Muchas veces, cuando las cosas no van bien, solemos buscar culpas fuera de nosotros. Esta tendencia se agudiza cuando se trata de responsabilidades sociales. El ejercicio de la autocrítica, tan recomendado en la cultura democrática y participativa, es muy raro por estas latitudes. Por ejemplo, casi nunca se reconocen los propios errores en una derrota electoral; por el contrario, se buscan razones afuera para evadir las propias responsabilidades. Si se trata del país, las justificaciones para la dura realidad se multiplican. Los que detentan el poder siempre sobredimensionan sus logros y minimizan sus errores. La mala situación de la gente la justifican en la oposición interna, los fenómenos naturales o la crisis mundial. Nunca se reconoce la incapacidad o los desaciertos. Para calmar las voces que protestan y, sobre todo, para aplacar la propia conciencia, siempre se nos dice que se hace "lo mejor que se puede". ¿Es posible hacer algo radical en beneficio de la gente en un contexto de crisis y dentro del modelo capitalista? El presidente francés, François Hollande, está demostrando que cuando hay voluntad y se tiene el coraje de implementar cambios, otra política es posible.
En apenas tres meses de gobierno, entre otras medidas, el presidente francés suprimió el uso de carros oficiales y los subastó todos. Lo recaudado se destina al Fondo de Bienestar, que beneficia a las regiones con el mayor número de centros urbanos con barrios en ruinas. En el documento en el que comunicó a todos los organismos estatales la aplicación de la medida, Hollande desafió de manera provocativa a los altos funcionarios con frases como esta: "Si un ejecutivo que gana 650,000 euros al año no puede permitirse el lujo de comprar un buen coche con sus ingresos, quiere decir que es demasiado ambicioso, que es tonto o que es deshonesto, y la nación no necesita ninguna de estas tres figuras". Con esta acción, Francia se ahorró 345 millones de euros de inmediato, con los cuales se han inaugurado, desde el 15 de agosto pasado, 175 institutos de investigación científica avanzada, que dan trabajo a 2,560 jóvenes científicos que estaban desempleados.
Hollande también promulgó un decreto presidencial de urgencia que establece un incremento del 75% en la tributación de todas las familias que perciben ingresos netos de más de 5 millones de euros al año. Con lo recaudado, contratará a 59,870 licenciados desempleados como profesores públicos. De igual manera, el novel presidente de Francia cesó los subsidios estatales a los colegios privados de la Iglesia, y ha puesto en marcha con ese dinero un plan para la construcción de 4,500 jardines de infancia y 3,700 escuelas primarias, iniciando así un plan de recuperación de la inversión en infraestructura nacional. También estableció un "bono-cultura"; un mecanismo que libra de impuestos a las personas que constituyen cooperativa y abren una librería independiente, contratando al menos a dos licenciados de la lista estatal de desempleados.
Ha puesto en marcha, además, un procedimiento para los bancos: aquellos que proporcionen préstamos blandos a empresas francesas que producen bienes recibirán beneficios fiscales; aquellos que ofrezcan productos financieros especulativos pagarán una tarifa adicional. Hollande redujo en un 25% el sueldo de todos los funcionarios del Gobierno, en 32% el de todos los diputados y en 40% el de todos los ejecutivos estatales que ganan más de 800 mil euros anuales. Con lo ahorrado (unos 4 mil millones de euros), ha establecido un fondo para madres solteras en condiciones financieras difíciles, que les otorga un salario mensual por un período de entre 3 y 5 años.
Todas estas medidas se han adoptado sin modificar el equilibrio del presupuesto francés. ¿Qué resultados ha obtenido Francia en este poco tiempo? La inflación no ha aumentado y la competitividad de la productividad nacional se incrementó en junio por primera vez en tres años. ¿Se podría hacer algo de esto en El Salvador? Algunos dirán que acá no tenemos las condiciones de Francia. Y es cierto, pero aun con las limitadas posibilidades de nuestro país, se podrían recortar gastos superfluos y aumentar los impuestos para los que más tienen. ¿Por qué los altos funcionarios de un país tan pobre como el nuestro deben comprar a cuenta del Estado camionetas de lujo en vez de sedanes o utilizar el suyo propio? ¿Qué justifica que a sus altos salarios se sumen beneficios como teléfono, gasolina y motorista? ¿Por qué nunca se echa adelante una reforma fiscal que obligue a los más ricos a pagar más? ¿Por qué no se ha querido tocar de verdad a los que más tienen? Quizás no sea casual que el caso francés apenas merezca atención por parte de la prensa nacional. Esta solo cuenta que ha bajado la popularidad de Hollande, pero poco o nada dice sobre las medidas que pueden ser ejemplo para nosotros. Sin desconocer los errores que pueda cometer, el presidente francés está demostrando que cuando hay voluntad, sí se puede gobernar a favor de la gente.