Nuestra débil democracia camina a paso de tortuga. Por fin hubo un sucedáneo de debate entre candidatos a la presidencia, que públicamente se denominó Gran Debate Nacional. Pero no fue grande ni tuvo mecanismo de debate. Cada candidato se dedicó más a repetir promesas y a echarse flores que a reflexionar sobre las causas de los graves problemas del país. Algunas afirmaciones y propuestas fueron incluso alucinantes, como la del que quiere francotiradores para el combate de la delincuencia o la del candidato arenero, cuando dijo que El Salvador no necesita arquitectos, ingenieros, ni abogados. Traer a un periodista mexicano como facilitador del evento también llamó la atención. Algo así como que los estadounidenses llamaran a un británico para un debate entre sus candidatos.
El programa versó sobre cuatro temas específicos; salud y educación fueron dos de ellos. Ambos comparten en El Salvador un esquema profundamente clasista, que ofrece más oportunidades tanto en educación como en salud a quienes tienen más. Son sistemas muy poco equitativos, que marginan a quienes tienen menos recursos. Es cierto que con este Gobierno creció claramente la cobertura de salud a través de los Equipos Comunitarios de Salud Familiar y Especializados (ECOS). Pero el doble sistema público de salud, que diferencia la calidad del servicio entre cotizantes al Seguro Social y no cotizantes, brindando diferente calidad a uno y a otro sector, permanece como una vergüenza para El Salvador y como signo de su falta de desarrollo social. Y sobre esto no hubo ni una mención por parte de los candidatos, que parecen ignorar que se mueven fuera de la democracia aquellos líderes incapaces de promover un único sistema público de salud. Las diferencias y desigualdades en calidad entre algunos modelos de educación privada, dirigida a las clases medias, y la educación pública, especialmente en el área rural, son también escandalosas. Y no merecieron una tan sola palabra, al igual que no hubo mención sobre el hecho de que no habrá educación de calidad mientras los maestros permanezcan mal pagados y sometidos al pluriempleo.
En el tema de la seguridad, ninguno de los candidatos fue capaz de hablar de la injusticia estructural y de las graves desigualdades en El Salvador como causas importantes de la delincuencia. La corrupción —no universal, pero sí extendida— en el liderazgo político y empresarial no apareció en el debate como un problema de delincuencia ni de seguridad, cuando en realidad marca líneas claras de accionar ilegal y, por tanto, se convierte fácilmente en acicate en favor de la violencia. La militarización de la seguridad pública fue mencionada por Arena y los partidos pequeños, dispuestos con irresponsable ligereza a toques de queda, regímenes de excepción, incorporación de veteranos excombatientes a la lucha contra la delincuencia, etcétera. Los otros partidos fueron incapaces de manifestar lo obvio: ni la Constitución de la República la permite, ni el Ejército es un cuerpo idóneo para perseguir el delito. Entre la locura de unos y la incapacidad de otros, nos queda la impresión de que tendremos delincuencia para rato.
Y finalmente, el plato fuerte vino con la economía. Ningún candidato dio una respuesta realista y concreta a los problemas del país, sumido en una grave crisis fiscal, económicamente estancado, más dedicado al consumo que a la inversión productiva, endeudado hasta el límite, y que a corto plazo tendrá que optar entre la desdolarización o la subida de impuestos. Cualquiera de las dos medidas podría acarrear una grave crisis nacional, que dañaría severamente a los más pobres y a las clases medias. Por más que el moderador insistió en preguntar a los candidatos cómo iban a financiar todo lo que prometían, no obtuvo respuesta. Con seguridad ninguno de los candidatos lo sabe o le interesa saberlo. El riesgo es que acaben, como todos los presidentes anteriores, diciendo "amén" a las recetas de los bancos internacionales, casi siempre dañinas para la población. Eso si no se les ocurre confiar en que algún supuesto entendido, cuando no iluminado, les dé la solución a la problemática económica. Se habló mucho de generar empleo, pero jamás se tocó el tema del salario mínimo, tan vergonzoso y desigual, propiciador de esta cultura clasista e injusta que oficialmente desprecia al más pobre y beneficia al poderoso.
Tal vez, dada nuestra escasa tradición democrática, esta haya sido la única manera de comenzar a abrir las mentes a la necesidad de debatir los problemas del país con los candidatos a la presidencia. Es cierto que el formato no daba oportunidad de profundizar en los temas. Pero dadas las barbaridades y simplezas que se dijeron, es mejor que los candidatos no hayan hablado demasiado. No dan la impresión de amar la inteligencia ni de tener soluciones a la mano. Cuanto más dura es la crisis, más ha descendido la calidad de los candidatos. El ciudadano salvadoreño que haya visto el debate tendrá que resignarse con elegir al menos malo. Y si quiere que el país salga adelante, cobrar nuevas fuerzas para impulsar un rumbo verdaderamente democrático a través de la participación ciudadana crítica y propositiva.