Al final y principio de cada año se vuelve rutinaria la frase: “Feliz año nuevo”. Lo repite todo mundo: las personas, las instituciones públicas y privadas, los medios de comunicación, las organizaciones ciudadanas, las congregaciones religiosas, etc. Con ello se expresa un saludo, deseo o sentimiento que, por lo general, se queda en palabras reiterativas sin mayor contenido concreto. A lo sumo, el concepto de felicidad suele reducirse a la satisfacción de los intereses individuales, quitándosele su dimensión colectiva. Desde luego, el saludo seguirá pronunciándose, pero eso no quita que por un momento pensemos en el sentido de la expresión y en la necesidad de pasar de las palabras a los hechos. Ello implicará tener valores e ideas que orienten e inspiren una nueva práctica que posibilite una felicidad verificable, personal y social.
En esa expectativa de valores e ideales que conduzcan a una práctica que pueda representar un punto de inflexión en la vida de las personas y los pueblos, es elogiable la tradición de los mensajes papales en torno a la paz, proclamados al inicio de cada año. Ahí encontramos una perspectiva “providente”, esto es, que ve más allá de lo inmediato y se guía por el principio de realidad, entendido no como aceptación resignada de la realidad predominante, sino como búsqueda y construcción de condiciones que propicien la satisfacción universal de las necesidades básicas. Este talante lo encontramos en el ministerio teológico pastoral del papa Francisco.
En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2020, titulado “La paz como camino de esperanza: diálogo, reconciliación y conversión ecológica”, el papa habla de la necesidad de impulsar “caminos” que lleven a “despertar en las personas la capacidad de compasión y solidaridad creativa”. La imagen del camino nos remite a dar pasos, tomar decisiones, superar obstáculos, abandonar sendas erráticas y descubrir horizontes nuevos. En esa línea, el mensaje del papa aborda la construcción de la paz como camino de esperanza ante los obstáculos y pruebas; camino de escucha basado en la memoria, la solidaridad y la fraternidad; camino de reconciliación en la comunión fraterna; y camino de conversión ecológica.
La paz, como objeto de nuestra esperanza, surge por el “aumento de las desigualdades sociales y la negativa a utilizar las herramientas para el desarrollo humano integral”. En ese sentido se menciona la realidad de “tantos hombres y mujeres, niños y ancianos a los que se les niega la dignidad, la integridad física, la libertad, incluida la libertad religiosa, la solidaridad comunitaria, la esperanza en el futuro”. Todos ellos, “víctimas inocentes que cargan sobre si? el tormento de la humillación y la exclusión, del duelo y la injusticia”.
Ahora bien, frente a ese contexto, el papa cuestiona: “¿Cómo construir un camino de paz y reconocimiento mutuo? ¿Cómo romper la lógica morbosa de la amenaza y el miedo? ¿Cómo acabar con la dinámica de desconfianza que prevalece actualmente?”. Él propone “buscar una verdadera fraternidad, que esté basada sobre nuestro origen común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca”. Es este un trabajo constante y paciente “que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza”. Explica que, en términos políticos, “la democracia puede ser un paradigma significativo de este proceso si se basa en la justicia y en el compromiso de salvaguardar los derechos de cada uno, especialmente si es débil o marginado”.
La paz como sendero de reconciliación y comunión fraterna implica “abandonar el deseo de dominar a los demás y aprender a verse como personas, como hijos de Dios, como hermanos”. Se reitera que “solo eligiendo el camino del respeto será posible romper la espiral de venganza y emprender el camino de la esperanza”. El criterio vale también para ámbito político y económico, puesto que “nunca habrá una paz verdadera a menos que seamos capaces de construir un sistema económico más justo”.
Finalmente, ante las consecuencias de nuestra hostilidad hacia los demás, la falta de respeto por la casa común y la explotación abusiva de los bienes naturales, se plantea la urgencia y necesidad de una conversión ecológica. Conversión que ha de llevarnos a una “nueva forma de vivir en la casa común, de encontrarse unos con otros desde la propia diversidad, de celebrar y respetar la vida recibida y compartida, de preocuparse por las condiciones y modelos de sociedad que favorecen el florecimiento y la permanencia de la vida en el futuro, de incrementar el bien común de toda la familia humana”.
Como vemos, la paz (y, con ella, la felicidad) está relacionada con vernos libres de la miseria, la inseguridad, la ignorancia y las situaciones que atropellan la dignidad humana. Pero también está vinculada a los motivos para vivir, luchar, gozar, sufrir y esperar. La próxima vez que digamos “Feliz año nuevo”, que no sea solo un saludo cordial. Pensemos en poner en marcha nuevas energías y reavivar una nueva esperanza. Porque, como dice el documento, “el mundo no necesita palabras vacías, sino testigos convencidos, artesanos de la paz abiertos al diálogo sin exclusión ni manipulación”.
* Carlos Ayala Ramírez, profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuitas de Teología, de la Universidad de Santa Clara, docente jubilado de la UCA y exdirector de Radio YSUCA.