Practiquen la justicia, amen la bondad, caminen humildemente con Dios

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Andreu Oliva
07/11/2012

Queridas graduandas, queridos graduandos, queridos familiares y amistades que les acompañan, es un gusto dirigirme a ustedes en este momento tan especial para todos. Ha llegado el día de su graduación, anhelado por mucho tiempo, en el que recibirán su título como profesionales universitarios. Título que simboliza la realización de un objetivo muy importante en sus vidas, alcanzar la meta que tanto deseaban, ser lo que desde hace unos años han soñado. También este acto significa el paso de una etapa de la vida más juvenil —y de algún modo, menos comprometida— a otra con mayor compromiso y madurez; el paso de ser estudiantes a ser oficialmente profesionales. Por ello, en primer lugar, quiero felicitarlos a ustedes, graduandos y graduandas, y a sus familiares y amistades, que comparten la alegría de este importante logro. Permítanme también felicitar a los colegas de la UCA, docentes, investigadores, administrativos, personal de mantenimiento y de vigilancia que han hecho todo lo posible para que ustedes pudieran formarse como personas y como profesionales al servicio de El Salvador. También ellos se alegran hoy por el éxito de ustedes, pues han puesto mucho esfuerzo diario en la tarea.

No sería fiel a la tradición de nuestra universidad si no dedicara unas palabras a la realidad que viven El Salvador y la región centroamericana. Como ya han oído tantas veces, la realidad es fundamental para la UCA, y nos esforzamos en conocerla, analizarla, reflexionar sobre ella y buscar alternativas que posibiliten su transformación. Deseamos contribuir a construir una realidad capaz de dar vida en abundancia a toda la población, en especial a los más desfavorecidos, a los que han sido empobrecidos y despojados de una vida digna; una realidad que ofrezca verdaderas oportunidades para todos y posibilidades de realización personal y social basadas en la igual dignidad de la persona humana, en la justicia social y en la paz.

En la UCA nos preocupa la realidad, porque no es como la quisiéramos y, especialmente, porque no responde a la visión cristiana de la vida, al proyecto del Dios de Jesucristo para la humanidad. Nos duele el sufrimiento de tantas personas en la búsqueda diaria de la sobrevivencia; la frustración de aquellos que llevan meses o años tratando de encontrar un empleo; las víctimas de la delincuencia y la violencia; los niños y las niñas desnutridos y abandonados a su suerte; las mujeres maltratadas, abusadas y discriminadas; los cientos de compatriotas, especialmente los jóvenes, que a diario arriesgan la vida emigrando al Norte. Nos duele también ver a una parte de nuestra juventud en las pandillas y en las cárceles; y cómo la corrupción se infiltra en las instituciones que deberían luchar contra ella. Nos duele profundamente que el crimen organizado siga avanzando en el país, ganando territorios y expandiendo sus tentáculos de poder. Tal como ha reconocido el presidente Funes, el crimen organizado, en sus múltiples formas, tiene infiltrados en la Policía, en la Fiscalía, en el sistema judicial, incluso en el Ejército; funcionarios que trabajan a favor de las estructuras del crimen, en lugar de combatirlas.

Nos preocupa mucho la situación de inseguridad que vive el país y la impunidad con la que actúan los criminales; el bajo crecimiento de nuestra economía y todos los problemas que de ello se derivan, así como la constante degradación del medioambiente. Pero nos preocupa de modo especial el poco compromiso por construir un mejor país que vemos en muchos de los líderes políticos y que se utilice la función pública para el enriquecimiento personal o de grupos determinados. Y que se use el poder para obtener privilegios, en lugar de servir al pueblo, no solo nos causa gran preocupación, sino también nos produce una profunda tristeza y malestar.

