Queridos graduandos, estimados familiares y amigos, estimado rector de la Universidad Don Bosco, Dr. Mario Olmos, sean bienvenidos a este acto de graduación. Vayan en primer lugar mis felicitaciones a ustedes, graduandos, por este importante logro en sus vidas. Hoy son profesionales bien formados para servir a El Salvador.
Agradezco especialmente la presencia del Dr. Olmos y del equipo rectoral de la Universidad Don Bosco, con la que desde hace cinco años estamos trabajando para ofrecer juntos nuevos programas de maestría y doctorado en cotitulación. La colaboración y cooperación entre universidades es un medio necesario y eficaz para servir de mejor manera a nuestro país; un medio del que hemos aprendido mucho ambas instituciones y por el que nos sentimos agradecidos y satisfechos.
Permítanme, en este día de su graduación, presentarles algunas reflexiones sobre la situación de nuestro país. También quiero compartirles lo que a mi juicio la sociedad salvadoreña espera de ustedes como ciudadanos responsables y profesionales competentes.
Tres conflictos que dañan al país
Desde mi perspectiva, son tres los grandes conflictos que actualmente están impidiendo que El Salvador avance; conflictos que me atrevo a llamar guerras: la guerra de los pobres contra los pobres, la guerra de los ricos contra los pobres y la guerra entre los partidos políticos.
La guerra de los pobres contra los pobres hace referencia a la violencia y la criminalidad pandilleril. En este conflicto, los pobres son tanto las víctimas como los victimarios. Son miles de muertos cada año, la gran mayoría personas de entre 15 y 29 años; todos ellos gente pobre, incluyendo a policías, miembros de la Fuerza Armada y sus familias. Al igual que en el conflicto de los ochenta, la gran mayoría de muertos los siguen poniendo los pobres. Ellos llenan también las cárceles en condiciones infrahumanas.
A pesar de que múltiples experiencias en el mundo demuestran que las políticas de seguridad represivas por sí solas no resuelven el problema de la violencia, en El Salvador se siguen aplicando y se espera que tengan un efecto beneficioso. Un estudio del PNUD señaló que “en términos de violencia y delito, estas políticas arrojaron resultados negativos, intensificando la violencia. Aumentaron los delitos vinculados a las maras, incluyendo de manera creciente los secuestros y extorsiones”. La verdad inmutable de que la violencia solo engendra violencia nunca ha sido entendida por los Gobiernos de El Salvador.
El de los ricos contra los pobres es el conflicto más invisible, pero no por ello el menos importante. El papa Francisco ha hablado mucho sobre ello. En su carta a los presidentes del continente americano, reunidos en Panamá en 2014, les dijo: “Estoy convencido (...) de que la inequidad, la injusta distribución de las riquezas y de los recursos, es fuente de conflictos y de violencia entre los pueblos, porque supone que el progreso de unos se construye sobre el necesario sacrificio de otros y que, para poder vivir dignamente, hay que luchar contra los demás. El bienestar así logrado es injusto en su raíz y atenta contra la dignidad de las personas. Hay ‘bienes básicos’, como la tierra, el trabajo y la casa, y ‘servicios públicos’, como la salud, la educación, la seguridad (...), de los que ningún ser humano debería quedar excluido. Este deseo —que todos compartimos— desgraciadamente aún está lejos de la realidad. Todavía hoy siguen habiendo injustas desigualdades, que ofenden a la dignidad de las personas”.
En El Salvador, las palabras del papa son incuestionables. Esta guerra contra los pobres se hace pagando salarios que no permiten satisfacer las necesidades básicas de una familia, negando la posibilidad de un sistema tributario justo, evadiendo impuestos o invirtiendo en otros países, por lo cual no se crean los empleos que acá se necesitan. Cuando no se le ofrecen oportunidades de desarrollo a la gente, se violan los derechos humanos, se obliga a emigrar a cientos de miles de compatriotas y se impide el crecimiento económico y la justicia social. La desgarradora situación que sufrimos tiene a su base un país tremendamente desigual, en el que la injusticia se ha estructurado y legalizado. No se puede pretender erradicar la violencia mientras no se toquen las raíces de las que brota. La falta de empleo, la exclusión social, las miserables condiciones en las que viven miles de salvadoreños componen el caldo de cultivo del mal que nos sofoca. Mientras tantos salvadoreños desesperan, huyen o mueren, buena parte de la clase política y las élites económicas viven con lujos que escandalizan y niegan los derechos fundamentales a los pobres.
La guerra entre los partidos políticos por el poder es el tercer conflicto que está causando un daño enorme al país. En lugar de trabajar juntos por el bien común, de colaborar unos con otros para perfeccionar nuestro sistema social, político y económico, protagonizan a diario una lucha feroz por el poder. Unos para mantenerlo y otros para recuperarlo o lograr una parte del mismo. Su incapacidad de dialogar y ponerse de acuerdo buscando el bien común, y su posición de hundir el barco para que así sea más fácil subirse en él son detestables y mezquinas. Esta lucha por el poder ha llegado a unos niveles que incluso pesa a la hora de calcular el riesgo país y la calificación crediticia.
