Estimadas graduandas, estimados graduandos, estimados familiares y amigos que nos acompañan en esta octogésima séptima graduación de la UCA, mis más sinceras felicitaciones para todos ustedes. Hoy, con este acto, celebramos el final de un proceso de formación profesional. Sin duda, es un momento de mucha alegría, tanto para ustedes, graduandos y sus familias, como para toda la comunidad universitaria. Y creemos que es importante también para El Salvador, pues desde ahora cuenta con 349 nuevos profesionales y 74 más con título de posgrado. Ustedes, con su calidad humana, capacidades y competencias, son un gran potencial para el desarrollo del país. Deseamos de todo corazón que puedan poner ese potencial al servicio de la construcción de una mejor sociedad, más justa, más humanizada, más feliz, con verdadera paz y vida plena, como Jesús lo desea en el Evangelio: "He venido para que tengan vida y vida en abundancia".
Con esta graduación, no solo ustedes inician una nueva etapa; se están graduando a pocas horas de que también El Salvador lo haga. El domingo 1 de junio, un nuevo presidente, Salvador Sánchez Cerén, y un nuevo Gobierno tomarán la conducción política de la nación para los próximos cinco años. Para muchos, es un momento de esperanza y de expectativas positivas. Según la última encuesta del Iudop, un poco más de la mitad de la población dice tener alguna o mucha confianza en el nuevo Gobierno y cree que el país mejorará; no obstante, otros, aunque en menor porcentaje, sienten temor y desconfianza.
En lo que coincide la mayoría es en el anhelo de que el país avance hacia un mayor bienestar, hacia un mayor respeto y vigencia de los derechos humanos, en especial de los derechos económicos, sociales y culturales, plasmados en nuestra Constitución, pero que hoy son negados a una buena parte de la población. Por ello, es bueno que veamos esta etapa como una oportunidad para construir una nación inclusiva, con oportunidades para todos, donde sea posible trabajar unidos por un proyecto que permita tanto la realización común como la de los proyectos personales de vida.
Deseamos un país con un alto índice de desarrollo humano, sin hermanos condenados a la pobreza, excluidos del bienestar al que todos aspiramos. Queremos avanzar hacia el desarrollo con justicia, equidad y sustentabilidad. Que el acceso universal a una buena educación y a servicios públicos de salud con calidad sea una realidad. Que todos puedan tener un empleo digno y decente, se sientan seguros en sus casas y en sus trabajos, pero también en el trayecto hacia ellos. Deseamos encontrar caminos de verdadera y profunda reconciliación.
Este hondo y auténtico deseo de la mayoría debe ser escuchado y asumido por el nuevo Gobierno y por todas las fuerzas políticas, sociales y económicas, y trabajar en consecuencia con generosidad y entrega, poniendo lo mejor de cada uno para que sea satisfecho. Es común pensar que todo es tarea exclusiva del Gobierno y del Estado. Y ciertamente, en conjunto tienen una gran responsabilidad para lograr ese anhelo.
Pero no es menos cierto que si de verdad queremos superar los problemas que hoy nos aquejan, si deseamos que se avance en la construcción de una sociedad fraterna, justa y equitativa, debemos aceptar que esta es una tarea colectiva. Sin el aporte decidido de todos, jamás será posible alcanzarlo, o será un proyecto en el que no nos sentiremos a gusto, o del que no nos sentiremos parte. Para lograr un nuevo El Salvador, debemos apostar colectivamente y contar con un proyecto que lo explicite, que sea ampliamente difundido. En este proyecto, la contribución de todos los sectores es fundamental, pero deben participar no buscando cada uno su propio beneficio, sino el bien común.
En este sentido, el informe de desarrollo humano de 2013 del PNUD afirma: "Existen al menos dos condiciones indispensables para cambiar el rumbo del país: se debe dejar de actuar como si la política fuera un asunto exclusivo de los políticos, y se debe trabajar para construir una visión de país, donde los salvadoreños y salvadoreñas se reconozcan como miembros plenos de una comunidad de ciudadanos y como actores eficaces de su desarrollo (...) La democracia exige el compromiso de los diferentes actores sociales, de una ciudadanía capaz de asumir el rol político que le corresponde, pues es por un lado la destinataria de las acciones del Estado, pero a su vez es la que mejor conoce los problemas concretos del día a día y tiene una diferente sensibilidad hacia la manera de resolverlos".
