Cada 21 de septiembre celebramos el Día Internacional de la Paz. Y no se puede hablar de paz sin referirse a la democracia, aunque es obvio que en muchos lugares del mundo la democracia brilla por su ausencia. Además, la democracia no basta por sí sola para garantizar la paz, no es suficiente. La mayoría de países dicen que son democráticos y la paz no es una realidad, sino apenas un ideal. Tampoco la paz es ausencia de guerra o de conflictos armados. En nuestro país, en la era postconflicto ya han muerto más salvadoreños que en los doce años de enfrentamientos entre la guerrilla y la Fuerza Armada.
La paz, de hecho, está más vinculada a la industria armamentista que a la democracia. Resulta que la industria armamentista es la segunda después de la del petróleo, que resulta ser así también determinante de la paz. Armas y petróleo son fundamentales en sentido negativo para la paz. En verdad, la democracia sale sobrando si a las empresas transnacionales y a los Gobiernos que las protegen les afecta sus negocios. Para actores gubernamentales (como EE. UU., la Unión Europea o Japón) y corporaciones transnacionales, la paz consiste en globalizar la economía neoliberal. Se globaliza por las armas y por el control (explotación, producción, distribución y comercialización) de los yacimientos petrolíferos.
Los pobres hacen la guerra con las armas que les proveen los países democráticos que tienen enormes industrias armamentistas. África, Suramérica y Centroamérica, Asia y la región de los Balcanes ponen los muertos y las desgracias, mientras que las ganancias se las llevan EE. UU., Rusia, Alemania, Francia, Reino Unido y China, los seis mayores fabricantes de armas. Por contraposición, los refugiados provienen de Afganistán, Irak, Somalia, República Democrática del Congo y Myanmar (exBirmania).
La democracia occidental no ha podido ni quiere pensar en un día sin armas o sin petróleo. Ese sería un día de la paz mundial. Nadie en Estados Unidos, Japón o la Unión Europea se imagina que habrá un día en que no les entren divisas por venta de armas y munición convencional, un día en el que no entren petrodólares. Ese sería un día de desgracia para aquellos que gozan de un desarrollo y de una paz a costa de la sangre de millones de personas a las que se les niega el derecho a la paz real y justa.
En esta línea, vale recordar a Ignacio Ellacuría cuando escribía que los derechos humanos (como el derecho a la paz) deben ir más allá de puras declaraciones formales; deben juzgarse por su realización concreta y en la medida que las sociedades que los proclaman pongan los medios materiales para su verdadera realización. No podemos celebrar un Día Internacional de la Paz si lo que hay es venta de armas y guerras por control de petróleo.
Las siguientes palabras de Ellacuría, aunque se refieren al caso salvadoreño en los años ochenta del siglo XX, hoy día cobran total vigencia y actualidad dada la impunidad y persistente violencia que vivimos en el orden mundial: "Dejada aparte la guerra misma como una de las características fundamentales de la actual situación salvadoreña, pueden señalarse otras tres: la represión y permanente violación masiva de los derechos humanos fundamentales, la descomposición de la vida social y el empeoramiento galopante de la vida económica. Son tres elementos íntimamente ligados entre sí y que forman, junto con la guerra, un todo dramático que está exigiendo una pronta, justa y firme solución, so pena de ir a parar a unos niveles de inhumanidad absolutamente inaceptables y cada vez menos tolerables por los propios salvadoreños y por el mundo civilizado".
Es un desastre para la sociedad actual que estas palabras de Ellacuría de 1982 tengan tanta actualidad, en razón de que el mundo se aboca a mayores grados de inhumanidad. De no ser así, cómo explicarse que en 2011 al menos 14 países en situación de conflicto armado han contado con la participación de miles de niños y niñas soldados y que más de 27 millones de personas se vieron desplazadas de sus lugares de vida a causa de conflictos armados. Ser artesanos de la paz es más complejo que reunirse en un hotel y brindar por declaraciones intrascendentes. Eso raya en el absurdo cuando día a día han muerto 14 salvadoreños en promedio en los últimos años; salvadoreños que quizá solo conocieron la paz del cementerio.