Con frecuencia escuchamos que tras la pandemia debemos prepararnos para la “nueva normalidad”. Este término es ambiguo porque supone que antes del covid-19 había una situación “normal”. Pero ¿qué es normal? ¿Es normal el sistema económico, social y político de dónde venimos y en el que estamos? ¿Son normales las numerosas formas de injusticia, nutridas por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al ser humano? ¿Es normal que una parte de la humanidad viva en opulencia, mientras otra ve su dignidad desconocida, despreciada o pisoteada, y sus derechos fundamentales ignorados o violados? ¿Es normal un mundo donde los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro?
Para el papa Francisco, “la normalidad” no será la mera continuación del pasado, como tampoco la cancelación de este duro momento, sino una puesta en juego de todos nuestros recursos y creatividades para transformar el presente en el eslabón de una nueva oportunidad. Para lograr ese cambio, el papa aboga por una organización social basada en el “contribuir, compartir y distribuir con ternura, no en el poseer, excluir y acumular”. Hay que diseñar sistemas de organización social en los que se premie la participación, el cuidado y la generosidad, en vez de la indiferencia, la explotación y los intereses particulares.
En esta línea, ha recalcado que este “no es el tiempo de la indiferencia”, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. “No es el tiempo del egoísmo”, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas. “No es el momento para seguir fabricando y vendiendo armas”, gastando elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salvar vidas. “No es el tiempo del olvido”: la crisis que estamos afrontando no nos debe llevar a dejar de lado tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas.
Es la hora, pues, de ponernos a trabajar con urgencia para diseñar y generar sistemas de organización social inclusivos que posibiliten vida abundante. Es lo que Francisco denomina “sociedad solidaria y justa”. Los medios de comunicación social pueden y deben contribuir a ese propósito. Así lo ha manifestado el papa en sus diferentes mensajes para las jornadas mundiales de la comunicación. En ellos expone formas específicas y decisivas de este aporte: opción de comunicar en la proximidad; utilizar el poder de la comunicación al servicio del encuentro y la inclusión; comunicar esperanza y confianza; y frente a la proliferación de noticias falsas, cultivar la verdad. En pocas palabras, poner a producir la función social de los medios.
Ante lo que el papa llama los “pecados de los medios”, es decir, la desinformación (manipular la noticia), la calumnia (decir mentiras impunemente), la difamación (violentar el derecho a la buena imagen) y la coprofilia (amor al escándalo, a la morbosidad), se proclaman tres exigencias éticas: amar la verdad, poner la comunicación al servicio del encuentro y asegurar el respeto a la dignidad humana. Ese amor a la verdad no tiene un sentido abstracto, sino muy concreto. Verdad, para el papa, “es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos. […] Cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas”.
Utilizar el poder de la comunicación al servicio del encuentro y la inclusión significa tomar en serio las necesidades, angustias y esperanzas del otro, situarlo como referente y luz de la comunicación. Y uno de los requisitos fundamentales para que esto sea así es el examen crítico respecto al lenguaje que se usa para comunicar la realidad, que no pocas veces termina encubriéndola o distorsionándola, según favorezca el propio interés o ideología.
La tercera exigencia para una comunicación que respete y fomente el valor de la dignidad humana tiene que ver con la recuperación de la memoria histórica. Frente a una cultura de fugacidad y olvido, Francisco exhorta a no caer en la tentación de “dar vuelta a la página”. En la encíclica Fratelli tutti, afirma: “Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa”; “necesitamos mantener viva la llama de la conciencia colectiva, testificando a las generaciones venideras el horror de lo que sucedió”; hay que “despertar y preservar el recuerdo de las víctimas, para que la conciencia humana se fortalezca cada vez más contra todo deseo de dominación y destrucción”; hay que recordar a quienes “en medio de un contexto envenenado y corrupto fueron capaces de recuperar la dignidad y con pequeños o grandes gestos optaron por la solidaridad, la justicia y la fraternidad”. Es el caso de nuestros mártires, cuya memoria es fuente de esperanza para todos, especialmente para los sectores más empobrecidos y vulnerables.
En suma, la propuesta del papa Francisco apunta hacia un estilo comunicativo abierto y creativo, que favorezca la construcción de una “nueva realidad”; que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud responsable y activa en las personas a las cuales se dirige. Esto supone introducir una nueva perspectiva en el enfoque de la realidad comunicada: “Ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la ‘buena noticia’”, esto es, “una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza”.
* Carlos Ayala Ramírez, profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuitas de Teología (Universidad de Santa Clara) y de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco; docente jubilado de la UCA; y exdirector de Radio YSUCA.