Estimados rector y autoridades que presiden la mesa la mesa de honor, estimados catedráticos, familiares y amigos que nos acompañan, queridos compañeros, tengan todos muy buenas noches.
Es un honor para mí dirigirme a ustedes. Primero, para agradecer a Dios todopoderoso porque nos ha concedido inteligencia, recursos y habilidades para enfrentar dificultades y por permitirnos llegar hasta este día tan anhelado. Segundo, para agradecer a nuestros padres y familiares, los que están lejos y los que se nos adelantaron en el camino de la vida, sin quienes no seríamos lo que somos y no estaríamos hoy celebrando este triunfo. Tercero, para dar las gracias a esta institución y a todas las personas que trabajan en ella, especialmente a nuestros catedráticos por ayudarnos, guiarnos y compartir sus conocimientos. Ustedes han contribuido a formarnos como personas con conciencia social. Y finalmente, a ustedes, compañeros, porque no todo fue exámenes y trabajos. Gracias a su amistad, la carga del estudio se volvió más ligera.
Compañeros, hoy es una fecha que marca un antes y un después. Desde hoy, dejamos de ser el futuro del país y nos convertimos en su presente, lo cual significa para nosotros un privilegio y una responsabilidad. Un privilegio en tanto que somos parte de la minoría de salvadoreños que tiene acceso a la educación superior. Y este hecho nos vuelve responsables de transformar la situación en la que vivimos. Una realidad marcada por la corrupción, el odio, el resentimiento y la polarización política. Como Albert Einstein decía: “Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Y con esto me refiero a la corrupción en la que podemos vernos envueltos en el trabajo, a las mentiras y abusos de poder que podemos cometer en algún momento con nuestros subalternos. Esas son las cosas que podemos y debemos cambiar. Pensemos que si 100 personas actúan con rectitud, habrá 100 corruptos menos, y probablemente esto se contagie a otros.
El Salvador debe resurgir. Nosotros somos una generación nueva, caracterizada porque nacimos en los años cercanos a la firma de los Acuerdos de Paz. Debemos librar a esta sociedad de costumbres y tradiciones que nos causan dolor. De aquellas actitudes, vicios y costumbres que nos impiden el cambio, que nos atan a la mediocridad, a la falta de ánimo para empezar la lucha. Por eso los invito a que vivamos desde ahora en el presente, apuntando al futuro, sin dejar de aprender del pasado, pues un pueblo sin memoria histórica seguro fracasará.
El cambio del que les hablo pasa primero por nosotros mismos, por ser los ciudadanos y profesionales que este país necesita. En primera instancia, debemos aprender a ser nosotros mismos siempre; cometamos nuestros propios errores, disfrutemos de nuestros aciertos y, principalmente, creamos, de ahora en adelante, en nosotros mismos, en que podemos conseguir nuestros sueños. Pensemos en grande: emprendamos, trabajemos para una gran compañía, estudiemos en el extranjero; persigamos nuestros deseos con metas pequeñas y claras. Démonos la oportunidad de demostrarnos a nosotros mismos de lo que somos capaces; pero ante todo seamos humildes, en las derrotas y en los éxitos. Pongámosle el corazón a lo que hacemos. Seamos curiosos, observadores y capaces de estar en continuo aprendizaje. No nos dejemos vencer. La clave del éxito no está en no fracasar, sino en saberse levantar.
Pero dentro de todo esto, no apostemos nuestra vida a la carrera profesional. Debemos ser conscientes de que el dinero, el poder, la fama, los reconocimientos y demás frutos de nuestra profesión no llenarán nuestro corazón ni nos darán la felicidad que anhelamos. El dinero no puede comprar la compañía de un amigo, ni tiempo, mucho menos amor. No tengamos miedo a tomar decisiones que nos alejen un poco del éxito profesional. No rehuyamos ir en contra de la corriente que nos inspira a ser egoístas, a velar solo por nuestros intereses. Rescatemos la base fundamental de la sociedad: la familia. Nuestra época está marcada por una cultura acelerada que presenta al matrimonio y a la familia como un impedimento para la realización personal y profesional.
Vivimos en un mundo enfocado en el yo: mis deseos, mis aspiraciones, mis sueños, mis metas, mis problemas, mis sentimientos; un mundo que ha desvalorizando por completo la importancia de la comunidad. Sin embargo, un conjunto de personas vive, sufre y, como hoy, se alegra con nosotros; nuestra vida está unida a la de ellos. Esto significa que nuestras acciones tendrán repercusiones en los que nos rodean. Por lo tanto, tenemos una responsabilidad con los más necesitados. Resuenan hoy en mí estas palabras: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”, porque a partir de este día estamos llamados a poner nuestros conocimientos y habilidades a favor de aquellos que, por la razón que sea, no tuvieron los mismos privilegios que nosotros.
Compañeros, no me resta más que felicitarlos, desearles lo mejor y que encuentren la felicidad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.