Acuerdos éticos

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Insistimos siempre en la necesidad de acuerdos nacionales. La elaboración de un proyecto común básico es indispensable para moverse en dirección al desarrollo. Pero con frecuencia olvidamos, o damos por supuesto que lo tenemos en cuenta, que en una democracia la ética juega siempre un papel de primera categoría. De tal manera que antes de tener un gran acuerdo nacional de desarrollo, construcción de la paz, educación universalizada y de calidad, vida saludable, vivienda digna con agua permanente dentro de casa, etc., resulta estrictamente necesario un acuerdo sobre valores éticos. En general, somos bastante legalistas, aunque después nos saltemos nuestras propias leyes o tratemos de manipularlas al servicio del poder. Pero la ética, a pesar de toda la palabrería al respecto, suele estar ausente de las dinámicas nacionales. Por ello resulta importante reflexionar sobre la necesidad política de acuerdos éticos.

Cuando a un político se le acusa de falta de ética, suele responder atacando al contrario (“menos ética tienen ustedes”) o diciendo que es inocente mientras no se demuestre lo contrario, que cumple las leyes a cabalidad, que esas acusaciones son parte de una conspiración, etc. Este tipo de respuestas evidencian que el político que las utiliza no tiene idea de qué es un comportamiento ético. Y por lo mismo es importante reflexionar al respecto. Porque la ética es lo único que puede hacer que la política goce de buena salud. En la medida que el autoritarismo, las recomendaciones “amiguistas”, el enriquecimiento favorecido desde el poder empiezan a divisarse, la política cae necesariamente en crisis de valores. Entonces, la ciénaga de la corrupción surge y destroza las posibilidades de desarrollo social y cultural. Y por supuesto fuerza a que el desarrollo económico, si lo hay, sea profundamente desigual y vinculado a la misma falta de valores.

En un acuerdo ético entre partidos, hay que partir de la idea de ciudadanía. La igual dignidad de la persona; la libertad como capacidad de tomar decisiones, crear oportunidades personales y realizarlas; y la solidaridad como base de convivencia son los cimientos de la ética y de las leyes. Pero mientras las leyes miran a temas fundamentales, la ética llega hasta los detalles. Todavía hoy, por poner un ejemplo, cuando alguien quiere conseguir un trabajo en el Gobierno, todo el mundo le dice que debe acompañar su currículo de una recomendación de un diputado del partido gobernante. Esto, que se viene practicando desde hace demasiados años, es totalmente antiético y muestra clara de que las instituciones están primero al servicio de los colores partidarios y después, en último lugar, de la gente. A partir de acciones tan pequeñas como la expuesta se va elevando el nivel de aprovechamiento de las instituciones, colocación de parientes y amigos en oficinas gubernamentales, utilización de vehículos, dineros y prebendas a favor propio, hasta llegar a extremos de flagrante corrupción, del tipo que castiga la ley cuando no se hace el ojo pacho.

En ese sentido, antes de los grandes acuerdos, los partidos políticos deberían hacer un pacto ético. Pero en serio. De tal manera que, mientras se investiga, se le suspendiera la militancia de un modo inmediato, por ejemplo, a cualquiera que tuviera signos de proceder de un modo poco ético. Lo propios partidos deberían tener sus normas éticas claras y sus propios mecanismos de investigación, y ser los primeros en proceder contra cualquier abuso. Aprovecharse del poder para sí o para los amigos es negar la democracia. Y eso es algo que no pueden ni deben hacer quienes son hijos de la democracia, aunque esta, en concreto la nuestra, sea todavía imperfecta. Pelear entre partidos, echarse la culpa unos a otros exhibiendo los evidentes fallos, ilegalidades y faltas, no hace más que aumentar la desconfianza y el sentimiento de que la política está podrida. Y ese sentimiento, cada vez más inserto en la conciencia popular, es peligroso para la democracia y letal para el desarrollo justo y equitativo.

Creer en la política es necesario para el desarrollo de las sociedades modernas. Pero para creer es necesario ver. Y ver sin necesidad de que nos aburran con propaganda diciendo a cada rato todo lo que hacen, como si nos estuvieran regalando algo. De hecho, esa propaganda de hicimos esto o hicimos lo otro, tan propia de nuestros partidos siempre que están en el poder, es del todo antiética. Los Gobiernos e instituciones pueden financiar campañas educativas a través de los medios. Pero no autoexaltarse con dinero que es de todos, afamándose simple y sencillamente porque han construido una obra que era necesario hacerla y que se ha hecho con fondos públicos. Lo que los ciudadanos desean ver es vidas dedicadas al servicio.

Puede haber distintas concepciones en el campo de los valores, diferentes ideologías y muy diversas prioridades ante lo que se debe realizar. Pero lo que no puede existir es el afán de aprovechamiento propio convertido en prioridad. Si los partidos hicieran un pacto creíble de ética, descendiendo a detalles como los que hemos expuesto y sancionando con energía a quienes fomenten el ventajismo, la posibilidad de entendimiento y de acuerdos sería mucho mayor. El afán de tener poder para aprovecharse es el peor cáncer de la política. Y solo se cura con una reflexión a fondo de la responsabilidad del servicio público y con un compromiso entre partidos que les aporte credibilidad.

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