¿Cuán segura es la seguridad?

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Rodolfo Cardenal
17/07/2025

La seguridad ciudadana es apreciada y agradecida por la opinión pública. La novedad de esa experiencia, después de varias décadas de violencia pública, pierde de vista sus límites. La seguridad actual es posible por el encarcelamiento de los pandilleros, que aterrorizaron a los habitantes de las colonias, los barrios y los pasajes. Gracias al dominio que ejercieron sobre esos territorios y sus habitantes, influyeron decisivamente en las elecciones que dieron el poder municipal y presidencial a Bukele. Es comprensible, entonces, que su desaparición diera paso a una libertad desconocida.

Ahora bien, más allá de eso, la seguridad es bastante relativa; en algunos casos, inexistente. La violencia de la pandilla fue reemplazada progresivamente por la de los agentes del régimen de excepción, que utilizan su poder impune para extorsionar, acosar y atropellar a la población. La amenaza de enviar a la cárcel indefinidamente vence cualquier resistencia. Utilizan el estigma del pandillero a sus anchas. Sus jefes también se valen de él para justificar el régimen de excepción. La opresión de las pandillas fue sustituida por la de las fuerzas de seguridad. Quienes se felicitan al verse libre de los pandilleros están ahora a merced de los agentes de seguridad.

La desaparición y el asesinato persisten, aunque en menor medida que antes del régimen de excepción. Sin embargo, la dictadura rehúye investigar las desapariciones, las actuales y las de la época de las pandillas, porque encontrar e identificar cadáveres en fosas clandestinas enturbia su récord de seguridad. Por la misma razón, disimula los asesinatos con diversas artimañas. Así puede pregonar el eslogan de “cero homicidios”. El abuso de autoridad por parte de los funcionarios gubernamentales es cotidiano, un reflejo del autoritarismo predominante.

La seguridad económica, esto es, el empleo formal con un salario y prestaciones para vivir dignamente, es privilegio de minorías. La mayoría se rebusca en la informalidad, mientras el costo de la vida sube y la economía nacional se desacelera. El deterioro económico se refleja en el acceso limitado y deficiente a la salud pública y la seguridad social. La niña atropellada en Ahuachapán tuvo la fortuna de que, por la razón que sea, Bukele se fijara en ella y recibiera cuidados médicos esmerados. Una atención que está negada a la mayoría. El acceso a una vivienda decente es imposible para la generalidad; suprimir los parqueos para abaratarla es un pretexto para potenciar la rentabilidad del inversionista inmobiliario. La desprotección frente a las catástrofes medioambientales es norma.

En las calles y las carreteras prevalece la ley del más fuerte. En consecuencia, son extremadamente violentas e inseguras para peatones y conductores. La seguridad de Bukele se contenta con unos cuantos controles puntuales de velocidad, rótulos, luminarias más decorativas que eficaces y poco más. La anarquía de la circulación vial tiene elevados costos medioambientales, económicos y personales.

Estas inseguridades tienen en común la ausencia del Estado, una ingeniosidad introducida por Arena en la década de 1990 para dinamizar la economía. Irónicamente, ese repliegue del Estado marca los límites de la seguridad de Bukele, quien se concentró en las pandillas y la oposición social y política, y se desentendió del resto de la realidad. Es más de lo mismo de siempre. En estos regímenes, la originalidad es casi imposible.

Si los pandilleros están encerrados y la seguridad es tan segura, por qué un régimen que era excepcional se volvió normal. Por qué las residenciales, las colonias y los pasajes siguen atrincheradas detrás de portones vigilados por agentes de seguridad privada. Qué temen los altos funcionarios que se desplazan resguardados por contingentes con armas de guerra. Es incoherente adquirir vehículos, armamento y equipo dignos de un país en guerra, innecesarios en uno pacificado. La exhibición del militarismo, muy propia del régimen autoritario, contradice el discurso de la seguridad.

A pesar de estas inseguridades, la seguridad experimentada a raíz de la erradicación de los pandilleros es tan poderosa que relativiza lo demás. La desaparición de las pandillas, hasta entonces impensable, excusa los límites evidentes de la seguridad de Bukele. Y este, satisfecho con ese reconocimiento, no parece tener arrestos para extender la seguridad más allá. Solo se ocupa de sus críticos, en quienes encuentra una amenaza aparentemente temible. La seguridad de Bukele es poco segura.

En Roma, León XIV parecía pensar en el país cuando el pasado 26 de junio observó acertadamente que “con demasiada frecuencia, en nombre de la seguridad se ha librado y se libra una guerra contra los pobres, llenando las cárceles con aquellos que son solo el último eslabón de una cadena de muerte. Aquellos que tienen la cadena en sus manos, por otro lado, logran tener influencia e impunidad”. Y añadió que, para romper esa “cadena de muerte”, “nuestras ciudades no deben liberarse de los marginados, sino de la marginación; no deben limpiarse de los desesperados, sino de la desesperación”.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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