En un proceso de militarización, las fuerzas militares asumen roles y tareas que más bien le corresponden a instancias civiles. Complementariamente, el militarismo es la ideología que postula la primacía del ejército y los valores que le están asociados. Militarización y militarismo están estrechamente relacionados. El militarismo da paso a la militarización, y esta a su vez potencia a la ideología militar. Hoy en día, la militarización ha cobrado fuerza en diversas regiones del mundo.
En América, los países con democracias más consolidadas, especialmente en el sur del continente, mantienen a sus fuerzas armadas sujetas a la autoridad civil; en otros, especialmente en Centroamérica, los militares han recuperado el protagonismo de épocas pasadas, a pesar de los crímenes cometidos y el historial de corrupción de sus altos mandos. El afán de resolver los problemas a través del uso de la fuerza se abre paso ante la debilidad de las instituciones civiles. En el fondo de los procesos de militarización está la creencia de que los militares son más competentes.
En El Salvador, uno de los mayores logros de los Acuerdos de Paz fue redefinir el rol de la Fuerza Armada, limitándola a la defensa del territorio y de la soberanía nacional, y dejando la labor de la seguridad ciudadana en manos de una Policía Nacional Civil independiente del estamento militar. En este sentido, el actual proceso de militarización en el que el país está inmerso es una involución. Una involución, eso sí, muy popular, que descansa, entre otros factores, en una imagen de disciplina militar que se contrapone al desorden y la inconsistencia institucional que han caracterizado a la mayoría de las autoridades civiles salvadoreñas.
Ahora bien, la disciplina militar descansa en la obediencia; la subordinación absoluta al que manda es su principio fundamental. Por ello, designar a un militar para que ejerza funciones civiles garantiza, por un lado, obediencia ciega a quien lo nombra y, por otro, una administración que actúa con base en órdenes que no admiten réplica. Durante la guerra, la lógica de la obediencia ciega facilitó la comisión de graves violaciones a los derechos humanos. Hoy, esa misma lógica permite la captura de personas inocentes para cumplir cuotas de detenciones o para silenciar voces críticas. En la misma línea, confiar la educación de la juventud a militares busca formar ciudadanos obedientes y dóciles, sin pensamiento crítico, sin autonomía, sin diversidad de ideas.
El nombramiento de militares en puestos civiles en países con cultura e historia autoritarias no augura un buen futuro para sus pueblos. La evidencia demuestra que la militarización no es eficaz para mejorar la seguridad en el largo plazo ni para formar personas abiertas al diálogo y al respeto de la dignidad humana. Más que fuerza y obediencia, Latinoamérica en general y El Salvador en particular necesitan cultura, tolerancia al disenso, derechos humanos, justicia social, paz.