“A la luz de toda lógica y experiencia común —remató el fiscal su escrito— una mujer embarazada por humilde que sea, e independientemente de su estatus económico, busca asistencia médica para llevar su control prenatal, así como asistencia médica o de personas con conocimiento empírico para que les asista en el parto; por lo que se establece que existe una acción dolosa por parte de la imputada”. Con estas palabras, el acusador finalizó su argumento de “casación” buscando revocar la resolución adversa de sobreseimiento que le impide condenar a María hasta por 25 años de prisión.
“A la luz de toda lógica y experiencia común”, pensé, luego de recordar el estudio social del expediente judicial… ¿Qué sabe María, la del barranco, de la lógica y la experiencia común? María vive en un caserío de un pequeño municipio de La Unión, un lugar alejado con altos niveles de pobreza cuya principal fuente de ingresos es recibir remesas, cuando no la crianza de animales de corral. La escuela más cercana a María culmina en el sexto grado, y se alcanza luego de caminar una hora de distancia; la falta de personal y recursos impide que los servicios de salud del Estado lleguen al caserío de María.
Por su parte, la vivienda de María no es más que un conjunto organizado de retazos y latas, un espacio de siete por cuatro metros de tablones largos, láminas deterioradas y pedazos de plástico sueltos, todo rodeado por una vereda montañosa, un cerro de barro rojo con constantes deslizamientos y un barranco de varios metros en el cual hace sus necesidades la familia de María, al aire libre, como lo hacen los perros y gatos de nuestras cercadas residenciales.
¿Qué se yo de la experiencia y lógica común de María? ¿Qué se yo de tener un barranco por sanitario? Recuerdo que en cierta ocasión fui invitado a una zona rural aledaña a la carretera de Comalapa; recuerdo la vejiga inflada por las ganas de orinar, que, aunque fuertes, no eran tan poderosas como para ingresar en la fosa séptica de la caseta: el olor fétido y la apariencia derruida del espacio cerrado sobre un suelo de tierra me quitaron las ganas. Pero aquí estoy, junto a mis doctos colegas en derecho, juzgando a María por ignorar la “luz de toda lógica y experiencia” ¿Cuál lógica y cuál experiencia?
Una tarde de febrero, María, la del barranco, sintió dolores leves y ganas de defecar. La joven de 23 años, que cargaba un embarazo de su tío, un señor casado con tres hijos, se acurruco junto a los únicos testigos del hecho, árboles y piedras, en el servicio sanitario de su residencia, un barranco. El dolor se hizo insoportable. María perdió el equilibrio y se golpeó la cabeza contra un árbol de quebracho. El ruido fue suficiente para que la mamá de María se percatara de lo sucedido, así como del embarazo y alumbramiento de su sobrino-nieto.
A pesar del sobresalto, la madre y hermana de María consiguieron un vehículo de uno de los vecinos, y la trasladaron al centro asistencial, junto al amoratado recién nacido. María fue detenida y procesada por el delito de homicidio; su error fue evidente: contrariar la ley, pero no la de los códigos, sino la que proviene de la enceguecedora lógica y el sentido común: los hijos son productos del amor y no del abuso, los embarazos proceden de relaciones pudorosas y no de la violación o un incesto impuesto por la fuerza, los nacimientos son acontecimientos cargados de belleza y no de miedo o vergüenza.
María actuó contra la lógica, y por una conversión de esas que hacemos los juristas, iure et de iure, María es una asesina calculadora que esperó ansiosa el desenlace de su embarazo para asesinar a su recién nacido, disparándolo con su vientre cargado contra un barranco; tan malévola como para esperar por meses el avistamiento de su presa, pero no tan calculadora como para evitar un árbol de quebracho. El delito perfecto para una sociedad tan conservadora como carente de empatía y solidaridad; un crimen desde lo que los tribunales denominan “el uso de la lógica y el sentido común”.
* Oswaldo Feusier, académico del Departamento de Ciencias Jurídicas.