Hoy en día, es frecuente que al hablar del matrimonio y la familia se emplee la expresión “crisis”, para indicar una situación de dificultades y de cambios que impacta sobre ellos. Sin embargo, es preciso señalar que tal crisis no supone necesariamente que todo vaya mal, sino que, eventualmente, matrimonio y familia se encuentran en medio de unos cambios que requieren comprensión, discernimiento y orientación. En el sínodo extraordinario recién finalizado, por ejemplo, se habló de situaciones críticas internas y externas a la familia: dificultades en las relaciones y la comunicación entre sus miembros; violencia y abuso intrafamiliar; impacto del fenómeno migratorio; condiciones de pobreza y lucha por la subsistencia; influjo del consumismo y el individualismo.
Además, se plantearon situaciones pastorales difíciles, como las convivencias de hecho, la situación canónica de los separados y divorciados vueltos a casar, la atención a las madres solteras, las uniones entre personas del mismo sexo, entre otras. Circunstancias que requieren orientaciones realistas, responsables, sensatas y con alto espíritu humano y cristiano. La Iglesia pretende dar una respuesta a esas problemáticas y sus desafíos, y proyecta hacerlo en el sínodo ordinario de 2015. Pero es obvio que para hacerlo asertivamente se requiere un talante que equilibre su rol de madre y maestra. El papa Francisco, en su mensaje de gratitud dirigido a los participantes en el sínodo, deja entrever qué tipo de actitudes y modo de ser Iglesia son necesarios para enfrentar los retos actuales de la familia. Veamos.
Exhorta a estar vigilantes frente a actitudes que él denomina “tentaciones”. Estas son, primera, la del endurecimiento hostil, es decir, querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); encapsularse dentro de la ley, dentro de la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos todavía aprender y alcanzar. Es la tentación de los celosos, de los escrupulosos, de los apresurados, de los tradicionalistas e intelectualistas.
Segunda, la tentación del “buenismo” destructivo, que en nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin primero curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas ni las raíces. Es la tentación de los “buenistas”, de los temerosos y también de los progresistas y liberalistas. Tercera, la tentación de transformar la piedra en pan para terminar el largo ayuno, pesado y doloroso (cf. Lc 4, 1-4), y también de transformar el pan en piedra, y tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos (cf. Jn 8, 7); de transformarla en “fardos insoportables” (Lc 10, 27). Cuarta, la tentación de descender de la cruz para contentar a la gente, sin permanecer para cumplir la voluntad del Padre; de ceder al espíritu mundano en vez de purificarlo e inclinarlo al Espíritu de Dios. Finalmente, la tentación de descuidar el depositum fidei, considerándose no custodios, sino propietarios y patrones; o, por otra parte, la tentación de descuidar la realidad, usando una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas sin decir nada.
Estas tentaciones, según el obispo de Roma, no nos deben asustar ni desconcertar, ni mucho menos desanimar, porque ningún discípulo es más grande que su maestro; por tanto, si Jesús fue tentado —y además, llamado Belcebú—, sus discípulos no deben esperarse un trato mejor. Ahora bien, ¿cuál es la Iglesia que puede estar a la altura de las dificultades y desafíos que las familias deben enfrentar? Francisco la tipifica como aquella que es madre fértil y maestra primorosa. Es decir, la que no tiene miedo de remangarse para derramar el óleo y el vino sobre las heridas de sus hijos e hijas. La que no mira a la humanidad desde un castillo de vidrio para juzgar y clasificar a las personas. La que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los publicanos. La Iglesia que no se avergüenza del hermano caído y finge no verlo; al contrario, se siente comprometida y obligada a levantarlo y a animarlo a retomar el camino y lo acompaña hacia el encuentro con Jesucristo. Es la Iglesia que, en la variedad de sus carismas, se expresa en comunión, para que, juntos, podamos todos entrar en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en nuestra vida.
Y en ese modo de ser Iglesia, Francisco considera que la tarea del papa es garantizar la unidad de aquella; recordarles a los fieles su deber de seguir el Evangelio de Cristo; recordar a los pastores que su primer deber es nutrir la grey que el Señor les ha confiado y salir a buscar —con paternidad, misericordia y sin falsos miedos— a la oveja perdida. La tarea es recordar a todos que la autoridad de la Iglesia es de servicio, que el papa no es un señor supremo, sino un supremo servidor. Sin duda, tenemos un papa con espíritu de apertura a la novedad de Dios. Y ese espíritu es más necesario sobre todo en temas como el de la familia, para el cual han predominado los planteamientos conservadores y las actitudes de cerrazón ante las posibilidades de apertura y cambio de paradigmas.
La discriminación de las mujeres y la creciente violencia de género contra ellas (con frecuencia, dentro de la familia); los abusos sexuales contra niños y niñas; la penalización de la maternidad en vez de su consideración como un valor; la mutilación genital en algunas culturas; los efectos nefastos de las guerras, el terrorismo y el crimen organizado en las familias; y el crecimiento del fenómeno de menores que viven en las calles de las grandes ciudades y periferias son problemas que demandan respuestas formuladas no desde una moral abstracta y genérica, sino desde una perspectiva cristiana que, en diálogo con otros saberes especializados, abra nuevos caminos que la lleven a su plena humanización. En otras palabras, una perspectiva en la que predomine el amor sobre la función, la gratuidad sobre el interés, la capacidad de entrega sobre el egoísmo. Esas esperanzas de cambio seguirán vivas de cara al sínodo de 2015, mientras perviva en la Iglesia un espíritu que la haga ser madre fértil y maestra primorosa que cumple su misión con pertinencia y valentía.