Durante las coyunturas críticas, como la de la última semana de julio a raíz de la acción de las pandillas en contra del transporte colectivo, que generó muerte, dolor, incertidumbre y miedo, suelen predominar los juicios con más pasión que razón, las interpretaciones y valoraciones extremadamente partidarias, las salidas inmediatistas y la polarización política. Todo ello oscurece la captación de la realidad y hace más difícil su transformación. Con frecuencia olvidamos que cuanto más aguda es una crisis, más se requiere del buen sentido y de gran voluntad para potenciar las fuerzas positivas que existen en la sociedad. Tener siempre presentes criterios racionales para enfrentar los desafíos del país, y avanzar en la construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, es un imperativo para el Gobierno y para la ciudadanía. Oportuno es, en este contexto, recordar los cuatro principios citados en Evangelii gaudium, orientados a la consecución de la paz social. Estos principios pueden ayudarnos a comprender mejor la letra y el espíritu del Plan El Salvador Seguro, un documento que es producto del consenso entre diferentes sectores del país y que pretende encarar uno de los principales problemas nacionales: la inseguridad y la violencia.
Primero, la unidad debe prevalecer sobre el conflicto. El conflicto no puede ser ignorado o disimulado, ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, se pierde perspectiva, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y pasan de largo como si nada sucediera. Otros entran de tal manera en él que quedan prisioneros, pierden horizontes. Pero hay una tercera actitud, la más adecuada: situarse ante el conflicto, aceptarlo, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. El Plan El Salvador Seguro, al hacerse cargo del conflicto derivado de la inseguridad, señala que nuestra sociedad se encuentra afectada por elevados niveles de violencia, criminalidad y miedo, los cuales restringen la libertad de las personas, afectan su calidad de vida y la convivencia armónica, limitan las opciones de desarrollo humano y erosionan el Estado de derecho y la democracia.
Entre las causas de estos males, en el documento se mencionan los históricos niveles de exclusión y vulnerabilidad social; los patrones culturales que toleran, normalizan y reproducen la violencia; la debilidad institucional que provoca impunidad; y la ausencia de una visión compartida sobre cómo enfrentar esta problemática. Tenemos en el Plan, pues, un esfuerzo valioso de racionalidad colectiva, donde la unidad es superior al conflicto, que encara de manera teórica y práctica el problema de la violencia en el país. A pesar de las dificultades que se han producido entre sus autores, derivadas en parte por la hoja de ruta a seguir, el Plan es consistente en lo que respecta a la ruta de destino, al objetivo nacional: “Enfrentar la violencia y la criminalidad, garantizando el acceso a la justicia y la atención y protección a víctimas”.
Segundo, el tiempo es superior al espacio, lo cual permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. Se trata de privilegiar acciones que generen dinamismos nuevos en la sociedad e involucren a otras personas y grupos, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Lo contrario es lo que ocurre en la actividad sociopolítica: se privilegian los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse por tener todo resuelto ya, buscando tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. En la aplicación de este principio, podemos decir que el Plan propone pasar de lo urgente a lo importante enfatizado el compromiso de los agentes estatales, sociales, jurídicos y económicos con la ejecución de transformaciones estructurales.
El texto habla de procesos que conduzcan a cambios muy concretos: mejorar la vida de las personas y los territorios para reducir la incidencia e impacto de la violencia y el crimen; contar con un sistema de investigación criminal y justicia penal que goce de la confianza de la ciudadanía; cortar la influencia de los grupos criminales en los centros de privación de libertad y garantizar el cumplimiento de la pena en espacios y condiciones adecuados para la rehabilitación y la reinserción; disponer de un marco legal y de una oferta institucional que garantice la atención integral y la protección a las víctimas; contar con una institucionalidad coherente y proba que aborde de manera articulada y efectiva la violencia y la criminalidad. Esta es la ruta que no debe perderse por la ansiedad de los resultados inmediatos, que a lo mejor produzcan un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no tocan la raíz estructural del problema.
Tercero, la realidad es más importante que la idea. En consecuencia, en la aproximación a la realidad, debe existir una prioridad de esta sobre las interpretaciones o abstracciones. Asimismo, se plantea que se debe instaurar un diálogo constante entre la realidad y las elaboraciones conceptuales, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Este sería el mejor antídoto contra las diversas formas que existen de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad y los intelectualismos sin sabiduría. Con énfasis, Evangelii gaudium nos recuerda que la idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a los sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el pensamiento. Es la realidad duramente vivida y largamente escrutada a la hora de proponer soluciones.
Parafraseando este enfoque a la luz de los principales problemas del país, podemos decir que la realidad es superior a las ideologías, a las posiciones partidarias y a la propaganda que suele concentrarse más en la imagen que en los hechos. De ahí la necesidad imperiosa de que, ante la gravedad de la crisis, se hagan esfuerzos por esclarecer la realidad de modo racional y científico, y por construir soluciones viables a corto, mediano y largo plazo. Escuchar las voces racionales y el clamor del pueblo es exigencia ineludible para los tomadores de decisiones, a fin de que sepan responder a este problema, en lugar de quedarse en la polarización política tan inútil como perjudicial para el conjunto de la sociedad.
Cuarto, el todo es superior a la parte. Por tanto, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza. Es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un auténtico bien común incluyente. Aun las personas que pueden ser cuestionadas por sus errores tienen algo que aportar, y eso no debe perderse.
La puesta en práctica de este principio supone que durante la implementación y evaluación del Plan, las autoridades del Estado, los partidos políticos y todas las fuerzas vivas de la sociedad deben actuar con responsabilidad, deponiendo actitudes o posiciones excluyentes que debilitan la lucha contra el mal común de la violencia y la inseguridad; deben comprometerse con el bien mayor representado en el trabajo por la vida digna, la paz y la inclusión social. Dicho en palabras de la Conferencia Episcopal de El Salvador, recogidas en su mensaje ante la grave situación de violencia que sufre el país: “Es tiempo de unir esfuerzos, con respeto y espíritu de colaboración, para promover la paz y el progreso en la nación”.