Profunda consternación han causado los ataques terroristas en Francia, que dejaron 129 personas muertas y 352 heridas, y cuya autoría se la atribuyeron miembros del Estado Islámico. Estos son los peores ataques sufridos por Francia en su historia reciente y los segundos a nivel europeo, después de los ocurridos el 11 de marzo de 2004 en los trenes de Madrid. En respuesta, el Gobierno francés ordenó un bombardeo masivo cerca de la localidad siria de Raqqa, considerada el feudo de los yihadistas. Por el momento se desconocen los resultados de estas acciones, pero, seguramente —como ocurre en todas las guerras—, entre las víctimas estarán no solo combatientes, sino también civiles indefensos, como los muertos y heridos en los terribles atentados del viernes.
¿Qué hacer ante tanta demencia? Lo primero, claro está, es la condena, porque son crímenes que atentan contra la humanidad. Lo segundo es la solidaridad con las víctimas y sus familias, lo que implica asumir su sufrimiento como propio. Y tercero, quizás lo más difícil, insistir en la necesidad de regeneración del ser humano, en la urgencia de pasar de la barbarie que deshumaniza a la misericordia que humaniza. En este sentido, recordamos tres pensamientos que iluminan y orientan este tránsito.
Erich Fromm, intelectual humanista, al hablar del problema del mal, sostiene que la mayor parte de las personas son una mezcla particular de orientaciones necrófilas (atracción por la muerte) y biófilas (atracción por la vida). El amor a la vida es tan contagioso como el amor a la muerte. Se comunica sin palabras ni explicaciones y, desde luego, sin ningún sermoneo acerca de que hay que amar a la vida. Se expresa en gestos más que en ideas, en el tono de la voz más que en las palabras. Puede observarse en el ambiente que rodea a una persona o un grupo, no en los principios y reglas explícitas según los cuales organizan sus vidas.
Entre las condiciones sociales que Fromm menciona para el desarrollo de la biofilia se destacan la construcción de la justicia, y la libertad para crear y construir, para admirar y aventurarse. Esa libertad requiere que el individuo sea responsable y activo, no un esclavo ni una pieza bien alimentada de la máquina. Lo opuesto a estas condiciones, dice Fromm, es crecer entre gente que ama la muerte; carecer de estímulo; tener un espíritu frívolo; vivir en condiciones que hacen a la vida difícil, rutinaria y carente de interés; vigencia de un orden mecánico, en lugar de un ordenamiento donde predominan relaciones directas y humanas entre las personas. De ahí que el paso de una cultura de la muerte a una de la vida tiene como condición necesaria el desarrollo de una ética biófila, esto es, todo lo que fortalece la vida, el crecimiento y desarrollo humano.
Ignacio Ellacuría, sacerdote, filósofo, teólogo y rector mártir de la UCA, al reflexionar sobre la necesidad de una verdadera paz, propuso el cultivo permanente y vigilante de tres actitudes: la prudencia, la misericordia y la justicia. Para el jesuita, el prudente es el que ve lejos, el providente, el que tiene su mirada puesta adelante, más allá del inmediato presente, más allá de los intereses egoístas y/o minoritarios; es el que se guía por el principio de realidad, entendido no como aceptación resignada de lo que hay, sino como búsqueda de lo que debe haber. Por eso, añadía, cuando se hace menos o más de lo que se debe, ya no se es prudente ni realista. Tampoco cuando se dejan de lado todos los datos de la realidad y se descuida lo que es o lo que debe ser.
Por otra parte, la posición realista también necesita de misericordia, entendida como tener el corazón puesto en aquellos que más sufren. En opinión de Ellacuría, a la hora de encontrar soluciones y de ponerlas en práctica, es indispensable, si se quiere de verdad ser realista, una actitud de misericordia, la cual particulariza una fuerte dosis de benignidad a favor de los más castigados por la vida de hoy y por la historia de siempre. Además, sostenía que la misericordia debe completarse con una verdadera hambre y sed de justicia, entendida como rechazo a una situación intolerable y como promoción de un orden que responda, siquiera mínimamente, a las necesidades y expectativas de quienes siempre han sido privados de lo necesario para vivir. Su esperanza fue que las actitudes de prudencia, misericordia y justicia se enseñorearan de más personas y grupos para que la paz avanzara.
Finalmente, el papa Francisco, en la convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que iniciará el 8 de diciembre, ha recordado que siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia como fuente de alegría, de serenidad y de paz. Señala que en este año santo podremos abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! ¡Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos! En este Jubileo, explica el papa, la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a sanarlas con la solidaridad y la debida atención. Asimismo, exhorta a no caer en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Y pide abrir los ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, para atender su grito de auxilio.
En el documento de convocatoria se recuerda también que la misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia, pues relaciona con el judaísmo y el islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios. Las páginas del Antiguo Testamento están entretejidas de misericordia, porque narran las obras que el Señor ha realizado en favor de su pueblo en los momentos más difíciles de su historia. El islam, por su parte, entre los nombres que le atribuye al Creador está el de Misericordioso y Clemente. Esta invocación aparece con frecuencia en los labios de los fieles musulmanes, que se sienten acompañados y sostenidos por la misericordia en su cotidiana debilidad. Desde esa misericordia universal que debería ser propia de todo ser humano, el obispo de Roma se pronunció ante los atentados, señalando que “es una blasfemia usar el nombre de Dios para justificar la violencia”.
En suma, se suele decir que ante situaciones críticas, “más vale encender un vela que maldecir la oscuridad”. Pues bien, con Fromm hemos encendido la vela del humanismo, que nos despierta a la compasión y al cuidado de la vida. Ellacuría nos ha señalado que la paz verdadera lleva incorporado el trabajo por la justicia, la libertad, el amor y la verdad. Francisco afirma que la importancia de un pueblo, de una nación, de una persona siempre se basa en cómo sirve a la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad. Estas no son solo ideas, sino modos de estar en la realidad que buscan posibilitar el tránsito de la barbarie a la misericordia.