Es tiempo de solidaridad. Nos lo dicen nuestros obispos y lo sentimos muy por dentro todos los salvadoreños. Los gestos se multiplican y los centros de acopio, los grupos, todo aquel que tiene un mínimo de capacidad organizativa se lanza a cooperar y colaborar. La mayoría de la gente, con gran sensibilidad, se desprende de cosas, aporta alimentos, actúa.
Es sumamente positivo que la empresa privada haya llegado a un convenio con el Ministerio de obras Públicas y le haya prestado maquinaria para enfrentar la catástrofe. Alegra ver a la doctora María Isabel en el Ministerio de Salud, previendo las consecuencias del desplazamiento de personas y de la vida en los refugios, esforzándose por prevenir cualquier tipo de enfermedad contagiosa. Impresiona contemplar la generosidad y el entusiasmo de los jóvenes de Un Techo para mi País, que ofrecen con una proporción muy pequeña de ayuda, y desde su compromiso de voluntariado, construir vivienda de emergencia para los damnificados. Y así podríamos continuar casi hasta el infinito mencionando radios, televisoras, universidades, ONG, periódicos, empresas y, por supuesto, un gran número de personas y ciudadanos que se muestran solidarios y cercanos a las víctimas.
Viendo este panorama podemos decir ¡hay esperanza en El Salvador! Hay, en efecto, una inmensa cantidad y una inmejorable calidad de gente buena que saber liberar su generosidad y que sabe entregarse solidariamente en beneficio de las víctimas. Gente que sabe consolar, que sabe ayudar, que sabe reconstruir. En muchos aspectos, podemos sentirnos orgullosos de la generosidad de este pueblo salvadoreño y repetir con monseñor Romero que al lado de aquel no cuesta ser pastor, como tampoco cuesta ser compañero de trabajo en el servicio a los demás.
Con todo y ello, queda siempre la pregunta de por qué no avanzamos más rápidamente hacia un proyecto común de desarrollo, hacia la justicia social, hacia la construcción de un país con mayor fortaleza institucional, hacia una paz más arraigada y una cohesión social que permita reducir la violencia a pasos más rápidos.
Desde esta casa de radio pensamos que estas muestras tan ejemplares de sacrificio y solidaridad deberían animarnos a todos a construir juntos un proyecto común de desarrollo. Impulsarnos a que la generosidad no sea la virtud de los tiempos de catástrofe, sino parte del ejercicio cotidiano de la ciudadanía. Convencernos de que la solidaridad no es únicamente la respuesta adecuada ante las lluvias o los sismos, sino que debemos plasmarla en la construcción de redes estatales de protección social que garanticen a las personas salud, educación, vivienda y pensión.
Con una enorme sabiduría, la Conferencia Episcopal de El Salvador, además de consolar, agradecer la solidaridad y exhortar a la generosidad, nos pedía "fijar la atención en las zonas de alto riesgo y vulnerabilidad en las que viven tantas familias salvadoreñas, verdaderamente pobres, para darles su debida solución; pues año con año tienen que padecer situaciones terribles, que ponen en grave peligro sus vidas. Es urgente que todos unidos busquemos dar solución a tan graves males. Es de desear que se enfrente este problema con mucha preocupación solidaria, como un gran problema de nación sin intereses políticos partidistas sino por el bien común; una sola vida humana vale más que todo el oro del mundo, y merece todo el esfuerzo de la nación para salvarla".
Que estas palabras de nuestros pastores, los obispos, nos ayuden a prevenir el desastre, a planificar juntos la prevención y a continuar la generosidad y el esfuerzo en favor de nuestros hermanos más pobres de El Salvador.