Estimados graduandos, reciban mi más sincera felicitación por su graduación, con la que culmina una importante etapa de sus vidas. Comparto esta gran alegría con cada uno de ustedes; me siento muy satisfecho de que hayan llegado a la meta que se propusieron al entrar a esta universidad y de estar entregando a la sociedad salvadoreña 376 profesionales bien formados y con la disposición de servir con compromiso y competencia profesional.
Ha sido su esfuerzo, las muchas horas de estudio y de desvelos, las renuncias a lo largo de estos años lo que les ha permitido superar todas las pruebas y culminar con éxito su carrera universitaria, lo que queda acreditado en el título que recibirán. Pero no han estado solos en ello, han contado con el apoyo de sus familiares y amistades, y con el empeño de la UCA en formarles con conocimientos y competencias que les servirán para afrontar su vida profesional y contribuir a resolver los principales desafíos y retos de la sociedad salvadoreña y centroamericana. Ahora, son ustedes quienes tienen en sus manos la responsabilidad de construir un mejor futuro, poniendo en alto el nombre de esta universidad.
Un tiempo difícil
Se están graduando en un contexto difícil; difícil para El Salvador y para el mundo entero. Un mundo cada vez más convulsionado, donde la violencia y las guerras están a la orden del día. Incluso el papa Francisco habla de que estamos viviendo una tercera guerra mundial dispersa o por etapas. Son tiempos en los que están proliferando fuertes individualismos hedonistas, actitudes xenófobas, nacionalistas, insolidarias, violentas y agresivas. Parece que mucho de lo construido y que parecía irreversible está en retroceso.
La Unión Europea pierde a uno de sus más importantes socios, y otros países cuestionan su permanencia en la misma. Las posiciones nacionalistas de Donald Trump, su deseo de construir un muro que separe a Estados Unidos de México y del resto de América, romper los tratados de libre comercio, proteger a las empresas estadounidenses, suponen un quiebre en la construcción de un mundo global, de libre tránsito de personas y mercaderías.
En El Salvador, las cosas no son muy distintas. No es ningún secreto que no tenemos el país que quisiéramos y que tampoco estamos yendo en la dirección correcta. La polarización partidista nos impide llegar a los entendimientos necesarios para alcanzar un futuro en el que la justicia social, la equidad, la paz, la seguridad y el pleno empleo no sean quimeras ni utopías, sino parte de un proceso en el que se avanza de forma consistente y decidida.
La UCA ha buscado formarles como personas que conocen la realidad en la que viven, como profesionales competentes, como ciudadanos conscientes y responsables que contribuyen a cambiar esa realidad, que se hacen cargo de ella para curar sus heridas, para proteger a los débiles, para ofrecer oportunidades de vida para todos y todas. Muchos de ustedes comenzaron a laborar durante sus estudios universitarios, otros están buscando incorporarse al mundo del trabajo y algunos con espíritu emprendedor están pensando en iniciar sus propios proyectos económicos. Es muy probable que el camino no sea fácil y que les surjan temores e inseguridades. Pero les animo a mantener siempre una actitud de fortaleza y proactiva esperanza.
No se desesperen ni sean víctimas del desaliento, confíen siempre en ustedes mismos y demuéstrenle al mundo que todos estos años de formación han valido la pena. Lleven siempre consigo el espíritu que la UCA les ha transmitido: trabajar con dedicación y entrega, servir a los demás, buscar el bien común. No se olviden de proyectar todo su potencial al servicio de El Salvador. Escuchen el clamor de este pueblo y hagan suyas sus necesidades, poniendo todo lo que son y saben al servicio de la paz que brota de la justicia.
Parafraseando a Martin Luther King, no podremos sentirnos satisfechos nunca, como cristianos y como demócratas que trabajan por el pleno respeto a los derechos humanos, mientras veamos gente morir asesinada a diario, mientras haya un salvadoreño que no pueda moverse con libertad de un barrio a otro, mientras haya asaltos en los buses y en las calles de nuestras ciudades, mientras los centros penales sigan hacinados y ofreciendo tratos inhumanos. No estaremos satisfechos mientras los jóvenes de los barrios pobres sean tratados como delincuentes solo por vivir allí, mientras las escuelas no tengan pupitres para todos los niños y jóvenes, mientras no haya salud pública eficiente y efectiva para los más pobres.
