Las deportaciones de migrantes latinoamericanos han comenzado en Estados Unidos. Muy probablemente el Gobierno de Trump será incapaz —por lo oneroso de la medida y por insuficiencias logísticas— de alcanzar la masividad que anunció, pero lo visto hasta ahora ha sido suficiente para causar gran impacto. Las redadas han sembrado temor en los migrantes indocumentados y en sus países de origen, por las consecuencias de posibles deportaciones masivas.
Las deportaciones de Trump y el modo humillante de ejecutarlas son reflejo de la criminalización de la migración, un prejuicio que es compartido por una buena parte de la población estadounidense, incluso por ciudadanos de origen latino. La medida emana del racismo y la xenofobia que azuzan Trump y la gran mayoría de republicanos. Los argumentos para justificarla no resisten la crítica. No es que al mandatario se le olvide que su madre fue inmigrante escocesa y que sus abuelos paternos llegaron de Alemania. Para Alberto Ares, director del Servicio Jesuita a Refugiados de Europa, la campaña contra los y las migrante descansa en cinco mitos.
El primero, los migrantes están invadiendo los territorios. Esto es falso; estadísticas oficiales indican que la migración internacional se ha mantenido relativamente estable durante años, representando el 3% de la población mundial. En el caso de Estados Unidos, diversas instancias oficiales estiman que el número de migrantes indocumentados en ese país se mantiene en torno a las 11 millones de personas desde hace años. El segundo mito es que los migrantes reciben más ayudas que la población originaria; sin embargo, la realidad es que ellos aportan más al Estado de lo que reciben, contribuyendo significativamente a la generación de riqueza, al desarrollo y a la innovación. De acuerdo al Instituto de Política Fiscal y Económica, los trabajadores indocumentados en Estados Unidos pagaron 96 mil 700 millones de dólares en impuestos en el año 2022. Otras instancias estiman cantidades similares.
El tercer mito afirma que los migrantes causan inseguridad en los países a los que llegan. Otra falsedad. No hay evidencia científica de que la migración aumente los índices delincuenciales; al contrario, algunos estudios señalan que la criminalidad es menor en ciudades con alta migración. El cuarto mito: los migrantes le quitan los empleos a la población originaria. Diversas investigaciones demuestran que las personas migrantes por lo general ocupan puestos en los que la población local no está dispuesta a trabajar, como la atención a la tercera edad, la agricultura y el servicio básico en restaurantes y hoteles. Y el quinto mito, muy propio de Trump, es que los muros detienen la migración. Lo que está comprobado es que las medidas que endurecen los controles fronterizos son ineficaces, causan muerte y deshumanización.
La campaña de Trump contra los migrantes se basa en premisas falsas. De llegarse a concretar la masividad de las deportaciones, los efectos no solo serán perniciosos para los migrantes, sino también para la economía de Estados Unidos, pues la recaudación tributaria se verá reducida y no habrá quién se ocupe de las tareas sencillas pero esenciales que realizaban los expulsados. Cuando Trump apunta contra los migrantes, apunta también contra una de las bases que hacen posible el modo de vida estadounidense.