Hace muchos años, dos compañeros y yo estábamos en un pasillo del Módulo B esperando a alguien. Frente a nosotros pasó Mauro, el mítico e histórico profesor de matemáticas con quien habíamos cursado las materias básicas del cálculo de la ingeniería y la arquitectura, y nos dijo: “Vengan, voy a darles algo a cada uno”. Desconcertados, lo seguimos hasta a su oficina y nos dijo: "Vaya, tomen" y, acto seguido, nos dio un dólar a cada uno. Mauro era así. Espontáneo, bromista, carismático y cercano. Le gustaba ser ese profesor detallista, atento y dispuesto a ayudar y escuchar a sus estudiantes. No recuerdo cómo terminó esa tarde, pero estoy segura de que debió habernos tocado la guitarra y que nos terminó de alegrar el día con sus anécdotas sobre los mártires y su vida en la UCA.
Sus materias no eran sencillas. Enseñaba lógica matemática, funciones, límites, derivadas, ecuaciones diferenciales, sucesiones, coordenadas polares y cilíndricas, teoremas, integrales múltiples y todas esas cosas a las que uno les tiene miedo cuando está en la universidad. Sin embargo, él tenía el don de poder desentrampar hasta el enredo más complicado y de poner en lenguaje simple y universal aquello que para la mayoría era inentendible. “¿Te quedaste? Yo sé que te quedaste”, solía decirnos cuando miraba nuestras caras enmarañadas en medio de sus clases, y no le importaba repetir y repetir el mismo tema hasta hacernos entender. Era paciente. Procuraba mantener el mismo ritmo para que todos pudiéramos seguirlo, pero lo que realmente sorprendía de su rol como maestro era su humildad, su empatía y su compromiso social con la educación.
Originario de Chalatenango, se graduó como maestro normalista con especialidad en matemáticas y física y estudió las licenciaturas en física, química y matemática en la Universidad de Berna, Suiza. Por su talento natural para las ciencias exactas y su excelente desempeño como estudiante, tuvo la oportunidad de haberse quedado en ese país o de llevar una vida tranquila en cualquier otro, pero, entre tantas opciones, escogió regresar a El Salvador y compartir con nosotros todo lo que aprendió.
Fue profesor de la UCA desde 1981 hasta 2019. Su trayectoria académica incluye importantes publicaciones de libros y cuadernos de cátedra de matemática para educación básica, preuniversitaria y universitaria, abarcando niveles de pregrado, grado y posgrado. Impartió Matemáticas I, II, III y IV, y colaboró en el diseño de muchos planes de estudio de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura. A pesar de ello, no fueron sus conocimientos ni sus múltiples titulaciones lo que lo hicieron trascender. Aún con toda su formación, Mauro era un profesor generoso que acompañaba y se rebuscaba por hacernos partícipes del aprendizaje; era el profesor que jamás iba a humillarnos por no entender o no saber.
En Mate IV, recuerdo que nos dijo que nos imagináramos cómo se movería un chicle pegado a la llanta de una bicicleta para explicarnos el comportamiento de una función, y fue precisamente eso lo que hizo que generaciones enteras lo recordemos con tanto cariño. Cuando llegaba un becario nuevo a la Facultad, él, junto a la ingeniera Merlos, se encargaba personalmente de brindarle tutoría, acompañarlo y darle consejo. No toleraba un “no puedo” para justificar una mala nota, y a todo el que se atrevió a decírselo le contestaba, desde su ejemplo y su vida: “Si yo pude, vos podés”. Muchas veces, incluso, pagó de su propia bolsa tutores personalizados para atender a los estudiantes con mayor necesidad que solían creer que no podían o que se encontraban en desventaja, y no era extraño que nos comprara el almuerzo o un refrigerio cuando notaba que ya llevábamos varias horas estudiando en el mismo lugar.
En mi experiencia personal, su cercanía y apertura me hicieron compartirle que me gustaba escribir poesía. Sin dudarlo, me pidió mis poemas y por pura iniciativa propia empezó a musicalizarme algunos. El más emblemático, “Mujer de la calle”, lo musicalizó de tal forma que acabamos declamándolo y cantándolo juntos en varios eventos y lugares. Mauro no era el profesor que se queda en el aula. De manera perspicaz, le gustaba enseñarnos que lo más importante era la humanidad, y que el miedo más grande no se le debía tener a la matemática, sino a perder nuestra fragilidad y nuestra empatía.
Su partida deja un enorme vacío. Se va en medio de dos semanas trágicas en las que también hemos dicho adiós a los sacerdotes jesuitas Rafael de Sivatte y José María Tojeira. Se va, pero nos deja un gran legado que perdurará. Así que, Mauro, aunque ya no estés físicamente, “te quedaste, yo sé que te quedaste”; te quedaste con nosotros para siempre y nos dejaste la prueba de que sí se puede enseñar con el corazón.
* Violeta Martínez, académica del Departamento de Ingeniería de Procesos y Ciencias Ambientales.