Beato Óscar Romero, mensajero de la misericordia

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Este 24 de marzo se cumplen 36 años del martirio de Óscar Arnulfo Romero. Con motivo de la beatificación del arzobispo mártir y del jubileo extraordinario de la misericordia, el papa Francisco declaró que hay que dar “gracias a Dios porque concedió [a monseñor Romero] la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana”. Veamos cómo se concreta este modo de ser misericordioso.

Comencemos señalando que la misericordia entendida como un comportamiento activo y comprometido, desencadenado por el sufrimiento ajeno, requiere una gran capacidad de inserción en la realidad, lo que supone un corazón sensible para captar las necesidades de los demás, un compromiso a favor de la justicia social y, sobre todo, un gran amor por los excluidos. Situado en el mundo de las mayorías, monseñor descubrió los desafíos que representa para la vida humana y cristiana la pobreza que clama al cielo. En su discurso con motivo del Doctorado Honoris Causa que le confirió la Universidad de Lovaina, proclamó:

La Iglesia no solo se ha encarnado en el mundo de los pobres y les da una esperanza, sino que se ha comprometido firmemente en su defensa. Las mayorías pobres son oprimidas y reprimidas cotidianamente por las estructuras económicas y políticas de nuestro país. Entre nosotros siguen siendo verdad las terribles palabras de los profetas de Israel. Existen […] los que venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; los que amontonan violencia y despojo en sus palacios; los que aplastan a los pobres.

Por otra parte, de monseñor Romero se puede decir que sus obras de episcopado fueron de genuina misericordia. Como se sabe, “cuidar” se dice en griego episkopein, que es la primera tarea de aquellos a quienes la Iglesia llamará epískopoi u obispos. De ellos se espera responsabilidad en el cuidado de toda la grey, pero especialmente de los más necesitados o debilitados. El beato Romero fue epískopoi en el sentido radical del término, esto es, según los rasgos descritos en la Primera Carta del apóstol Pedro:

Cuiden de las ovejas de Dios que han sido puestas a su cargo; háganlo […] como Dios quiere, y no por obligación ni por ambición al dinero. Realicen su trabajo […] no como si ustedes fueran los dueños de los que están a su cuidado, sino procurando ser un ejemplo para ellos”.

Su modo de ser obispo no era el de un funcionario clerical que convierte su servicio en poder, y su poder en la búsqueda de privilegios personales o institucionales. Su visión era radicalmente distinta. Afirmaba:

La autoridad en la Iglesia no es mandato, es servicio. ¡Qué vergüenza para mí, pastor! Y les pido perdón, mi comunidad, cuando no haya podido desempeñar como servidor de ustedes mi papel de obispo. No soy jefe, no soy un mandamás, no soy una autoridad que se impone. Quiero ser el servidor de Dios y de ustedes.

En consecuencia, desarrolló una práctica de acompañamiento mediante la cual orientaba al pueblo en sus anhelos de libertad; consolaba a las víctimas de la violencia y la persecución; animaba a tener esperanza contra toda esperanza; se mantenía firme en su opción de buscar justicia para el pobre. Son muy convincentes, en este sentido, las siguientes palabras donde une oración y compromiso: “Por eso pido al Señor, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento”.

Y frente a las causas de tanta angustia e injusticias, monseñor destaca la dimensión profética de la misericordia, que se torna en palabra de buena nueva para los pobres, y en palabras exigentes para los poderosos. La reacción crítica y profética forma parte de la misericordia, porque cuando esta va más allá del comportamiento paternalista, no elude el carácter estructural e histórico de los males. Como mensajero de la misericordia, monseñor criticó el deterioro moral en el ámbito de la administración pública, del sector privado, de la misma Iglesia; desenmascaró las idolatrías de la sociedad: absolutización de la riqueza, del poder y de la ideología; propuso una liberación integral que unificara evangelización con promoción humana, cambios de la persona con cambios estructurales. En este contexto, pregonó con voz profética:

Toda mano que toca la vida, la libertad, la dignidad, la tranquilidad y felicidad de los hombres y de las familias y de los pueblos es una mano sacrílega y criminal. Toda sangre, todo sufrimiento, todo atropello que cause un hombre a otro hombre se convierte en un eco de la maldición de Dios ante el crimen de Caín: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: ¡Maldito seas!”.

Finalmente, ante una sociedad que funciona de manera inmisericorde, pero que se confiesa religiosa, el beato Romero recuerda que hay un criterio para saber si Dios está cerca o lejos de nosotros: “Todo aquél que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda esa carne que sufre, tiene cerca a Dios. ‘Clamarás al Señor y te escuchará’”. Encargarse del sufrimiento de los pobres con solidaridad, compasión, verdad y justicia es un camino esencial que nos ha legado, para seguirlo, el beato Romero. Por eso podemos considerarlo un auténtico cultivador y mensajero de la misericordia.

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Anónimo
22/03/2016
07:15 am
Los justos quedaran en la Historia como justos y los malvados como malvados.
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