El violento asalto al Capitolio por parte de seguidores de Trump, que pretendían evitar la certificación de los votos del Colegio Electoral, puso de manifiesto —de manera extrema— un liderazgo presidencial que, desde su inicio hasta el final, ha sido oscuro, mezquino, antidemocrático, violento, plutocrático, confrontativo, xenófobo, racista, falaz, y ha conllevado a un nuevo juicio político contra este presidente. Es la primera vez en la historia de Estados Unidos que a un mandatario se le aplica tal proceso dos veces. Ahora está acusado por una mayoría bipartidista de legisladores de cometer graves crímenes contra la nación. Su nociva “levadura”, su peligrosa herencia , se resume en los siguientes rasgos.
Primero, echó mano de lo que se denomina “democracia emotiva”, en la que las élites políticas manipulan los sentimientos y emociones de los electores con el fin de conseguir sus votos. Utilizó los miedos colectivos, el desprestigio del adversario y las promesas infladas para ganarse la aceptación popular. Se sabe que esta forma de actuar funciona en las llamadas “democracias de masas”, donde los ciudadanos no actúan de forma concertada y organizada.
Segundo, alentó la idea de que para triunfar económicamente (siguiendo su ejemplo) se deben eliminar las normas del Estado y saltarse las que existen, descriminalizando de hecho la corrupción. Tercero, normalizó el racismo, el sexismo y el desprecio por la izquierda, los defensores del medioambiente y todos los que representen la agenda de diversidad y derechos humanos. Específicamente, expuso en palabras y hechos el rechazo a los inmigrantes y solicitantes de refugio.
Cuarto, reafirmó la legitimidad de grupos pronazis, milicias extremistas y grupos conspirativos que reivindican estar armados y organizados contra el Estado. Quinto, utilizó la idea de nación con fines sectarios, antidemocráticos y excluyentes. Sexto, con motivo de la pandemia de covid-19, desacreditó a la ciencia, promoviendo interpretaciones conspirativas y peligrosamente supersticiosas. Séptimo, promovió una concepción política y nacionalista de la religión a través de su alianza con los evangélicos; de este modo, retrocedió siglos atrás en la separación entre Estado y religión.
Octavo, incentivó a que en política exterior cada país defendiera sus intereses con métodos propios, alejándose de cualquier política cooperativa, despreciando y debilitando el sistema multilateral, en particular los acuerdos y resoluciones de Naciones Unidas. Finalmente, mostró que se puede llegar al poder por la vía electoral para luego subvertir el Estado desde dentro; a la vez, puso en evidencia que con el fin de perpetuarse en el poder se pueden deslegitimar las elecciones mediante noticias falsas, usar maliciosamente las redes sociales, acusar de tendencioso al periodismo crítico y movilizar a sectores paramilitares en las calles.
Esa perniciosa levadura puede ser contrarrestada con lo que el papa Francisco ha denominado las reservas éticas y culturales de los pueblos, el “alma del pueblo”. En esa línea, cuando visitó el Congreso estadounidense en 2015, en su discurso hizo referencia a cuatro personas que con su vida plasmaron valores fundamentales que han trascendido el tiempo y el espacio. Salvando los vaivenes de la historia y las ambigüedades propias de los seres humanos, Francisco habló de Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton.
A Lincoln lo calificó como un defensor de la libertad frente a la esclavitud fruto de la injusticia y de la mala política. Señaló que su ejemplo inspira a construir un futuro de libertad que exige amor al bien común y colaboración con un espíritu de subsidiaridad y solidaridad. De Luther King destacó el gran sueño que motivó sus luchas: la conquista de plenos derechos civiles y políticos para los afroamericanos. Un sueño que, según Francisco, sigue resonando en nuestros corazones y sigue movilizando a la acción, la participación y el compromiso.
De Dorothy Day, fundadora del movimiento de trabajadores católicos, resaltó su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos, inspirada en el Evangelio y en su fe. Para el papa, este ejemplo motiva a implementar una “cultura del cuidado” y una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y cuidar la naturaleza. Del monje Merton, maestro del espíritu, señaló que fue un hombre de oración, un pensador que desafió las certezas de su tiempo y abrió horizontes nuevos para las personas y para la Iglesia. Fue un hombre de diálogo y un promotor de la paz entre pueblos y religiones.
Para Francisco, este legado representa parte importante del “alma del pueblo” estadounidense que se debería cultivar y entregar a las nuevas generaciones: “Tres hijos y una hija de esta tierra, cuatro personas, cuatro sueños: Abraham Lincoln, la libertad; Martin Luther King, una libertad que se vive en la pluralidad y la no exclusión; Dorothy Day, la justicia social y los derechos de las personas; y Thomas Merton, la capacidad de diálogo y la apertura a Dios”.
La levadura dañina, pues, se contrarresta cuando se favorecen los liderazgos positivos y esperanzadores. Porque, como afirmó el papa en su discurso ante el Congreso, una nación es considerada grande cuando defiende la libertad, como hizo Abraham Lincoln; cuando genera una cultura de irrestricto respeto de los derechos humanos, como intentó hacer Martin Luther King; cuando lucha por la justicia y la causa de los oprimidos, como hizo Dorothy Day; cuando favorece el diálogo y siembra paz, al estilo de Merton.
* Carlos Ayala Ramírez, profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuitas de Teología (Universidad de Santa Clara) y de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco; docente jubilado de la UCA; y exdirector de Radio YSUCA.