Antídoto para el rumor

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En el libro Yo no vengo a decir un discurso, de Gabriel García Márquez, hay un relato que a continuación citamos de forma resumida:

Imagínense un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos (...). Está sirviéndoles el desayuno a sus hijos y se le advierte una expresión muy preocupada. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella responde: "No sé, pero he amanecido con el pensamiento de que algo muy grave va a suceder en este pueblo". Ellos se ríen de ella, dicen que esos son presentimientos de vieja (...).

El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el adversario le dice: "Te apuesto un peso a que no lo haces". Todos se ríen, él se ríe, tira la carambola y no lo hace. Paga un peso y le preguntan: "Pero qué pasó, si era una carambola tan sencilla". Dice: "Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi mamá esta mañana sobre algo grave que va a suceder en este pueblo". Todo se ríen de él y el que se ha ganado el peso regresa a su casa, donde está su mamá y una prima. Feliz con su peso, dice: "Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla, porque es un tonto". "¿Y por qué es un tonto?". Dice: "Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado por la preocupación de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo".

Entonces la mamá le dice: "No te burles de los presentimientos de los viejos, porque a veces salen". La parienta lo oye y va a comprar carne. Ella dice al carnicero: "Véndame una libre de carne" y, en el momento en que está cortando, agrega: "Mejor véndame dos porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparados". El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: "Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se está preparando (...)". Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades (...).

Hay tal tensión para los habitantes del pueblo que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. "Yo sí soy macho —grita uno—, yo me voy". Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen: "Si este se atreve a irse, pues nosotros también nos vamos", y empiezan a desmantelar literalmente al pueblo (...). Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio clamando: "Yo lo dije, que algo muy grave iba a pasar y me dijeron que estaba loca".

Sin duda, este relato de García Márquez, propio de su realismo mágico, pone en evidencia el poder del rumor cuando pasa a formar parte de la conciencia colectiva. Se dice que sus principales consecuencias son la contaminación de la convivencia social, la pérdida de confianza y el desencadenamiento del miedo en las personas. Y el miedo producto del rumor nos hace vulnerables y frena nuestras potencialidades. Se afirma, además, que su fuerza deriva de los contextos de caos, incertidumbre y desinformación. Mucho de esto hemos visto en días pasados, cuando buena parte de la población salvadoreña fue víctima de rumores vinculados a las pandillas, que decretaron supuestos "toques de queda" o "viernes negros", amenazando con asesinar a particulares y atacar sedes policiales. Como resultado de estas amenazas, en varios departamentos del país hubo suspensión de clases, paro de buses y disminución de las actividades comerciales. Pese a que las autoridades reconocen que se trataba solo de rumores, se incrementaron las medidas de seguridad ante cualquier intento de ataque que pudiera darse. En todo caso, el miedo se apoderó de la ciudadanía y el estado de alerta se activó en las instancias de la seguridad pública.

Ahora bien, el poder del rumor puede verse fortalecido o mermado, según el entorno. De acuerdo al informe regional del PNUD para 2013-2014, la inseguridad ciudadana se ha convertido en un reto inaplazable para el desarrollo humano de América Latina y el Caribe. Los ciudadanos de la región señalan el delito y la violencia como factores que limitan sus oportunidades reales y su derecho a vivir libres de temor y de amenazas. Cinco de cada diez latinoamericanos perciben que la seguridad en su país se ha deteriorado: hasta un 65% han dejado de salir de noche por la inseguridad y el 13% reportó haber sentido la necesidad de cambiar su residencia por temor a ser víctima de delito. En 11 de los 18 países analizados en este informe, se registra una tasa de homicidios superior a 10 por cada 100,000 habitantes, considerada por la Organización Mundial de la Salud como nivel de epidemia.

En el caso de El Salvador, el miedo se hizo más fuerte por los hechos registrados hace dos semanas, cuando, a raíz de una supuesta decisión de las pandillas, se registró un total de 32 asesinatos a nivel nacional. Los rumores sobre la posibilidad de que eso se repitiera se vieron abonados por el precedente y por el incremento generalizado de la violencia, que hacían verosímil la posibilidad de nuevas acciones criminales. Por eso, contrarrestar el fenómeno del rumor tiene que ver no solo con que las instituciones de seguridad proyecten una imagen confiable. Se requiere, ante todo, una visión y medidas concretas para garantizar la seguridad pública.

En ese sentido, son esperanzadoras las palabras del nuevo Presidente de la República sobre el tema de la seguridad. Salvador Sánchez Cerén dijo: "Veo un El Salvador donde la vida esté libre de riesgos, donde las ciudades sean espacios seguros de convivencia, donde los ciudadanos se encuentren protegidos". Y enseguida planteó algunas acciones: fortalecer y depurar la Policía Nacional Civil, abrir espacios de participación a los gobiernos y liderazgos locales, dar más oportunidades para el desarrollo de la gente, fortalecer el Estado social y democrático, reforzar las instituciones que tienen el mandato constitucional de prevenir, combatir y castigar el crimen, y modernizar el sistema penitenciario para convertir los centros penales en verdaderos espacios de rehabilitación.

Si esta visión y las acciones respectivas se ponen en marcha, iremos más allá de la neutralización o superación de los abundantes rumores sobre las pandillas. Habremos avanzado en el proceso de la consecución de la seguridad ciudadana. A juicio del PNUD, esto implica, entre otras cosas, alinear los esfuerzos nacionales para reducir el delito y la violencia con base en las experiencias y lecciones aprendidas; prevenir el delito y la violencia, impulsando un crecimiento incluyente, equitativo y de calidad; disminuir la impunidad, fortaleciendo las instituciones de seguridad y justicia; generar políticas públicas orientadas a proteger a las personas afectadas por la violencia y el delito; y potenciar la participación activa de la sociedad en la construcción de la seguridad ciudadana. Una ciudadanía empoderada es el mejor antídoto para erradicar los miedos personales y colectivos. Es condición de posibilidad para alcanzar una de las convicciones expresadas por Sánchez Cerén en su primer discurso como presidente: "Solo juntos podemos superar la inseguridad y el miedo".

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Anónimo
05/06/2014
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Anónimo
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