Discurso del representante de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades

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Julio Ramírez
05/12/2016

Autoridades universitarias, compañeras y compañeros, familiares y amigos, reciban un cordial saludo de parte de los graduados de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades. Para nosotros, es motivo de alegría contar con su presencia en este solemne acto de graduación, con el cual culminamos esta etapa de nuestra formación académica.

Hoy, elevamos una acción de gracias a Dios porque Él es quien “concede la sabiduría y de su boca brotan el saber y la prudencia” (Proverbios 2, 6). Agradecemos el esfuerzo de nuestros padres, familiares, maestros y amigos, pilares fundamentales en nuestra formación académica y personal. De igual forma, deseamos rendir un homenaje a todos aquellos que ya no están aquí, pero cuya memoria sigue viva en nuestros corazones.

Hace más de 5 años, todos arribamos a esta universidad con un sueño, un anhelo. Muchos éramos adolescentes, recién graduados del bachillerato; y desde que entramos a este campus universitario, lleno de naturaleza y aire puro, sentimos un latir en nuestro corazón que nos impulsó a seguir este caminar. Al entrar al aula del curso propedéutico y encontrarnos con una diversidad de pensamientos, supimos con certeza que esta era la universidad de nuestros sueños.

El camino inició con un balde de agua fría; tuvimos contacto vivo con el pasado de nuestro país, un pasado que aún reclama justicia y que de inmediato se hizo uno con nuestro sentir. El testimonio de la vida de los mártires jesuitas y de todas las víctimas de la injusticia social nos impulsó a luchar por conseguir nuestras metas académicas, aquellas que nos permitieran alcanzar para nuestro país verdad, paz, reconciliación y justicia social.

Haber estudiado en la UCA nos impone dos retos: anunciar y denunciar. En un mundo anegado por el odio, la pobreza, la inseguridad y tantos otros males, como profesionales debemos anunciar la paz, la justicia, la probidad, la equidad, la verdad y el bien común. No podemos ser indiferentes al sufrimiento de nuestro prójimo; cada uno de nosotros tiene el deber de contribuir al florecimiento y bonanza de la paz y el amor en nuestro país.

Sin embargo, junto al anuncio debe ir aparejada una voz de denuncia, a ejemplo de nuestros mártires salvadoreños. Para iluminar esta voz de denuncia, debemos escuchar el mensaje de nuestro pastor, el beato Óscar Arnulfo Romero, quien en la homilía del 23 de marzo de 1980 expresó: “Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: ‘No matar’... Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios”.

Sí, compañeros graduados, debemos hacer actuales las palabras de monseñor Romero. En nuestro ejercicio profesional no podemos actuar en contra de nuestro mismo pueblo, no podemos obedecer ningún mandato, ni siquiera el propio, que nos incline a la corrupción, a la falta de ética, al despilfarro de los bienes públicos, a la difamación, al odio de clases, a la injusticia. Más bien, debemos alzar la voz por los más vulnerables y ser capaces de denunciar con la voz y con el actuar a aquellos que están matando a nuestro pueblo.

Nosotros, los profesionales de la UCA, tenemos los mejores ejemplos de cómo actuar, incluso hasta dar la vida, sin importar la nacionalidad, la cultura y las condiciones económicas. Nuestros ejemplos tienen nombre: los padres jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amando López y Joaquín López y López, a quienes sentimos muy cercanos a nosotros en estos momentos. Ellos, como pastores y profesionales, supieron anunciar y denunciar. Aunque otros quisieron callar su voz, no pudieron, porque ahora su legado sigue resonando eficazmente a través de cada uno de nosotros. Y junto a ellos, Elba y Celina siguen hablándonos y nos recuerdan que debemos ser humildes y prudentes al actuar.

Al haber llegado hasta aquí, debemos echar un vistazo hacia atrás y recordar a las personas que estuvieron presentes en nuestra formación en esta casa de estudio. En nombre de mis compañeros graduados, expreso un agradecimiento por su esfuerzo a todos los empleados de la UCA (conserjes, vigilantes, bibliotecarios, encargados de los laboratorios, secretarias, catedráticos y demás personal administrativo que hacen posible el funcionamiento de nuestra alma mater). Sin ellos, esta universidad no sería la misma.

Asimismo, agradecemos a todos los padres y familiares de nuestros compañeros que nos dejaron entrar hasta la intimidad de su hogar para estudiar y compartir experiencias de vida. Gracias por hacernos parte de su familia. Es tan cierto el adagio que dice: “Los amigos son la familia que uno escoge”. Por eso doy gracias a todos aquellos con los que sobrepasamos la barrera del compañerismo para ser más que amigos; hoy podemos decir que somos una familia.

Amigos, compañeros y compañeras, sé que el reto que tenemos por delante es grande, pero si hemos llegado hasta este día es porque somos capaces de apuntar al infinito. Recuerden siempre que el límite está más allá del cielo. ¡Felicidades y que Dios nos bendiga!

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