En plena campaña política, escuchamos un sinnúmero de promesas. Se promete aquí y allá, se avanzan posibles regalos y se asegura que todo va a mejorar notablemente. Sin embargo, no se menciona para nada que estamos en una situación económica crítica, en la que es casi seguro el escenario de un Gobierno, cualquiera que gane, que se quede sin dinero para operar. La deuda creciente y la escasez de recursos, unidas a una economía deprimida, nos están poniendo en un grave riesgo. Los resultados de esa posibilidad, para la que todavía hay remedio, serían terriblemente duros para todos, especialmente para la gran mayoría de la población de El Salvador. Solo pensemos en una situación en la que las remesas enviadas a través de los bancos no se puedan cobrar sino con cuentagotas, que las pensiones se paralicen, que los ahorros no se puedan retirar voluntariamente, que el crédito para el pequeño productor o industrial se contraiga casi totalmente. No son amenazas gratuitas. Pasó en Argentina y puede pasar en El Salvador.
Frente a este panorama, que muchos economistas consideran bastante probable si no se reflexiona pronto y se toman medidas ante el problema de la deuda, los políticos siguen prometiendo cosas sin explicar de dónde sacarán el dinero. Por supuesto, no hablan para nada de lo cercana que está una crisis de dimensión trágica. Más grave aún es que no se les oiga decir algo que es evidente en las actuales circunstancias: una crisis seria no la podrá resolver un solo partido político. Y deberían decir esto por simple honestidad con el pueblo salvadoreño. Soñar con que un partido político en solitario va a sacarse de la manga una solución mágica frente a los riesgos de una especie de quiebra gubernamental en el futuro próximo, es una soberana estupidez. Pensar que ya estando en el poder, gane quien gane, se puede conseguir el apoyo de uno o varios partidos pequeños para imponer a toda prisa una solución, es un sueño de opio.
Algunos pueden pensar que los políticos no hablan del tema porque para solucionar ese futuro oscurecido por las deudas es necesario hacer una reforma fiscal que traiga nuevos impuestos. Y ningún partido quiere decirle al pueblo que le va a sacar más dinero del bolsillo para cumplir con las maravillosas promesas que ahora le hacen. Creen que es mejor que lo de los impuestos quede para más adelante (el primer año), y que el susto ya lo superará la gente cuando vea que se siguen haciendo cosas con los nuevos tributos y el respaldo de una masiva propaganda gubernamental. Sin embargo, pensar de esa manera es demostrar una enorme simpleza. El problema no es solo cobrar nuevos impuestos, sino también en qué y cómo se va a ocupar el dinero que se recoja. Más impuestos para pagar más burocracia, mejorar salarios y bonos; emplear esa liquidez en gastos ordinarios del Gobierno no resuelve nada. Si el dinero no llega a la gente, en formas de corto y de largo plazo, la subida tributaria servirá para muy poco. Solamente para respirar durante un rato y para que los políticos sigan gastando de modos irresponsables.
Invertir en el corto plazo es hacerlo en la capacidad de trabajo de la gente. El Salvador tiene un estimado de medio millón de hectáreas de vocación agrícola sin aprovechar o con un aprovechamiento mediocre. Recurrir al dinamismo de nuestra gente para acrecentar la producción es indispensable para salir de la crisis. Si los impuestos suben, el Estado tiene que invertir en la gente y en su capacidad de producir. Engordar el aparato público sin invertir en la gente es acelerar el día de la matanza. Favorecer a la gente y a su espíritu laborioso y productivo es crear futuro. Y simultáneamente hay que invertir más en el largo plazo. Un sistema de salud único, de calidad, igual para todos, es indispensable para que un país avance hacia el desarrollo. Sistemas de salud de doble vía no son rentables para el desarrollo nacional. Y lo mismo tenemos que decir de la educación. Un país con solo un 40% de su población con nivel de bachillerato no es competitivo en el mundo actual. Invertir, con energía y velocidad, en la universalización del bachillerato y la consiguiente ampliación del mundo universitario es urgente si queremos ser competitivos en todas las áreas de la productividad.
Para el corto y para el mediano-largo plazo, se necesita un dinero al que el Gobierno no tiene acceso de momento. La capacidad crediticia del país se agota. Y no es que no haya dinero en El Salvador. Lo hay, pero no en las manos de los pobres. Por eso, una reforma de impuestos no puede pesar sobre los ya reducidos ingresos de los sectores que viven escasamente al día. Buscar formas en las que se mezcle la austeridad con la recolección más afinada de los impuestos, gravar el lujo, buscar formas no tradicionales de conseguir más recursos (por ejemplo, un pequeño tributo al uso de la telefonía celular) son tareas pendientes y que difícilmente podrán hacerse en solitario. Y por eso insistimos: los partidos políticos tienen el deber y la responsabilidad ética de llegar a acuerdos incluso durante esta elección. Acuerdos de desarrollo, acuerdos de cómo enfrentar y sortear la crisis que se avecina si no hacemos nada, acuerdos de inversión en la gente y acuerdos de exigir solidaridad fiscal a quienes tienen más.