El día de la independencia se celebra en casi todos los países, y en la mayoría trayendo a cuenta un pasado tergiversado, anclado en construcciones históricas poco fieles a la realidad y con débil conexión con el futuro. Sin embargo, tanto el sentido propio de la independencia como las necesidades de nuestros países en la actualidad nos deberían remitir más al futuro que al pasado. La independencia, en efecto, es un acontecimiento que le permite a cada nación planificar por sí misma la construcción de su futuro. Si se continúa anclado en los vicios o corruptelas del pasado, de poco sirve. Si solo se cambia de dueño, si se pasa de uno lejano y extraterritorial para sustituirlo por uno cercano, pero con la misma indiferencia hacia una parte de la población o con una codicia individualista semejante a la del anterior, de poco sirve la independencia. Los desfiles, los cohetes, la presencia del ejército en las calles, aunque tienen una dimensión festiva popular que no se puede despreciar, no añaden soluciones a la esperanza. Celebramos una conquista del pasado que en muchos casos se limita a un cambio de relaciones internacionales y a una mayor autonomía y capacidad de disponer sobre los recursos nacionales, aunque sea para malvenderlos o mal utilizarlos nuevamente en beneficio de pocos.
En El Salvador es necesario que celebremos más el futuro que el pasado. Que nos fijemos en aquellos acontecimientos del pasado que nos estimulan a construir un futuro diferente. Porque el presente no es suficientemente bueno para lo que nuestro pueblo se merece. Y el pasado, tal y como lo celebramos, no parece impulsarnos adecuadamente más que a discursos que después el viento tiende a llevarse. Hoy nadie se acuerda de las palabras floridas sobre la independencia patria que se echaron el año pasado. Y mucho menos las de años anteriores. Ni siquiera recordamos frases que probablemente eran acertadas o incluso bellas. Necesitamos palabras coherentes con la realidad y no frases redondas pero alejadas de un presente con frecuencia miserable. Ya decía monseñor Romero en una de sus homilías que “la palabra es fuerza. La palabra, cuando no es mentira, lleva la fuerza de la verdad. Por eso hay tantas palabras que no tienen fuerza ya en nuestra patria, porque son palabras-mentira, porque son palabras que han perdido su razón de ser”. Es demasiado fácil echar discursos prometiendo la luna y ensalzando maravillas para después encontrarse con la cruda realidad de una sociedad desigual, autoritaria, violenta.
Pero construir el futuro no es fácil. En las planificaciones de futuro de los poderosos, con frecuencia se piensa primero en los beneficios del propio grupo que en un desarrollo social compartido. Se ven obligados a hablar de las necesidades de la gente y a prometerles un futuro más halagüeño porque es la mejor manera de reforzar su poder. Incluso el descrédito acaba siendo utilizado en beneficio del poder, al desesperar a la gente honrada y hacer que se separen de la política por considerarla ineficiente o mala. Los discursos sin contenido o sin voluntad de ser coherentes con lo que se dice terminan por dejarnos en esa terrible actitud de andar calculando cuál de los partidos es el menos malo para elegirlo en cada elección. Teniendo tanta gente buena y honesta nacida en nuestra tierra, no somos capaces de pensar en el mejor para lo mejor, sino en el menos malo del mercado político. Ni siquiera nos sentamos todos para contemplar el país que queremos y después concretar pasos, cargas, responsabilidades, plazos hacia el ideal contemplado.
Si algo debiéramos celebrar en el día de la independencia son los pasos dados hacia un ideal de país. Pero para tener un ideal válido, debemos pensar un proyecto de realización común, construido entre todos. Un proyecto serio, evaluable, compartido. Si avanzamos en él, celebramos. Si no avanzamos, corregimos los fallos o las causas del freno. Necesitamos una base común de desarrollo en la que todos pongamos esfuerzo, compromiso y sacrificio. Pensar un desarrollo indoloro en El Salvador es un absurdo. Nuestra gente sencilla para salir adelante se sacrifica. Nuestros migrantes se sacrifican. ¿Cómo es posible que los más afortunados no quieran sacrificarse? Todas las comisiones de diálogo y desarrollo encuentran su freno cuando se habla de dinero. Y los que tienen más casi siempre tiran hacia abajo la mayor carga del sacrificio. Y después nos quejamos de que una muy pequeña parte de los de abajo se rebelen, cometan crímenes, se vuelvan antisociales. Si la sociedad en la que viven es antipobres, no es extraño que algunos se vuelvan antirricos o simplemente antitodo. El recuerdo de la independencia nos llama a un cambio. Si algo significa la independencia es el inicio de un proyecto de realización común que desde sus orígenes se denominó con el nombre de El Salvador. Que algunos hayan convertido ese proyecto en su propia parcela de desarrollo y enriquecimiento personal es una especie de traición. Hoy toca revertir ese concepto de independencia discursera y comenzar a construir seriamente un proyecto de realización común que incluya la satisfacción de derechos universales en áreas como la salud, la educación, la vivienda, el descanso y la seguridad tanto ciudadana como social.