena época electoral adelantada por el capricho de unos pocos. En otras palabras, nos dedicamos a hablar de quienes en el fondo tienen una buena parte de responsabilidad de éstos problemas cotidianos que en el campo de la construcción son, como decíamos antes, verdaderas tragedias. La designación del candidato arenero a la vicepresidencia, la posibilidad de que esa elección cambie el rumbo de las encuestas, parece ahora el tema más importante. Que la gente pierda sus casas no tiene tanto interés. Incluso el diputado Guillermo Gallegos, que es diputado por San Salvador, está más preocupado por inventar mentiras contra las encuestas que no le favorecen a su partido, que por visitar, proteger y buscarle soluciones a las familias damnificadas por las cárcavas de la Santa Lucía, que están dentro del territorio que representa como diputado. Mala elección hicieron los vecinos de esa populosa colonia cuando le dieron el voto.

Esta preocupación por lo accidental, y no por los problemas reales del país, es una de las causas tanto de nuestro sistema de desarrollo injusto como de nuestra débil institucionalidad. Porque, en efecto, cuando un problema de las dimensiones del de la colonia Santa Lucía no opaca las pequeñeces de lo que pasa en cada partido, algo huele a trastocado y obsoleto en la política. La política, en el pensamiento más racional, es el arte de servir al ciudadano y de darle expresión y poder en la construcción de su vida social. Pero nosotros la convertimos en el arte de servir a unos pocos, que ni siquiera son los mejores ni los más solidarios, cuando olvidamos los problemas concretos de la población y nos fijamos en las contiendas electorales como si fueran una especie de carrera de caballos. La verdadera democracia exige menos circo y más justicia.

Ver la realidad del país, ser concreto a la hora de decir cómo se van a enfrentar los problemas, tocar el punto de la enorme e injusta disparidad en el ingreso, establecer responsabilidades ante este tipo de desgracias que se deben en buena parte a la voracidad de constructores y a la irresponsabilidad de funcionarios y políticos, apoyar a las familias que sufren la desgracia restituyéndoles su derecho a la vivienda, son pasos necesarios para que creamos en la política. Y para que la dignifiquemos.

No vamos a conseguir un país democrático mientras quienes tienen más en El Salvador no paguen más impuestos. No creceremos en democracia mientras los diputados gocen de impunidad ante sus irresponsabilidades. No vamos a tener un país más pacífico y con mayor cohesión social mientras nos interese más lo que hacen los de arriba que el dolor concreto de la gente que pierde sus casas a causa de la falta de profesionalidad de constructores y funcionarios. Independientemente de quién gane las elecciones, el cambio que necesita el país es bastante radical. Tanto en lo que respecta a esta cultura de la irresponsabilidad, como en la costumbre de utilizar los problemas de los pobres para obtener votos y olvidarse después de ellos a la hora de construir estructuras de convivencia que produzcan justicia social, equidad y bienestar como opción abierta a todos.

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