Muy buenas noches, honorables autoridades que presiden la mesa de honor, estimados catedráticos, queridos compañeros graduados, amigos y familiares. Es un honor dirigirme a ustedes.
Este ha sido sin duda un camino lleno de obstáculos, así que considero oportuno iniciar estas palabras agradeciendo a Dios Todopoderoso por ser mi guía. Gracias también a mi familia en Cristo, que desde mis inicios como estudiante vieron mi potencial y me acompañaron en los diferentes momentos que el proceso requería, a fin de que culminara mis proyectos y me convirtiera en un agente de cambio e instrumento de Dios.
A mi familia, por ser el motor que ha impulsado el viaje a lo largo de este camino maravilloso, en el que he aprendido el valor del esfuerzo, la entrega y el amor incondicional. Gracias, además, a todos y cada uno de los catedráticos, quienes acrisolaron conocimientos y experiencia en cada uno de nosotros, y dedicaron largas horas a la formación de esta generación de buscadores de éxito. Y por supuesto, gracias a todos esos verdaderos amigos que encontramos al paso de estos años.
Era de esperarse que el camino estuviera lleno de dificultades de todo tipo (mentiríamos al no decir que más de alguna vez creímos que no lo lograríamos). Pero ¿por qué habríamos esperado un camino fácil? El trabajo en equipo se pule precisamente aprendiendo a lidiar con los desacuerdos e imperfecciones de cada miembro. A lo largo de nuestra carrera, hemos sumado a nuestro léxico la palabra “oportunidad”. Para alcanzar cada meta que nos propusimos, tuvimos que aprovechar cada oportunidad que se nos presentó, en lugar de intentar huir de ella. Esto significa que la educación que hemos recibido no ha sido solo académica, sino también emocional, actitudinal y ética.
Hay muchas anécdotas alrededor de este logro, así como innumerables oraciones y plegarias de aquellos que trabajaron hombro a hombro en la construcción de este sueño. Personalmente, nunca olvido el primer día de clases, lleno de ansiedad y emoción; la primera exposición; las noches de desvelo; los consejos de nuestros catedráticos justo antes de un examen. Por momentos, percibí a los maestros muy estrictos, al punto que sentí que no les caía bien, pero sencillamente estábamos ante nuevos niveles de exigencia.
En algún momento, nos sentimos ahogados por las fechas de entrega, las correcciones de trabajos, la ansiedad de las notas finales, pero terminamos dando saltos de alegría al aprobar el proceso de graduación. Los que nunca faltaron fueron los amigos hechos durante la carrera; amigos que han quedado para siempre de nuestra mano.
Como dijo John Maxwell: “No hay nada de verdadero valor que se pueda lograr en soledad o aislamiento”. Este triunfo es fruto de un trabajo integrado, en el que participó Dios, que da la sabiduría, la inteligencia y el entendimiento día a día, la gente que nos apoyó y, por supuesto, nuestra universidad, que nos abrió sus puertas para volvernos personas útiles para la sociedad.
Para finalizar, los invito a que sigamos soñando en grande y a cumplir nuestras metas, ya que la única forma de que los deseos se conviertan en realidad es trabajando por ellos. Seamos perseverantes. Seamos libres de escoger qué queremos ser. Amemos nuestras ideas. Pongamos pasión en cada cosa que hagamos y mantengamos la disciplina de ser grandes profesionales y maravillosos seres humanos.
Cierro con estas palabras de Pablo de Tarso: “No pienso que yo ya lo haya alcanzado. Más bien, sigo adelante trabajando, me olvido de lo que quedó atrás y me esfuerzo por alcanzar lo que está adelante”. Muchas gracias, y felicidades a todos.
* Gabriela Cortez, graduada de Licenciatura en Administración de Empresas.