Hace siete años moría un estudiante de Arquitectura de la UCA. Se llamaba Mario Moreno y era voluntario activo de Techo, la organización latinoamericana antes conocida también como Un Techo para mi País. Fue asesinado en un asalto cuando regresaba de un cantón de La Unión donde la ONG planificaba una nueva construcción de viviendas. Participaba también con su guitarra en una banda juvenil de rock y todos sus compañeros lo recuerdan como una persona siempre alegre y creativa. Su experiencia en Techo lo llevó no solo a construir viviendas, sino, cuando tenía 18 años, a convivir en una champa durante quince días con una de las familias que iba a ser beneficiada.
En aquel momento escribió lo siguiente: “He vivido el martirio que viven miles de familias salvadoreñas; pero no solo vivimos en la champa, sino que trabajamos; fuimos a recoger basura, de albañil, ordeñar vacas; y me doy cuenta de los riesgos y sacrificios que hace nuestra gente para conseguir unos pocos dólares (…) La pobreza es un delito (…) los jóvenes no vamos a permitir que nuestra gente siga viviendo así”. Y siguió trabajando en la organización con esa misma decisión hasta el momento en que entregó su vida.
La semana pasada, en la presentación del informe de desarrollo humano del PNUD, se decía que “El Salvador es un ejemplo de conquista de desarrollo humano, y es el que más avanzado en este tema en los últimos 20 años”. Si esa afirmación es cierta, el avance en desarrollo humano es muy deficiente en el mundo en que vivimos. Si nosotros somos un ejemplo, con nuestras débiles redes de protección social, graves desigualdades, altos niveles de violencia, impunidad y corrupción, algo falla en el mundo. Al final, aunque los informes son necesarios, la solución está en las personas. Y los jóvenes necesitan ser parte de esa solución.
El Salvador necesita más personas como Mario Moreno. Gente que no se conforme con el discurso complaciente, aunque haya que reconocer los avances. Personas a las que les arda en las venas el dolor de sus prójimos y se comprometan con más energía a la transformación y desarrollo de El Salvador. Y, sobre todo, jóvenes que sean capaces de fijarse metas de erradicación de la pobreza, de superación de la violencia tanto estructural como criminal, de universalización igualitaria de los derechos básicos. Jóvenes a los que hay que alentar en vez de olvidar, marginar o golpear.
Para eso es necesaria una política de juventud más clara y enérgica, más decidida a transformar la vida de los jóvenes. No podemos hablar de desarrollo mientras seguimos transmitiendo generacionalmente pobreza, subempleo y desigualdad. Nuestros jóvenes tienen hoy los peores salarios, son los que más sufren de homicidios, se ven empujados en grandes proporciones a emigrar y a veces son forzados a ingresar a bandas criminales no solo por presiones de barrio, sino por la falta de perspectivas que la sociedad salvadoreña les ofrece. Esta sociedad consumista, clasista y excluyente, con escasos valores solidarios en las cúpulas del liderazgo económico, empuja a muchos jóvenes a la desesperanza.
Revertir esa situación implica invertir en los jóvenes, universalizar la educación secundaria, abrir posibilidades de formación técnica, ampliar el mundo universitario. Y apoyar a todos los que, como Mario, se lanzan generosos a multiplicar la solidaridad en El Salvador. Jóvenes incidiendo en la sociedad, rompiendo moldes y estructuras caducas. Hace años acostumbrábamos decir que solo el pobre salva al pobre. Hoy sabemos que son los esfuerzos colectivos, masivos y construidos sobre la generosidad y la solidaridad los que pueden transformar los países.
En El Salvador no habrá futuro si no logramos incorporar a los jóvenes a ese gran esfuerzo nacional de transformación y cambio. Grandes acuerdos nacionales, pactos fiscales orientados al desarrollo solidario, planes de nación o cualquier otro instrumento de planificación de futuro tiene que pasar por una política de inversión en nuestros jóvenes y niños, que posibilite y aliente a la construcción de una mejor sociedad. Una sociedad en la que se den la mano el conocimiento, la racionalidad, la convivencia solidaria y el esfuerzo generoso en torno al bien común. Y donde no se olvide nunca a jóvenes como Mario y tantos otros, que entregaron su energía y su vida a la tarea de ir pergeñando un país radicalmente más humano.