Pero esta no es toda la realidad de El Salvador. Hay otra que no sale en los periódicos, pero que es igual de real, y en lugar de dolor y tristeza, causa mucha alegría y esperanza. Ver a miles de jóvenes universitarios comprometidos con la causa de Un Techo para mi País; ver en Guaymango y Jujutla a centenares de campesinos transformando sus parcelas con las técnicas de la agricultura orgánica y sostenible; ver a las mujeres de Arcatao construir su propio banco cooperativo para financiar actividades productivas que les permiten sostener a sus hijos son solo unos ejemplos de luz en medio de la oscuridad en la que vivimos. Estos grupos merecen ser reconocidos y apoyados, pues están haciendo mucho bien al país. Debemos aprender de ellos e imitarlos. Como rector, me siento muy orgulloso y satisfecho de los estudiantes y egresados de la UCA a quienes he encontrado trabajando con gran compromiso en muchas de estas iniciativas a favor del desarrollo y en defensa de los derechos de grupos vulnerables.

Pero no he hablado de la realidad solo por tradición, sino porque es la que permite entender lo que la UCA y la sociedad salvadoreña esperan de sus graduados. Es posible que no sea la primera vez que lo oyen, pero permítanme insistir en ello. La Compañía de Jesús fundó la UCA, al igual que las casi doscientas universidades jesuitas que existen alrededor del mundo, porque desea formar las mentes y los corazones de hombres y mujeres que puedan influenciar a muchos otros. La universidad jesuita tiene una clara misión apostólica: contribuir a la búsqueda de la verdad, a hacer mejores seres humanos y una mejor sociedad. Por ello, la UCA no se creó únicamente para formar a los profesionales mejor preparados; se creó especialmente para influir en la realidad salvadoreña y que esta caminara hacia una profunda transformación. Y por eso ha pretendido transformarlos también a ustedes, en dos sentidos de igual importancia. Por un lado, hacer de ustedes excelentes profesionales, los más capaces, los mejor preparados, los más responsables y exigentes; y por otro, hacer de ustedes excelentes personas, llenas de humanidad, con principios y valores cristianos, con ética, sensibles a las dolorosas realidades humanas de las que he hablado anteriormente, capaces de solidarizarse con ellas y de actuar para cambiarlas.

Quisiéramos haber hecho de ustedes personas que vivan según las bellas palabras del profeta Miqueas: "Que practiquen la justicia, amen la bondad y caminen humildemente con su Dios" (Miqueas 6, 8). Esto es lo que espera la UCA de ustedes, y cuantos más aspiren a ello, más satisfechos nos sentiremos de nuestra labor formativa universitaria. Pero para vivir así hay que estar con los ojos bien abiertos, atentos a lo que ocurre alrededor y, en especial, a la vida de los más pequeños, de aquellos que no han tenido las oportunidades de las que han gozado ustedes. Como dijo el padre Pedro Arrupe, un querido superior general de los jesuitas ya fallecido, refiriéndose a los antiguos alumnos: son hombres y mujeres para los demás. Así les digo yo también: son ustedes hombres y mujeres que, como profesionales, deben trabajar para los demás, para aquellos que padecen esa dura realidad en carne propia, y hacerlo de la forma más perfecta posible. El peligro, la tentación que siempre tendrán, y a la que los empujará la sociedad capitalista, egoísta y consumista, es que quieran ser hombres y mujeres para ustedes mismos. Si ceden a ella, la UCA habrá fracasado en su formación.

Pero no solo habrá fracasado la UCA; también habrán fracasado ustedes como hijos e hijas de El Salvador. Nuestro himno nacional, que hemos cantado al inicio de este acto, tiene un gran significado. Su letra está inspirada por nobles ideales e invita a cada salvadoreño y a cada salvadoreña a dar lo mejor de sí. De este modo, por medio del himno nacional también podemos descubrir qué espera El Salvador de ustedes. Quizás haya que aclarar primero que la patria no es algo abstracto ni es únicamente un territorio bajo un sistema político común y representado por una bandera. Esta patria, a la que llamamos El Salvador, es sobre todo un pueblo, una gente bien concreta, son nuestras familias y amigos, nuestros vecinos, los más de ocho millones que se sienten y llaman salvadoreños, vivan en el territorio nacional o como emigrantes en cualquier país del mundo. Entendiendo así las cosas, el coro de nuestro himno nos invita a sentirnos hijos orgullosos de este pueblo y a trabajar sin descanso por su bien. Hoy podemos sentirnos orgullosos de muchos salvadoreños y salvadoreñas que son ejemplo de trabajo y solidaridad, pero no de la realidad de nuestro país. Esto, en lugar de desanimarnos, nos debería empujar a poner más ahínco en trabajar para cambiarla y así, en un día no muy lejano, sentir hondo orgullo por nuestro país. La primera estrofa, en su segundo verso, dice: "Y con fe inquebrantable el camino del progreso se afana en seguir, por llenar su grandioso destino, conquistarse un feliz porvenir". Esta es también una valiosa directriz para nuestras vidas. Mantener la fe en este pueblo, en que es posible un futuro mejor, en que a través del trabajo y del esfuerzo de todos, buscando el bien común, se podrá alcanzar un feliz porvenir, que para que sea verdaderamente feliz debe abarcar a la totalidad de la gente.

