En El Salvador, estamos acostumbrados a que los grandes empresarios jueguen un papel claramente político. Cuando Arena pasaba por una crisis interna a raíz de las últimas elecciones presidenciales, fue uno de ellos el que convocó a un grupo de adinerados para insistir en apoyar económicamente al partido. Y por supuesto Arena ha tenido en su comité de dirección a los máximos representantes del capital en el país. Y no está nada lejos el momento en que el antiguo Banco Cuscatlán o Didea ponían la bandera arenera en la cima de sus edificios. Recientemente, el partido dio a conocer su lista de donantes, y de nuevo quedó clara su relación con el gran capital. Este mismo año, un connotado miembro del instituto político afirmaba que el papel que este debería haber jugado en los últimos años lo había ocupado en la práctica la ANEP. El FMLN, a través de las empresas ALBA, no se ha quedado atrás y también ha mezclado política y propaganda empresarial. Aunque todavía no ha dado información sobre sus donantes, es de esperar que siga el ejemplo de su rival y no ande con mayores secretismos.
Tal vez a causa de las críticas ciudadanas a esta propaganda en la que se une y se coaliga lo comercial-empresarial con lo político, se están buscando formas supuestamente más sofisticadas de seguirla haciendo. En elecciones pasadas, las críticas de los observadores internacionales fueron casi unánimes sobre “el desequilibrio en los medios de comunicación”. El jefe de la misión de observadores de la Unión Europea dijo que en las primeras elecciones presidenciales en las que ganó el FMLN hubo “un desequilibrio muy notorio entre los apoyos mediáticos e incluso del aparato del Estado a un candidato, y la crítica y ataque al otro”. Se refería, claro está, al apoyo recibido por Arena y a las críticas lanzadas contra el FMLN. Hoy, fuera del tiempo electoral, pero preparando el camino para el futuro próximo, se aplica otra forma de manipulación de los flujos de la información.
Los jóvenes empresarios son ahora el blanco de una estrategia de exaltación mientras se compara su éxito con las debilidades estatales o políticas. O bien por sus cualidades de gestión si ya están involucrados en la política, o bien por sus actividades de beneficio social a través de fundaciones, lo importante es tener empresarios jóvenes en las filas partidarias. Aunque esta táctica muestra lo desgastado que está el liderazgo clásico de la política, presenta también unas dimensiones de manipulación y exaltación exageradas que pueden acrecentar negatividades y conflictos. Poner toda la esperanza de futuro en el dinero y éxito empresarial no solo contribuye a mantener a El Salvador en la desigualdad y la conflictividad, sino que puede llevar a un nuevo desastre. Los países no son una empresa ni pueden funcionar con la verticalidad con la que operan muchos negocios.
Uno de los casos más impresionantes de manipulación de la información, en el que se unió propaganda y política, se dio hace unos días. En la edición de La Prensa Gráfica del viernes 1 de julio se publicaron diecisiete páginas de rebajas en los Súper Selectos y tres páginas más, con fotografías, dedicadas al vicepresidente del grupo que controla la cadena, Carlos Calleja. En claro contraste con la generosidad y creatividad con la que se retrataba al joven empresario, aparecían cinco páginas de fuertes críticas al aumento gubernamental a la energía eléctrica. Si alguien anda buscando salvación para los problemas nacionales, el camino que muestra La Prensa Gráfica es más que evidente, con la ventaja de que no se dice por quién votar, salvado así la apariencia de objetividad de la que gustan presumir los medios.
Ciertamente, no se trata acá de atacar personas. Es importante que el país tenga buenos empresarios. Y es importante que sean cada vez más y promuevan la responsabilidad empresarial. Pero la mezcla de gran empresa privada y política no suele dar buenos resultados, pues el capital busca siempre la ganancia sin tener una idea clara de cómo redistribuir la riqueza. Sin ir muy lejos, podemos recordar el caso de Ricardo Martinelli, empresario de éxito, presidente de Panamá entre 2009 y 2014, y ahora perseguido por la justicia tanto por corrupción como por espionaje electrónico. Aunque en El Salvador no ha habido expresidentes encarcelados por corrupción, las acusaciones contra un buen número de ellos no han cesado desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Algunos se hicieron grandes empresarios mientras estaban en el cargo; otros llegaron a la presidencia desde el autoritarismo militar, favoreciendo la corrupción. No vamos a decir que todos hayan sido corruptos, pero sí que el éxito económico no ha sido nunca signo automático de capacidad política.
Mientras la empresa privada no reconozca con claridad que las necesidades del país no se resuelven solamente con crecimiento económico, y mientras los empresarios no se muestren favorables a una reforma fiscal seria, progresiva y capaz de enfrentar los retos educativos, de salud y de seguridad del país, será muy difícil confiar en su capacidad política. La manipulación de los flujos informativos, que en su máxima expresión vimos reflejada en la mencionada edición de La Prensa Gráfica, no ayuda a confiar en la empresa privada. Al contrario, acaba por hacer daño a personas que pueden tener excelentes intenciones y acciones, pero que se ven envueltas en este modo de hacer política tan salvadoreño, en el que la prepotencia del poder del dinero y de la pertenencia a una élite se manifiesta con insufrible intensidad. Es cierto que necesitamos nuevas generaciones en la política, desgastada por líderes demasiado vistos, poco creativos y en exceso cerrados en ideologías o en costumbres insanas. Pero el exhibicionismo de la riqueza en un país pobre como el nuestro nunca es el mejor camino para lograr cambios, aunque se hagan algunas cosas buenas.