¿Gobernar para la gente o con la gente?

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Editorial UCA
16/06/2021

Lo que cualquier población espera de sus gobernantes es que tengan como objetivo principal satisfacer sus necesidades y aspiraciones. Usualmente, este es el principal, si no el único, criterio de evaluación de un gobierno y en base a ello se establece el apoyo que recibe por parte de los ciudadanos. En El Salvador, los gobernantes han solido iniciar su andadura con un importante apoyo que se ha ido desgastando conforme pasa el tiempo, precisamente porque no han sido capaces de responder a los intereses y a las necesidades más sentidas de la población ni cumplir con sus expectativas de desarrollo. Además, la falta de honestidad de la mayoría de funcionarios, que con demasiada frecuencia se han enriquecido a costa del erario público, ha sido determinante para que la población, tarde o temprano, les retire su confianza. Así fue como perdieron el apoyo popular la Democracia Cristiana, Arena y el FMLN, y lo mismo sucederá con cualquier partido que gobierne de espaldas a la población y no sea capaz de responder a las expectativas populares.

En países con más cultura democrática, es cada vez mayor la demanda de que los gobernantes se mantengan cercanos a la población para que conozcan de primera mano sus problemas, necesidades, deseos y proyectos de vida. En nuestras latitudes, durante las campañas electorales, quienes aspiran a ocupar un puesto en el Estado se mezclan con la gente, en especial con los más sencillos, pero una vez elegidos se integran al grupo de los que creen estar por encima del pueblo. Muchos políticos se consideran ungidos, investidos de un conocimiento y sabiduría infusos, por el hecho de haber recibido más votos que el resto. Así, están convencidos de que saben lo que la población necesita y lo que mejor le conviene. Excepcionales son los representantes del Estado que una vez electos se toman el tiempo de sentarse con la gente para conocer a fondo y de primera mano su realidad, y escuchar y hacer suyas las propuestas que tiene para resolver sus problemas.

Desde el fin de la fuerra, las autoridades que El Salvador ha tenido a lo más que han llegado es a gobernar para la gente, pero no han dado el paso a gobernar con la gente, y esa carencia ha sido fundamental en su fracaso.  La clave está en no solo escuchar a la población, sino en hacerla partícipe de las acciones encaminadas a resolver los problemas que sufre en carne propia; es decir, optar por la horizontalidad política, no por la verticalidad tradicional. El éxito de una administración pública está ligado a su capacidad de actuar en colaboración con la sociedad y ofrecer espacios para la participación organizada de los ciudadanos en la toma de decisiones y en el seguimiento y evaluación de los asuntos de interés público; en su capacidad de establecer mecanismos mediante los cuales la población articule sus intereses, ejerza sus derechos, cumpla sus obligaciones y resuelva sus diferencias.

La gestión de Nayib Bukele es claramente verticalista; está arraigada a la tradición de gobernar para la gente sin la gente. El suyo es un gobierno elitista convencido de saber lo que los salvadoreños quieren, por lo que no necesita escucharlos ni contar con ellos para la solución de sus problemas; el suyo es un gobierno que excluye a muchos de los que podrían colaborar y participar en la búsqueda de soluciones a las necesidades colectivas. Por tanto, sus posibilidades de éxito a largo plazo son reducidas.

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