Los salvadoreños merecen algo mejor

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Editorial UCA
27/09/2013

Poco a poco, la campaña política se va volviendo una especie de río revuelto. Con el paso de los días, los partidos van mostrando de qué están realmente hechos y confirmando que no son un ejemplo edificante para la sociedad salvadoreña. La mentira, las acusaciones sin pruebas, los señalamientos temerarios y el insulto están copando el ambiente electoral. Todo parece indicar que la campaña de altura que los políticos prometen en cada proceso electoral no levantará vuelo; permanecerá en la llanura del tradicionalismo político más recalcitrante. Aunque desde hace ratos estamos en plena campaña, cuando comience la oficial, seguro presenciaremos un espectáculo que expondrá las miserias de los partidos. Por lo ya visto, lo que se avecina es una campaña coloreada por los ataques personales anclados en el pasado de los candidatos y los cuestionamientos al desempeño en los cargos públicos que ejercieron.

Mientras ese espectáculo va ganando forma y copando los espacios públicos, lo que atañe a los planes de gobierno y a las propuestas para El Salvador se ha vuelto una especie de competencia frenética por ver quién ofrece más cosas y las presenta de la manera más atractiva. Es decir, el tipo de marketing político que se fundamenta en la imagen y no en el contenido, en prometer sin especificar qué, quién, cómo y cuándo se ha de cumplir. Esto es lo que hasta hoy caracteriza a las campañas de los candidatos. Los anuncios bonitos que pretenden tocar la fibra de los ciudadanos ofreciendo el cielo y la tierra son parte de las campañas engañosas y falsas que han caracterizado a la política tradicional. Los salvadoreños merecen algo mejor, como también merecen que no se juegue con sus necesidades más apremiantes.

Aunque para muchos este modo de hacer política es el que tenemos y debemos aceptarlo, no podemos renunciar a cambiar las cosas. Aunque parezca una misión imposible, es urgente fomentar espacios serios, responsables y respetuosos en los que los candidatos no solo tengan la oportunidad de formular promesas, sino también de responder a los cuestionamientos de la población acerca de los mecanismos, recursos y tiempos para cumplirlas. Ciertamente, la modalidad del debate no forma parte de la cultura política salvadoreña, pero mientras más tardemos en impulsarla, más lejos estará la posibilidad de contar con los políticos y candidatos que necesita el país. El que algunos actores sociales hayan optado por impulsar foros con los candidatos de manera individual es una muestra de la necesidad de implementar una cultura de debate respetuoso, que propicie la discusión argumentativa de los problemas más acuciantes en nuestra sociedad.

Los candidatos que requerimos no son los que tienen mejor imagen, ni los que hablan mejor, ni los que hacen las promesas más grandilocuentes sin decir cómo las piensan cumplir. Los candidatos que necesitan los salvadoreños deben saber escuchar, respetar las opiniones de sus contrincantes, rebatir las críticas con argumentos convincentes. El país necesita espacios donde los candidatos, sin frases trilladas ni entrevistas arregladas, expongan sus propuestas y las defiendan. El debate político también aportaría información relevante y elementos de juicio para decidir por quién votar, y animaría al realismo en los planes de gobierno. Por eso, es la hora de presionar y dar los pasos necesarios para la realización de debates preelectorales, de manera que el candidato que decida no participar hipoteque su futuro político. Los salvadoreños merecen ver de frente y sin adornos lo que realmente ofrecen y lo que auténticamente son los candidatos. Es falso y malicioso argumentar que la sociedad salvadoreña no está lo suficientemente "madura" como para organizar un debate de altura. Lo mismo se decía de la alternancia en el poder, y ya la gente demostró que está mejor preparada que los políticos para hacer avanzar la democracia.

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