Los tiempos no son buenos; llevan demasiados años sin serlo. El descuido secular de lo social y de los derechos de los pobres ha ido acumulando graves problemas. En los últimos años, tanto de parte de Arena como —y sobre todo— del FMLN ha habido adelantos en el tema social. Pero son insuficientes. Querer echarse mutuamente la culpa de todo lo que pasa es permanecer en traba. Porque ningún partido puede resolver en solitario los problemas acumulados desde antes de que Arena y el FMLN existieran como partidos. Antes se hablaba de las 14 familias. Y antes de ellas hubo otras. Algunas perviven en niveles altos. Otras casi, o sin casi, han desaparecido de escena. Cada vez hay más voces que repiten la necesidad de pactos nacionales. Nadie niega que en todos los partidos, y en los dos que hemos mencionado es evidente, hay gente preocupada por El Salvador. Tal vez algunos están por interés en sus puestos. Pero no todos se mueven por egoísmo o afán de prestigio y poder individual.
Nuestro arzobispo viene repitiéndolo con frecuencia. Necesitamos pactos nacionales, acuerdos de nación. Lo repetía este último domingo. Preferiría hablar de un acuerdo de nación sobre seguridad ciudadana que hablar de treguas. En muchos sectores de nuestra población se habla de lo mismo. Y en los partidos no falta gente que siente la necesidad de cambiar los discursos confrontativos y buscar acuerdos. No se puede decir que todos los males vienen del tiempo de la conquista española o de la oligarquía del siglo XIX y principios del XX. No podemos echarle toda la culpa al PCN y a los militares. No es cierto que el país no se pueda levantar porque hubo guerrilla durante más de 11 años de guerra. Ni se puede decir que todo depende de los veinte años de Arena. Tampoco es cierto que el Gobierno del FMLN nos haya llevado a la catástrofe. Lo que es real es que estamos en una crisis de la que no se vislumbran salidas claras y para las que no sirven respuestas parciales ni quejas por el pasado. El propio Presidente del Banco Central de Reserva, hablando de la moneda (un problema entre muchos otros), veía riesgos tanto en seguir con el dólar como en volver al colón. Y aceptaba que la situación es de crisis y que no hay de momento una varita mágica que solucione los problemas. En realidad, cada vez cunde más la idea de que ningún partido puede dar soluciones en solitario a la situación crítica que vivimos.
Ante una situación como esta, lo lógico es unirse para buscar soluciones concertadas. Los partidos no son fuerzas armadas y beligerantes de países distintos y enfrentados. Son cuerpos civiles de un mismo país que quieren convivir y buscar juntos el desarrollo, la justicia y la paz, al menos en principio. Es absurdo no buscar acuerdos ante una crisis tan fuerte como la que estamos viviendo, y para la que no hay salida sin cooperación en proyectos de realización común. Si un solo partido no puede encontrar soluciones plenas, hay que buscar acuerdos que incluyan al conjunto del país, al menos en algunos temas básicos que permitan avanzar. Después habrá multitud de elementos en los que se podrán buscar soluciones propias de cada partido, con toda la discusión y el debate que se desee. Pero sin acuerdos básicos, continuaremos en ese marasmo que se llama pobreza, desigualdad pecaminosa e injusta en el ingreso, violencia, subdesarrollo, migración, corrupción y politiquería.
Los partidos deben estar conscientes de esta situación. Nuestro arzobispo les recordaba en su conferencia de prensa del domingo que de poco sirve subir el tono agresivo en este ambiente preelectoral anticipado. Gritar no es positivo para el país, aunque algunos piensen que le puede beneficiar a su grupo empresarial o a su partido. Las instituciones de la sociedad civil más independientes deberían dar un paso y convocar a diálogo interpartidario y con la misma sociedad civil. Si antes de que empiece la campaña lográramos acuerdos no solo de campaña limpia, sino verdaderos pactos concretos y evaluables de desarrollo en temas básicos como educación, fiscalidad y austeridad, salud y seguridad, no solo ganará la gente, sino también los propios partidos. No es bueno ni conveniente para la democracia que los partidos políticos sean los últimos en los sondeos de confiabilidad. Tal vez si gritaran menos y llegaran a acuerdos básicos de desarrollo la gente confiaría en ellos un poco más.