Respetables autoridades de la Universidad, maestros y maestras, familiares y amigos, queridos compañeros y compañeras, tengo el honor de dirigirme a ustedes con unas humildes palabras, como estudiante, como joven y como salvadoreño.
No olvido el día en que mi abuelo, quien falleció el año pasado, dijo con firmeza en medio de una conversación: "La educación es la mejor herencia que se le puede dejar a un hijo". Este día, no cabe duda que estamos aquí para recibir esa herencia, la que pone ante nosotros un horizonte más amplio hacia el cual caminar. Las posibilidades del futuro que encaramos en estos momentos surgen de la historia que hemos venido construyendo, gracias a la dedicación y entrega no solo de cinco años de carrera, sino de toda una vida. Atrás no dejamos nada; todo lo traemos con nosotros como parte de nuestra construcción personal: noches de desvelo, malas notas, peleas entre compañeros, cuotas mensuales. Todos esos aspectos que, de una u otra forma, nos han acercado cada vez más a ser profesionales, a ser más humanos. Ya no somos los mismos; el cambio que hemos experimentado ha sido significativo. Sin embargo, vuelven las dudas, la ansiedad, la incertidumbre del qué hacer, que cinco años atrás ocuparon constantemente nuestros pensamientos. Es lógico que profundizar más en la realidad nos aterre, pero no podemos olvidar que la Universidad nos ha provisto de las herramientas necesarias para transformarla. Ser conscientes y apropiarnos de ese cúmulo de experiencias nos hará dar los primeros pasos con firmeza en nuestro quehacer profesional.
No quiero dejar pasar la oportunidad de recordarnos la fortuna que tenemos de llegar a este punto de la vida. Lamentablemente, vivimos en una sociedad que mata y expulsa a sus jóvenes, muchos y muchas no pudieron llegar hasta acá, y habrán otras más que tampoco lo conseguirán. Quienes han logrado sobrevivir se topan con la imposibilidad económica de seguir estudiando, y sus oportunidades se cierran. Por tanto, tomemos en cuenta que es un privilegio esta graduación. En relación a lo anterior, el inicio de esta nueva etapa nos lleva a interpelarnos, a buscarle respuesta a la pregunta sobre qué tipo de profesionales queremos ser. Tenemos la opción de seguir la tendencia de haber estudiado para ganar dinero o la opción de haberlo hecho para promover una transformación social. Sin duda alguna, lo último se vuelve un reto, pues todo el sistema social está configurado para coartar los esfuerzos de transformación y liberación. Hoy más que nunca nos toca romper con el individualismo reinante, pues se nos ha venido diciendo que para alcanzar nuestras metas personales tenemos que competir, que las personas que ustedes tienen a la par son sus contrincantes, que no importa pisotear a los otros si con ello consigo lo que me propongo. Nuestra obligación ética y política, desde nuestras profesiones, debe de ir encaminada a la colectividad, como bien lo decía Martín-Baró, uno de los mártires de la UCA: "Una verdadera liberación se hace en colectivo".
Asimismo, en este nuevo proceso que nos embarcamos, es imprescindible apartarse de los roles de poder, y realizar nuestro quehacer profesional desde las oprimidas y oprimidos. Implica, pues, horizontalidad, colectividad, hermandad entre colegas y con la población a la cual le brindaremos nuestro humilde servicio. Otro reto que se nos presenta es ser capaces de trascender las obligaciones de nuestra profesión y desarrollar y mantener valores éticos. Debemos, como también lo dijo Martín-Baró, "adecuar el propio quehacer científico a los valores por los que uno opta en la vida". Es decir, a la par del desarrollo profesional, tiene que ir conjugado el desarrollo como persona. Los mártires de la UCA nos brindan ese modelo, que nos dicta que debemos de ser coherentes con lo que decimos y hacemos, en nuestra profesión y en el día a día; en lo cotidiano es donde está la verdadera lucha.
Por último, pero no menos importante, es imprescindible agradecer con fuerza a nuestras familias, quienes con su esfuerzo económico y emocional nos han dado el privilegio de estudiar. Asimismo, sobran las palabras para dar gracias a aquellas personas que, desde la trinchera de las cátedras, nos compartieron sin recelo sus conocimientos. Y por sobre todo, gracias a nuestros compañeros y compañeras, que precisamente fueron nuestra compañía año con año, en momentos difíciles y alegres, con quienes hemos construidos recuerdos imborrables que incluso en el ocaso de nuestras vidas nos sacarán una sonrisa. Termino deseándoles éxitos en sus caminos; no dudo que alcanzarán sus metas si se lo proponen. Pero lo que más les deseo es lo que un día una maestra le dijo a sus estudiantes: "Les deseo que se experimenten felices, dueñas y dueños plenamente de sus vidas". Gracias.