Discurso de la representante de los graduados de la Facultad de Postgrados

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Buenas noches. Este día marca para quienes estamos acá, y para los amigos y familiares que nos han acompañado, el fin de un largo e intenso proceso de especialización en un campo del saber. Pero también es un día que marca el inicio de una práctica profesional que se enfrentará a grandes retos, comenzando por el de la inserción laboral para unos, o la consolidación de una opción profesional para otros. El camino de formación que hemos recorrido para llegar hasta acá ha llegado a su término y está por rendir sus frutos. En este marco de acción de gracias y celebración conjunta, me gustaría compartir con ustedes algunas preguntas y reflexiones que nos recuerden que no venimos de cualquier formación, ni decidimos llevar a cabo cualquier proceso de instrucción; decidimos hacerlo en la UCA.

La Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" se define a sí misma como una universidad para el cambio social: así se lee en la página institucional o se escucha en los anuncios que se difunden por la radio. La identidad de la UCA está dada por su misión: conocer la realidad nacional para hacer propuestas que impulsen la transformación de aquellas estructuras que impiden el desarrollo pleno de los y las salvadoreñas.

Desde 1989 hasta el día de hoy, dos mil doscientos ochenta y ocho profesionales hemos egresado de los posgrados de la UCA. Parafraseando el famoso texto de Ignacio Ellacuría, Filosofía, ¿para qué?, publicado en 1976, podemos preguntarnos hoy: más de dos mil profesionales, ¿para qué? Como toda pregunta, esta puede tener múltiples respuestas. Sin embargo, quiero compartir con ustedes algunas pautas a partir del pensamiento de Ignacio Ellacuría, uno de los más grandes intelectuales que ha reflexionado sobre el quehacer universitario en este país. Releyendo hace unos días sus Escritos universitarios, me llamó la atención la manera en que enfatiza el ser y quehacer de la Universidad —y por tanto, de los profesionales egresados de ella— estrechamente vinculado al contexto histórico. Me parece que sus ideas siguen siendo inspiración y guía para vislumbrar el horizonte de nuestra praxis como graduados de la Facultad de Postgrados de la UCA.

Ellacuría señala que el fin primario de la Universidad no es la formación de profesionales que se dediquen exclusivamente a defender sus propios intereses y a hacer del lucro el motor de sus vidas. Los verdaderos profesionales, dice el filósofo, están llamados a resolver lo más pronto posible las dinámicas deshumanizadoras del país; a generar una situación que lleve a un mayor despertar de la conciencia social de la nación; a proponer medidas para que se genere en el país un radical cambio social.

Y es que, para Ellacuría, la realidad es el principio fundante y determinante de la inteligencia. La realidad nacional, con su multiplicidad de aspectos y su entronque con la realidad universal histórica, es el principio que determina lo que debe ser el saber universitario, que no es un saber cualquiera. De los profesionales de la UCA se espera un saber riguroso, cuyo objeto principal es la realidad nacional, ya que no se puede cambiar una estructura social irracional e injusta sin conocerla a fondo. Y esta no es tarea fácil; es resultado de mucho trabajo intelectual. Solo con el saber de una disciplina —cualquiera que sea— bien dominada y asimilada, críticamente asumida, fruto de un laborioso esfuerzo de investigación en los más diversos campos y desde las más diversas disciplinas, el saber universitario podrá ofrecer soluciones a los grandes problemas de la realidad nacional. El reto para los profesionales que hoy egresamos de esta universidad es inmenso. Se trata de poner los talentos al servicio de un desarrollo que sea capaz de satisfacer las necesidades básicas de diez millones de salvadoreños —dentro y fuera del territorio nacional—. Y, como señalaba Ellacuría, este reto tiene mucho de técnico, pero también mucho de político.

En una entrevista reciente, el filósofo y teólogo Antonio González, profesor de esta universidad y discípulo de Ignacio Ellacuría, señalaba que la crisis actual de Occidente tiene que ver con una crisis de la democracia: el auge del individualismo hizo que los valores éticos que fundamentaron la democracia moderna entraran en un franco proceso de erosión. Y es que la ética es el fundamento de la democracia real, esa democracia que concierne al interés del bien común, de lo público, de todo el planteamiento de la vida, de las instituciones sociales y empresariales. En este momento de crisis, la tentación del "sálvese quien pueda" es muy grande. Por ello, hoy es necesario recordar que buscar solamente el interés individual es un rasgo que no solo desvirtúa la democracia al mutilar la dimensión comunitaria de la sociedad, sino que también desvirtúa la propia condición humana, cuya característica principal es su capacidad relacional, su sociabilidad, su capacidad de ponerse en los zapatos del otro.

El sistema de vida que tenemos actualmente nos ha vendido la idea de que la política debe estar al servicio de una desmedida e irrestricta acumulación de la ganancia económica, aun a costa de la muerte de millones de personas. Me parece que, desde la inspiración de la UCA, los nuevos profesionales estamos llamados hoy a recuperar el talante ético y político de la democracia, a fortalecer el pensamiento crítico a través de las redes que hemos construido en estos años de estudio y a mantener en nuestro horizonte la preocupación por la vida real y concreta de todos y cada una de las personas que conforman este mosaico al que llamamos nuestro país. Muchas gracias.

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