Son estos tres conflictos los que están llevando a El Salvador hacia una situación límite, que puede terminar en una crisis de graves dimensiones. Los responsables de ello son muchos. En primer lugar, nuestros gobernantes, tanto los de los dos Gobiernos del FMLN como los de los cuatro de Arena, y los partidos políticos, que han compartido alianzas con ellos y han tomado muchas decisiones erróneas. También son responsables aquellos que presionan por mantener sus privilegios. Además, las Iglesias y los religiosos tenemos una importante responsabilidad en esta situación, pues no nos hemos esforzado lo suficiente por evangelizar los corazones de estos hombres y mujeres, por enseñarles a practicar el amor a Dios y al prójimo para que hagan suyo el proyecto divino de hermandad, justicia y paz.
Hemos llegado a esta situación tan crítica porque no hemos sabido aprovechar la oportunidad que abrió el fin de la guerra para sentar nuevas bases para la cohesión social. No se ha querido apostar por reconstruir el país y el tejido social desde la solidaridad, la justicia, la igualdad de oportunidades, el derecho de todos y todas a una vida digna. Al contrario, se ha seguido apuntando a la inequidad, la injusticia, el irrespeto a los derechos humanos, económicos y sociales, la mezquindad, el machismo, el abuso del poder, la idolatría a la riqueza, el sálvese quien pueda. Si no se cambia de rumbo, el país llegará a un nivel de descomposición al que ningún Gobierno podrá hacer frente.
Asuman el compromiso de hacer la diferencia
Pero no pretendo aguarles la fiesta ni ser profeta de calamidades. Solamente busco despertarlos, incentivarlos, animarlos a que sean hombres y mujeres para los demás, y que hagan una clara diferencia en nuestro país. Les aviso de lo que puede venir para invitarles a ver la realidad con los ojos del corazón; no para desanimarlos, sino para que movidos por el amor se decidan a actuar para evitar la crisis que se avecina.
¿Qué se espera de ustedes, jóvenes profesionales competentes? Lo que El Salvador espera de ustedes es que sean personas de gran humanidad, profesionales excelentes, gente consciente y responsable de sus actos. Que tengan un comportamiento ético y un corazón compasivo, que asuman el compromiso de cambiar este país, que se comporten como verdaderos ciudadanos, solidarios con sus prójimos. Quizás ustedes piensen que es poco lo que pueden hacer, pero no es así.
Hace poco se estrenó en el país el documental De barlovento a sotavento, de la cineasta salvadoreña Pilar Colomé. La cinta muestra la historia de tres jóvenes, Arturo, Wendy y Amílcar, de la comunidad San Agustín, a la orilla del lago de Ilopango, capaces de cambiar los vientos en contra por vientos a favor. No se trata de un cuento ni de una novela, sino una realidad protagonizada por muchachos de carne y hueso que supieron aprovechar la oportunidad que les dio la Federación Salvadoreña de Vela, que aprendieron a navegar y cambiaron sus vidas. El documental deja claro que los jóvenes salvadoreños pueden enfrentar las adversidades y salir adelante, y que cuando las organizaciones apoyan a la juventud, esta responde y se convierte en actor del desarrollo económico y social.
Esos tres jóvenes, con muchas menos herramientas que ustedes, son ejemplo para todos nosotros. Supieron aprovechar la oportunidad que les ofrecían, se decidieron a aprender algo completamente nuevo, dieron lo mejor de sí, compartieron con su comunidad lo que habían aprendido. Jóvenes que aceptaron el reto de cambiar ellos mismos y a su comunidad, y lo lograron. Ellos no son únicos en El Salvador; hay muchos otros que hacen esto a diario y anónimamente. Y sé que más de uno de ustedes ha tenido que hacer grandes sacrificios, pasar por muchas dificultades, aguantar hambre y sueño, luchar contra viento y marea para estudiar en la Universidad y finalizar con éxito sus estudios.
Estos ejemplos nos enseñan que, por muy mal que esté nuestro país, hay esperanza y futuro. Si asumimos nuestra responsabilidad, podemos cambiar El Salvador, podemos construir un futuro distinto. Tenemos que convencernos de que la fuerza de la juventud es grande y poderosa, como le dijo el papa a los jóvenes en su reciente viaje a Colombia: “¡Cómo no van a poder cambiar esta sociedad y lo que se propongan! ¡No le teman al futuro! ¡Atrévanse a soñar a lo grande!”. A ese sueño grande los quiero invitar hoy. ¡Cuánto los necesita El Salvador para realizar aquello que muchas generaciones anteriores no han podido o no han querido hacer!
Ustedes pueden enseñarnos que, más allá de nuestras diferencias, somos parte de algo grande que nos une y nos trasciende, somos parte de este maravilloso país. Como dijo Francisco, “que las dificultades no los opriman, que la violencia no los derrumbe, que el mal no los venza (…) Los invito al compromiso (…) en la renovación de la sociedad, para que sea justa, estable, fecunda. Los animo a afianzarse en el Señor, que nos sostiene y alienta, para poder contribuir a la reconciliación y a la paz”.
Quedémonos, pues, con estas palabras del obispo de Roma; ojalá ellas sean fuente de inspiración para sus vidas, para que trabajen por un mejor El Salvador. Muchas felicidades, queridos graduandos. Que Dios los bendiga.