Por último, quisiera hacer referencia a la paz. Hace 20 años, se puso fin a la guerra civil. Desgraciadamente, no se han consolidado la justicia y la reconciliación, y por eso vivimos una paz a medias. Nuestro himno nos hace conciencia de que la paz ha sido el eterno problema de El Salvador, pero a la vez afirma que conseguirla es su gloria mayor. La paz es la aspiración de todo pueblo; sin ella no puede haber bienestar. Por eso, cada uno de nosotros y nosotras debe convertirse en constructor de paz allí donde esté y desde lo que haga. Ahora que recibirán su título de profesores, licenciados, arquitectos, ingenieros o maestros, ahora que tienen los conocimientos y capacidades para servir más y hacerlo mejor, es momento oportuno para retomar este compromiso. Es el momento de poner lo que ahora son y que saben al servicio del bienestar de nuestro pueblo. Así, el resto de los salvadoreños podrá también sentirse orgulloso de ustedes.

En la UCA, nos sentimos plenamente comprometidos con el legado que dejaron los mártires de El Salvador. Vemos en ellos a esos hijos de los que realmente nos podemos sentir orgullosos; ellos dieron su vida por el bien de la gente, por la paz y por conquistar un feliz porvenir para El Salvador. Sentimos especial cariño por monseñor Romero, que tanto amó a este pueblo y que con su gran sabiduría nos dejó una valiosa enseñanza de vida humana y cristiana en momentos especialmente difíciles, que exigían mucho discernimiento. Su vida y sus enseñanzas son, sin duda, una joya preciosa para toda la humanidad. Los invito a profundizar en la obra de este gran pastor. En sus escritos encontrarán reflexiones y enseñanzas muy útiles para sus vidas. De igual manera, con los mártires de la UCA, cuyo vigésimo tercer aniversario estamos a punto de celebrar. Ellos siguen inspirando a nuestra universidad en su quehacer y son modelo de auténtico compromiso con la verdad y con la transformación social desde la opción por los pobres y su liberación. Hoy necesitamos ejemplos de vidas plenas, entregadas a una causa noble, como la construcción histórica del Reino de Dios. En todos ellos, en el recuerdo de sus existencias y en sus textos, podrán ustedes encontrar fuerza, ánimo, inspiración para sumarse a esa multitud de hombres y mujeres que cada día luchan por transformar el mundo en una realidad de amor, justicia y paz para toda la humanidad.

Y termino haciéndoles una invitación: apóyense mutuamente, apoyen a otros, para vivir según los principios y los valores que la UCA ha tratado de transmitirles a lo largo de sus años de estudio. Me gustaría lanzarles el reto de formar una asociación de egresados de la UCA, y vincularse a la Asociación Mundial de Ex Estudiantes de las instituciones jesuitas. El mundo de hoy nos ofrece muchas alternativas, y con facilidad nos presenta un modo de vivir que nada tiene que ver con lo que la UCA esperaría de uno de sus egresados. Permanecer vinculados, seguir compartiendo proyectos, trabajar juntos para transformar nuestra realidad en la dirección del Reino de Dios, puede hacer una gran diferencia en su vida, ahora que dejan de ser universitarios y pasan a ser profesionales.

Mis felicitaciones por ello y mis deseos de que esta nueva etapa sea muy fecunda en sus vidas. Muchas gracias.

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