Yo esperaría que después de su paso por la UCA cada uno de ustedes asumiera ese rol político que les corresponde como ciudadanos, y que lo realicen con una visión crítica, pero también fraterna y solidaria. Se han formado para ser parte de una ciudadanía que se involucra en los asuntos públicos y no deja al Estado la responsabilidad exclusiva de lo político, lo económico y lo social. Ya hemos visto el mal resultado que así se obtiene. De ustedes esperamos generosidad, conciencia, vocación de servicio, compromiso, para que todas sus competencias les permitan ser personas volcadas a los demás y pongan a producir sus preciados talentos en función del bien común.
En nuestra sociedad, esto entraña un compromiso grande, una valentía especial: la disposición a salirse del montón e ir contracorriente. Ese anhelo de la mayoría de salvadoreños no será posible si no hay cambios importantes en las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales que hoy rigen en el país. Y hay poderes fácticos que se oponen denodadamente a ello. Lo que hemos propuesto no se logra con cambios cosméticos y superficiales, requiere de transformaciones profundas, de creatividad y de mucha generosidad.
Al respecto, debemos tomar en cuenta lo expresado por el papa Francisco en su hermosa exhortación apostólica La alegría del Evangelio. En muchos de sus pasajes, pareciera escrita para los salvadoreños. Dice Francisco: "No podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas (...) La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y a menudo para vivir con poca dignidad".
Pensando en los centenares de millones que viven en situaciones que solo pueden calificarse de inhumanas, el papa denuncia que esto se debe a que en el mundo se ha impuesto "una economía de la exclusión y la inequidad", "una economía que mata", en la que "todo entra dentro del juego de la competencia y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al débil". Y añade con fuerza: "Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas, sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar (...). Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad (...) pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son ‘explotados’, sino son desechos, ‘sobrantes’".
Esto, que también ocurre en El Salvador, donde el 40% de la población vive en la exclusión, significa deshumanización. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, se requiere desarrollar indiferencia hacia los dramas de los demás y rechazar que sea nuestra responsabilidad atenderlos. Para el papa, esto está relacionado con la aceptación de la idolatría del dinero, que es hoy como el becerro de oro del Antiguo Testamento. Rendirle culto nos ha llevado a una economía sin rostro y sin objetivo humanos. De ese modo, el dinero manda. Por ello, afirma Francisco: "¡El dinero debe servir y no gobernar!", y nos recuerda que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos, exhortando a una solidaridad desinteresada y a la vuelta de la economía y las finanzas a una ética a favor del ser humano.
Respecto al problema de la delincuencia, que tanto nos preocupa y duele, el papa es enfático, y muy cercano a monseñor Romero en su visión de la violencia: "Hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos, será imposible erradicar la violencia". Y continúa: "Cuando una sociedad (...) abandona en la periferia a una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz".
No puedo terminar sin antes desearles que su vida profesional rinda buenos y abundantes frutos, y que logren alcanzar el proyecto de vida que se tracen. Pero a la vez es mi deber recordarles, como la última enseñanza que quizás recibirán en esta universidad, que todas las personas tenemos la misma dignidad, todos valemos igual y todos tenemos derecho a ser felices. Vale la pena poner la vida al servicio de la felicidad de los demás, de la causa de la justicia, del amor y la paz. Lo que suceda en nuestro país es responsabilidad de cada uno de nosotros. Si desean ser verdaderamente plenos, hagan que su vida sea para los demás, encuentren mayor felicidad en dar que en recibir.
Reciban, pues, mis felicitaciones por su logro, por la meta que han alcanzado, y sigan adelante con ese espíritu que la UCA les ha comunicado. Muchas gracias.