Cuaresma, tiempo de misericordia

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Este miércoles inicia la Cuaresma, un tiempo litúrgico en el que el pecado (tanto personal como histórico), el perdón y la conversión se hacen centrales. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II señala enfáticamente que la penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser solo interna e individual, sino también externa y social. En su mensaje para la Cuaresma 2016, el papa Francisco expresa que es un tiempo favorable para salir de la indolencia existencial gracias a la escucha de la Palabra y a la acción misericordiosa. La misericordia de Dios, dice el papa, transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y además lo hace capaz de llevar a la práctica las obras de misericordia corporales y espirituales. Las primeras, orientadas a dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Las segundas, proyectadas a dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

El padre Jon Sobrino, en su libro El principio-misericordia, afirma que cuando se habla de las obras de misericordia, se corre el peligro de que no se analicen las causas del sufrimiento. Por eso propone entender la misericordia tal como aparece en la parábola del buen samaritano, con la que Jesús describe al verdadero prójimo. El buen samaritano ve al herido en el camino y, movido por la misericordia, lo atiende y cura sus heridas. Es decir, la misericordia es la re-acción ante las víctimas en la que el sufrimiento ajeno se interioriza y mueve a la acción, sin más motivos para ello que el mero hecho del herido en el camino. Sobrino, en tanto teólogo encarnado en la realidad salvadoreña, destaca cuatro aspectos del principio-misericordia

El primero tiene que ver con la necesidad de historizar la misericordia. Sabemos muy bien que no solo hay individuos heridos, sino pueblos enteros crucificados. En este contexto, reaccionar con misericordia significa trabajar por la justicia (ese es el nombre del amor hacia las mayorías injustamente oprimidas) y poner al servicio de ella todas las capacidades humanas, intelectuales, religiosas, científicas y tecnológicas. El segundo aspecto se refiere a las consecuencias que se derivan de la misericordia que se torna en justicia. Esta es automáticamente perseguida por los poderosos, y por ello la misericordia tiene que mantenerse con fortaleza. Sobrino recuerda que los mártires salvadoreños, tildados de subversivos, comunistas, ateos, fueron misericordiosos, pero también consecuentemente misericordiosos. Por eso lucharon por la justicia, y por eso fueron asesinados.

El tercer aspecto es la opción de anteponer la misericordia a cualquier cosa, lo cual, según Sobrino, no es nada fácil. Monseñor Romero es citado como un caso insigne de ello: por ser misericordioso, arriesgó no solo la vida personal, sino la institución eclesial. Finalmente, Sobrino señala que el ejercicio de la misericordia da la medida de la libertad. Jesús transgredió las leyes de su tiempo y curó en sábado por ser misericordioso, no por ser un liberal. Jesús comprendió la libertad desde la misericordia, y no a la inversa. La libertad significó para él, primariamente, que nada se podía convertir en obstáculo para el ejercicio de la misericordia.

A principio-misericordia suenan también las palabras del papa Francisco en su mensaje de Cuaresma, cuando expresa el deseo de que el pueblo cristiano reflexione sobre esta actitud fundamental de vida para despertar la conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. En el pobre, dice el papa, “la carne de Cristo se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga […] para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado”.

Y con acento profético, el papa deplora la actitud de quienes utilizan la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino para el disfrute egocéntrico. Actualizando la parábola del rico y Lázaro, critica el disfrute excluyente de la abundancia y la despreocupación por el pobre que caracteriza al mundo de hoy. La indolencia es tan grave, dice Francisco, que ni siquiera se ve al pobre Lázaro que mendiga a la puerta de la casa, y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de cambio que Dios nos ofrece y que quizá no vemos debido al soberbio delirio de omnipotencia que resuena en el mundo de la riqueza. Explica que ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX y como muestran hoy las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, a causa del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas.

“Misericordia quiero y no sacrificio” es la proclama a seguir en la Cuaresma 2016. ¿Cómo hacerlo? Pues poniendo todo de nuestra parte para que la misericordia no sea un sentimiento ocasional y distante, sino el principio-fundamento que guía nuestros pasos, inspira nuestros compromisos y configura nuestras acciones. En pocas palabras, que nos haga volver a lo esencial de la vida humana.

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