Un espejo de la realidad salvadoreña

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Editorial UCA
02/05/2014

Por ser el deporte de conjunto más popular del mundo, casi nadie pasa indiferente cuando se habla de fútbol, sea para alabarlo, criticarlo o condenarlo como factor de alienación. Y allí donde es disciplina nacional, su desarrollo va unido a la marcha del país. Si a una selección nacional le va bien, el país entero gana con ella, y viceversa. Por eso, con mucha frecuencia, los políticos y gobernantes buscan sacar réditos de los vínculos de identidad que genera el fútbol. Así, si se quiere ver en pequeño la situación del país, basta echar un vistazo a la dinámica de ese deporte.

Por ejemplo, si se revisa la distribución de las butacas en los estadios, se nota que, al igual que en la vida nacional, quien puede pagar más accede a una mejor posición y a más comodidades. En el principal escenario de este deporte, la inmensa mayoría de espacios están en los sectores populares. De acuerdo a los datos de la FIFA, las secciones de sol general y preferente del estadio Cuscatlán suman 27 mil asientos de cemento desnudo, donde los servicios que se ofrecen son deplorables y no hay resguardo alguno de las inclemencias del tiempo. Por el contrario, en el sector de platea, el de la entrada más cara y donde solo caben un poco más de dos mil personas, cada espectador se sienta en una butaca, los servicios son adecuados, el sonido es claro y hay techo. En ese espacio, además, se hacen los actos protocolarios, de espalda a las mayorías. Y ni hablar de los palcos, que suman, según la entidad que administra el recinto, unas tres mil butacas de lujo. Esa área es al menos del mismo tamaño que la de los sectores populares, donde pueden llegar a apiñarse 30 mil personas.

También el fútbol es un espejo de la corrupción y el tráfico de influencias, que en El Salvador se ha convertido en una suerte de cultura. Los conocidos amaños en la selección nacional y, según se especula, en un equipo de la liga mayor no son sino una emulación de los arreglos que debajo de la mesa hacen los políticos, funcionarios y gente con gran poder económico. La compra de voluntades y la trampa no son patrimonio exclusivo del fútbol, aunque se haya publicitado más. Baste citar el fenómeno del transfuguismo en los partidos políticos, la evasión y colusión fiscal de los empresarios o la malversación de recursos públicos para caer en cuenta que lo que se da en este deporte tan popular es solo una extensión de lo que sucede en otros ámbitos de la vida nacional.

Tampoco el fútbol escapa a la violencia, que cuando se da en los estadios, dicho sea de paso, es tratada en los medios de comunicación con asombroso simplismo. Al igual que en la realidad, en los estadios el epicentro de la violencia suele ubicarse en los sectores populares. Hacia ellos se dirige el control y la represión policial, olvidando las causas del descontento de los fanáticos. En El Salvador, las barras de los equipos, en muchos sentidos un calco de los hinchas de otras latitudes, son un fenómeno relativamente nuevo. Algunos de los escasos estudios dedicados a estos grupos indican que detrás de ellos se condensan problemáticas juveniles de construcción de identidad, conformación de referentes simbólicos y constitución de prácticas sociales, entre otros. El fútbol, pues, tampoco es ajeno a las dinámicas juveniles y de violencia que caracterizan al país. Por ende, para sacarlo del atolladero, primero hay que sacar adelante al país. Y sacando al fútbol de estos vicios estructurales, se puede establecer un ejemplo a seguir por jóvenes y adultos.

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