"Bienaventurados los que trabajan por la paz" es el título del mensaje del papa Benedicto XVI a propósito de la Jornada Mundial por la Paz de 2013. El papa tiene claro que no es precisamente la paz lo que más abunda en el mundo. En su listado de condiciones para la paz, una de ellas cobra relevancia especial no solo por el énfasis dentro de su mensaje, sino porque implica a una parte mayoritaria de la población mundial: hablamos del derecho al trabajo y de la necesidad de construir un nuevo modelo de desarrollo y de economía. En tal sentido, Benedicto XVI recuerda no solo los sangrientos conflictos en curso y la delincuencia internacional como verdaderas amenazas para la paz, sino también los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista que se expresa en un capitalismo financiero no regulado.
Desde la inspiración de una de las Bienaventuranzas, propia y exclusiva de Mateo ("bienaventurados los que trabajan por la paz"), el pontífice habla de la necesidad de involucrarse en la lucha por una renovada consideración del trabajo, por la implementación de un nuevo tipo de desarrollo y por una nueva visión de la economía. La construcción de la paz, por tanto, demanda de acciones y compromisos concretos, porque concretos son también los obstáculos que hay que enfrentar y superar. Según sean las circunstancias históricas por las que falta la paz, así obrar la paz tomará unas determinadas características. Por ejemplo, para el papa, uno de los derechos y deberes sociales más amenazados actualmente es el derecho al trabajo. Y, según él, esto se debe a que el trabajo y el justo reconocimiento del estatuto jurídico de los trabajadores van perdiendo valor, porque el desarrollo económico se hace depender sobre todo de la absoluta libertad de los mercados. Este predominio del mercado hace que el trabajo sea considerado una mera variable dependiente de los mecanismos económicos y financieros.
Ya en el pasado Juan Pablo II denunció con fuerza este hecho en su encíclica Laborem exercens, al plantear que el trabajo, que debería ser el cielo (la plenitud) del ser humano, se ha convertido en su infierno (negación). Y consideraba que la raíz y causa última de esta desgracia histórica se debe al tratamiento que el capital y el capitalismo han dado al trabajo. El capital se ha hecho a costa del trabajo, pero al trabajo se le ha impedido el acceso al capital. Una consecuencia inmediata de ello es que al trabajador se le suele negar remuneración justa, protección social, buenas condiciones y seguridad en el lugar de trabajo, posibilidades de desarrollo personal y reconocimiento social. Dar primacía al capital sobre el trabajo ha producido injusticia y opresión en el mundo, y es una de las principales causas de la falta de paz. Para encarar este mal, Benedicto XVI propone reconsiderar el trabajo como bien fundamental para la persona, la familia y la sociedad. Esto implica, desde luego, nuevas y valientes políticas laborales para lograr que todas las personas en edad de trabajar tengan la posibilidad de un empleo decente.
Con respecto a la necesidad de un nuevo modelo de desarrollo y de una nueva visión de la economía, el papa señala que en los últimos decenios ha prevalecido un modelo que maximiza tanto el provecho privado como el consumo sin límites, y que tiende a valorar a las personas solo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad. Una de las consecuencias más notorias de esto, según Benedicto XVI, es la actual crisis financiera y económica, así como una profundización de las desigualdades sociales. En este contexto, el que trabaja por la paz, según el papa, ha de mostrarse como aquel que instaura con sus colaboradores y compañeros, con los clientes y los usuarios, relaciones de lealtad y de reciprocidad. Como aquel o aquella que realiza la actividad económica por el bien común, y vive su esfuerzo como algo que va más allá de su propio interés, para beneficio de las generaciones presentes y futuras.
Más en concreto, en el documento se proponen las siguientes medidas de carácter estructural: por un lado, se exige a los Estados políticas de desarrollo industrial y agrícola que se preocupen del progreso social y la universalización de un Estado de derecho y democrático; y, por otro, a los mercados monetarios, financieros y comerciales, una estructuración ética, de modo tal que sean estabilizados y mejor coordinados y controlados para que no causen daño a los más pobres. En este plano, una tarea calificada como prioritaria es la atención a la crisis alimentaria, considerada más grave que la financiera.
Según se explica en el mensaje, la seguridad de los aprovisionamientos de alimentos ha vuelto a ser un tema central en la agenda política internacional a causa de las crisis relacionadas, entre otras cosas, con las oscilaciones repentinas de los precios de las materias primas agrícolas, los comportamientos irresponsables por parte de algunos agentes económicos y el insuficiente control de los Gobiernos y la comunidad internacional. Para hacer frente a esta crisis, el papa exhorta a los que trabajan por la paz a actuar juntos con espíritu de solidaridad, con el objetivo de poner a los agricultores —en particular, en las pequeñas realidades rurales— en condiciones de poder desarrollar su actividad de modo digno y sostenible desde un punto de vista social, ambiental y económico.
Finalmente, el papa hace una advertencia y un llamado. Advierte que los que trabajan por la paz deben tener presente que la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia insinúan la convicción de que el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales. En consecuencia, hace un llamado a estar vigilantes para que estos derechos y deberes sean considerados fundamentales en todo momento. En otras palabras, el crecimiento económico no debe ni puede estar separado de la satisfacción universal de las necesidades básicas, de la ampliación de las opciones de vida de las personas, del fortalecimiento de sus capacidades para llevar al máximo posible lo que cada uno puede ser y hacer.
Podemos decir, pues, que son bienaventurados los que trabajan por la humanización de la economía, porque de esa manera se contribuye a que haya paz social; condición indispensable para superar los conflictos y desigualdades colectivas.