No estaremos satisfechos mientras haya corrupción y los corruptos permanezcan impunes, mientras se viole alguno de los derechos y garantías fundamentales plasmados en nuestra Constitución. No estaremos satisfechos mientras la política no tenga como finalidad buscar el bien común. “No quedaremos plenamente satisfechos hasta que ‘la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente’”.
Compartamos un sueño
A pesar de las dificultades que atravesamos, debemos seguir soñando en un futuro distinto, arraigado en los ideales y acciones de Jesús de Nazaret, José Simeón Cañas, monseñor Romero, los mártires de la UCA, los miles de hombres y mujeres que ofrendaron su vida por la liberación de este pueblo.
Como deseaba el doctor King para su país, debemos compartir un sueño para El Salvador. El sueño de que un día en nuestra nación todos los salvadoreños tengamos la misma dignidad, seamos considerados iguales sin distinción de condición socioeconómica, color de piel, credo religioso u opción política, porque todos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.
El sueño de que un día, en cualquier lugar de nuestro país, desde las cumbres de Chalatenango hasta las playas de La Libertad, desde las costas de La Unión hasta las montañas de Ahuachapán, los campesinos, los antiguos terratenientes, los obreros y los empresarios, los jóvenes y ancianos se podrán sentar juntos en la misma mesa, la mesa de la hermandad y la colaboración.
El sueño de que un día El Salvador, sofocado hoy por la injusticia y la opresión, se convertirá en un oasis de libertad, justicia y paz. Un país en el que todos tengamos los mismos derechos y deberes, y podamos optar a las mismas oportunidades. El sueño de que un día ya no se cantarán himnos que nos inviten a destruirnos por pensar distinto y se habrá logrado frenar todo tipo de violencia, la política, la social, la familiar, la pasiva y la activa. El sueño de ser una tierra sin violencia contra las mujeres, donde no se abuse de ninguna niña ni de ningún niño, donde los niños y las niñas de los campesinos unan sus manos con los de las ciudades y jueguen como hermanos.
El sueño de que la libertad sea una realidad en cada caserío, en cada cantón, en cada barrio, en cada municipio, en cada departamento, y que entre todos podamos acelerar la llegada de la hora en que los hijos e hijas de Dios, negros y blancos, judíos, musulmanes y cristianos, evangélicos, católicos y ateos, ricos y pobres canten juntos: “¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!”.
Cuando todo esto ocurra, nuestro himno nacional tendrá un nuevo significado, porque sus estrofas no reflejarán un anhelo, sino una realidad: "Saludemos la patria orgullosos de hijos suyos podernos llamar, y juremos la vida animosos sin descanso a su bien consagrar. De la paz en la dicha suprema siempre noble soñó El Salvador, (...) conservarla es su gloria mayor. (...) Y con fe inquebrantable el camino del progreso se afana en seguir, por llenar su glorioso destino, conquistarse un feliz porvenir. (...) Libertad es su dogma, es su guía, que mil veces logró defender (...) Respetar los derechos (...) y apoyarse en la recta razón es para ella su más firme ambición (...) Su ventura se encuentra en la paz".
Constructores de un nuevo El Salvador
Hoy, al realizar su juramento, ustedes se comprometerán a trabajar por los principios del bien común que la Universidad busca con ahínco y por los cuales ofrendaron la vida Ignacio Ellacuría y sus cinco compañeros jesuitas, Julia Elba y Celina, así como varias decenas de profesores y estudiantes. No se vayan a sus casas pensando que no hay nada que hacer, que nuestro país está perdido. Regresen hoy a sus hogares con la firme convicción de que esta situación será cambiada y que cada uno de nosotros debe contribuir a ello.
No nos hundamos en el mar de la desesperanza, dejemos que el sueño que han tenido las personas que nos han precedido y que hoy admiramos llene nuestros corazones y nos impulse a dar lo mejor de nosotros mismos, a devolver la humanidad, el servicio, la solidaridad, el amor, la justicia y la libertad a nuestra sociedad.
Esta es la fe con la cual hoy les entregamos a ustedes sus títulos universitarios, para que con su trabajo consciente y comprometido se conviertan en constructores de un nuevo El Salvador. Solo así, con fe y esperanza, como dijo Martin Luther King, “podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, defender la libertad juntos” para que en nuestro país la felicidad esté al alcance de todos. Muchas felicidades, queridos graduandos y graduandas; gracias por escucharme.