Cuando hablamos de la situación del país, muchos corren a justificar lo que está sucediendo en nuestras casas, colonias y ciudades como sacrificios necesarios de algunos en nombre de la seguridad de todos. En la lógica de este razonamiento popular, presente en cada pupusería, mercado o cena familiar, no importan las personas inocentes detenidas ni la vergüenza o el dolor soportado por las familias de los encarcelados, porque finalmente son un precio risible por poder respirar tranquilamente en nuestras calles, libres del terror y miedo que imponían las maras criminales.
Los derechos humanos importan, nos dicen muchos de nuestros familiares o vecinos hipnotizados por la idea, pero no importan tanto como vivir en un lugar seguro; es razonable que los derechos humanos sean sacrificados y olvidados cuando lo que se quiere es que mi familia pueda transitar tranquilamente por la calle a cualquier hora de la noche. Pero el argumento es falso, engañoso y artero. No hay contradicción entre seguridad y derechos humanos; por el contrario, solo es posible vivir tranquilo cuando se respetan los derechos humanos, todos los derechos humanos, de todas las personas.
Vivir con derechos humanos es dormir tranquilo sabiendo que no me llegarán a detener porque un vecino me denunció falsamente, o porque un policía quiere cumplir una cuota de capturas. Eso es así porque la libertad y el debido proceso son derechos humanos. Vivir con derechos humanos es opinar sin miedo sobre todo lo que involucra a mi gobierno o mi municipio, sabiendo que estos publican todas sus cuentas. Ello es así porque la libertad de expresión e información es un derecho humano.
Vivir con derechos humanos es comerciar con libertad e invertir sin miedo, sabiendo que no me van a quitar mis bienes o expropiar mis ganancias para proteger las riquezas y privilegios de unos pocos. Ello es así porque el patrimonio y el respeto a mis decisiones son derechos humanos. Vivir con derechos humanos es vivir tranquilo, es vivir sin miedo, es vivir sabiendo que tengo derecho a una vida digna gozando los frutos de esa calidad que posee mi persona, mi familia y mi vecino.
Si usted antes vivía con miedo a las pandillas, pero ahora vive con miedo a otras personas o cosas, piénselo; usted no cambió derechos humanos por seguridad, solo cambió la fuente o razones que alimentan su temor e inseguridad. Vivir pensando que la seguridad permite el sacrificio de derechos humanos es en el fondo una hipocresía cobarde y fantasiosa. Al final, no es que usted prefiera “seguridad” sobre “derechos humanos”, sino que prefiere su seguridad, la suya propia o la de sus cercanos, sobre los derechos humanos de los otros, esos pobres desconocidos que salen en televisión y cuyos derechos están siendo pisoteados con descaro.
Así como el niño crece, la fantasía finalmente choca con la realidad. Llegará el día que a usted lo busquen para detenerlo arbitrariamente, o verá cómo esto sucede a alguien que ama o aprecia, o quizás se tratará de una propiedad expropiada que tanto incomoda a poderosos, o callar una boca que habla o piensa demasiado. Ese día ni se sentirá seguro ni se sentirá con derechos humanos, y es que no hay seguridad ni paz sin derechos humanos; solo miedo, seguido de un largo y opresivo silencio.
* Oswaldo Feusier, académico del Departamento de Ciencias Jurídicas.