"Ustedes son mis amigos, hagan esto en conmemoración mía"

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El título de nuestro comentario es el lema que han escogido las autoridades eclesiásticas para las fiestas titulares de la capital de la República, en honor al Divino Salvador del Mundo. El lema está tomado del capítulo 22, verso 19, del Evangelio de Lucas, y está referido al año sacerdotal convocado por el papa Benedicto XVI.

La fiesta del Divino Salvador del Mundo ciertamente es una buena oportunidad para que la Iglesia católica diga una palabra relevante sobre la situación del país desde su perspectiva pastoral. De ello hay antecedentes muy valiosos. Recordemos, de paso, la famosa homilía del padre Rutilio Grande pronunciada el 6 de agosto de 1970. A lo largo de su prédica, el padre Grande fue comentando el significado de la bandera y su lema "Dios, Unión, Libertad". Anhelamos ardientemente, decía el padre Rutilio, que la tercera palabra estampada en nuestro pabellón, es decir, la Libertad, sea una realidad para todos los salvadoreños, en virtud de la transfiguración total de nuestra Patria, según los postulados de Cristo que transfigura el mundo y toda la historia con el mensaje de su Evangelio.

El padre "Tilo", como se le conocía popularmente, orientó la fiesta del Divino Salvador hacia la toma de conciencia general sobre el sentido profundo de la transfiguración, unificando la fe con las responsabilidades ciudadanas.

De mayor impacto fueron las Cartas Pastorales escritas por monseñor Óscar Romero en el contexto de las fiestas patronales al Divino Salvador del Mundo. En cada una de las cartas aparece con fuerza la convicción de que la Iglesia llegue a ser fiel a su identidad y a las urgencias humanas que se le presentan en la historia. Con excepción de la primera Carta (escrita en abril de 1977), las tres siguientes fueron escritas en el marco de las celebraciones de la transfiguración del Señor de los años 1977, 1978 y 1979. La selección del momento tenía una profunda motivación de fe: actualizar, desde las propias circunstancias históricas de la Arquidiócesis, la voz del Padre que, a través de la liturgia de la Iglesia, proclama que Jesús (el Patrono del país) es el Hijo de sus complacencias y que nuestro deber es escucharlo (Mt 17,5).

Hay, pues, una tradición rica y valiosa que ha procurado que la fiesta al Divino Salvador no quede en mera solemnidad presidida por las altas autoridades y un pueblo simplemente expectante. Se trata de escuchar en serio la voz de Dios y la voz de la realidad. En la experiencia de fe cristiana, cuando la primera ilumina e inspira a la segunda, ésta puede orientarse a más justicia, solidaridad y misericordia, es decir, hacia su propia transfiguración.

Pero volvamos al lema de este año: "Hagan esto en memoria mía". El contexto bíblico es la Cena del Señor. Jesús de Nazaret se dispone a animar la cena contagiando a sus discípulos de esperanza. Comienza la comida siguiendo la costumbre judía: se pone en pie, toma en sus manos pan y pronuncia una bendición a Dios. Luego rompe el pan y va distribuyendo un trozo a cada uno. En aquella noche, Jesús añade unas palabras que le dan un contenido nuevo e insólito a su gesto. Mientras distribuye el pan entre los discípulos, les va diciendo estas palabras: "Este es mi cuerpo. Yo soy este pan. Vedme en estos trozos entregándome hasta el final, para hacer llegar la bendición del Reino de Dios". Con estos gestos de la entrega del pan y del vino, compartidos para todos, Jesús convierte aquella cena de despedida en una gran acción sacramental, la más importante de su vida, la que mejor resume su servicio al reino de Dios.

Ahora bien, cuando Jesús dice "Hagan esto en memoria mía", ¿a qué se está refiriendo?, ¿a un rito o una entrega? La comunidad de discípulos y discípulas de Jesús lo entendió como seguimiento, como entrega, como disponibilidad a la causa del reino de Dios y su justicia. Por eso, entre celebración y celebración del pan compartido, su principal preocupación era qué tanto está avanzando el reino de la misericordia.

En ese mismo contexto se hace referencia a Cristo bajo el título de Sumo y Eterno Sacerdote. En aquel momento, el sacerdote era el hombre de lo sagrado, o separado de los impuros para poder ofrecer sacrificios agradables a Dios por los pecados. Jesús, por el contrario, ha acogido a pecadores y prostitutas, ha tocado a leprosos y enfermos excluidos del templo; no se separa de nadie para poder estar cerca de Dios; se mueve entre la gente y está cerca de todos para hacer presente a su Padre querido en medio de los más olvidados y humillados. Por eso, la Carta a los Hebreos lo define como el verdadero "mediador" entre Dios y los seres humanos, es decir, como el verdadero sacerdote. No era como aquellos sumos sacerdotes que la gente contemplaba desde lejos cuando entraban con aire solemne en el recinto sagrado; Jesús se ha hecho semejante en todo a sus hermanos para ser, ante Dios, un sumo sacerdote misericordioso y digno de crédito.

El lema de este año debería de convocarnos a todos —laicos y jerarquía— a hacer memoria viva de la causa de Jesús de Nazaret. Para monseñor Romero eso implicaba compromisos muy concretos: el fomento de una sólida orientación doctrinal, la denuncia profética del pecado histórico, la promoción de la liberación integral, el desenmascaramiento de las idolatrías predominantes en la sociedad salvadoreña, urgir cambios estructurales profundos y acompañar al pueblo en las clases populares y en el sector de las clases dirigentes (cfr 4ª CP, n.37). En la actual situación del país, esos compromisos siguen siendo necesarios y vigentes.

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