Discurso del representante de los graduados de las facultades de Ciencias Sociales y Humanidades, y de Postgrados

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Estimadas autoridades de la universidad, compañeros y compañeras, familiares y amigos, es un honor tener la oportunidad de decir unas cuantas palabras en esta oportunidad tan especial para todos nosotros. En primer lugar, quiero agradecer a todos aquellos que nos apoyaron a lo largo de nuestras carreras: profesores, familiares, compañeros y amigos. Muchas gracias, sin ustedes este momento no sería posible.

Este es un año especial para graduarse; se cumple un cuarto de siglo desde el asesinato y martirio de Elba y Celina Ramos y los seis sacerdotes jesuitas en esta universidad. Quisiera hacer una breve reflexión sobre lo que significa ser un profesional graduado de la UCA y el legado de los mártires en el ejercicio profesional.

En el mundo de hoy, y en nuestro país en particular, parece predominar la mercantilización de la educación superior. La afortunada élite capaz de costeársela, elige entre carreras como quien elige entre mercancías en una tienda; se compra una carrera que es entregada en plazos, a razón de dos semestres al año. La mayoría lo que busca es el éxito y el enriquecimiento individual. Frente a ello, la UCA, creo, quiere formar profesionales para los cuales la excelencia académica, el requisito indispensable para poder llegar a este acto, debe de ir acompañada de una cosa fundamental: el compromiso ético/político con la realidad nacional.

Efectivamente, como ya señalaba el rector mártir Ignacio Ellacuría, el profesional graduado de la UCA, a la par de la excelencia académica, debe de asumir un compromiso ético-político con la realidad nacional. Esto significa analizar críticamente la realidad de nuestro país, discernir en ella “los signos de los tiempos” y poner la praxis profesional al servicio de las mayorías excluidas.

La realidad salvadoreña sigue siendo la de un país pobre y oprimido, donde la mayor parte de su población vive en condiciones de pobreza, exclusión y violencia. Es a esta realidad a la que debemos de abocar nuestro ejercicio profesional. Si anteponemos nuestro bienestar egoísta, nuestra comodidad, el hedonismo tan propio del siglo XXI, nuestra praxis será alienante e idelogizadora.

Debemos entender que la praxis profesional es de suyo política, en sentido amplio, tal y como la entendían Sócrates y Ellacuría. Es decir, a través de nuestro hacer nos creamos a nosotros mismos, a nuestra sociedad y, en última instancia, a nuestra historia. Si elegimos el camino de la alienación y la ideología, así será la sociedad y la historia que construyamos.

Empero, esta universidad nos ha mostrado otra forma de praxis profesional, aquella que se pone al servicio de los desposeídos, de los excluidos, desde ese lugar de la realidad que da verdad, como gustaba decir Ellacuría. Y desde ahí, hacer posible la creación de una nueva realidad, una que sea humanizante y liberadora. Esta tarea ha de empezar desde nosotros, que hemos tenido el privilegio de convertirnos en profesionales.

Esta misión la tenía muy clara el padre Ellacuría. Quisiera recordar unas palabras suyas: “Inmersos en esta realidad, poseídos por ella, nos preguntamos qué hacer universitariamente. Y respondemos, ante todo, desde un planteamiento ético: transformarla, hacer lo posible para que el bien domine sobre el mal, la libertad sobre la opresión, la justicia sobre la injusticia, la verdad sobre la falsedad, el amor sobre el odio. Sin este compromiso y sin esta decisión, no comprendemos la validez de la universidad y, menos aún, la validez de una universidad cristiana”.

A esta misión entregaron su vida los mártires. Nosotros, graduados de esta universidad, somos herederos de esa misión, es nuestro deber y nuestro privilegio poder actualizarla a la altura de los tiempos. Ejercer nuestra profesión desde este horizonte es, para mí, la enseñanza más importante de toda mi carrera.

Quienes nos graduamos ahora, de un profesorado, una licenciatura o una maestría, tenemos la enorme oportunidad de servir a nuestra historia desde la praxis profesional, para hacer de nuestra realidad principio de humanización y liberación. Ello lo podremos hacer desde la esperanza que infunde la inspiración cristiana de la UCA, donde el cristianismo no es dogma ni ideología, sino, justamente, esperanza en que la trasformación de este país en un uno más justo, pacífico y humano es posible.

Muchas gracias a todos y todas por estar aquí, acompañándonos en este momento especial de nuestras vidas. Y muchas felicidades a todos mis compañeros hoy graduados. Quisiera terminar pidiéndoles que nunca pierdan de vista este legado de los mártires. No me toca a mí decirles cómo hacerlo, pero bastaría que en todo momento de su ejercicio profesional se hiciesen las tres preguntas que san Ignacio de Loyola se hacía ante Dios: ¿qué he hecho yo por este mundo?, ¿qué hago por él? y, sobre todo, ¿qué debo hacer por él?

Muchas felicidades y muchas gracias.

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Anónimo
07/11/2014
06:51 am
Excelente discurso, lleno de vivencias y palabras esperanzadoras, ojalá y cada uno de los graduados nunca olviden el compromiso ético con la transformación de nuestra realidad, una transformación que libere a los empobrecidos de nuestra sociedad para hacer realidad aquí en El Salvador la construcción de una sociedad más digna y justa en donde haya un lugar para todos.
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